─Senku, me podrías dar...
─Si, ya sé leona. ─ El peliverde se dirigió a la alacena de la cocina, abrió uno de los tantos cajones y sacó un recipiente con galletas de vainilla y chispas de chocolate y se la dio a su esposa, quien por cierto, se encontraba en el séptimo mes de embarazo.
─Hmm. ─Kohaku saboreaba las galletas que habían sido preparadas por Francois.
Ya habían pasado varios años desde el viaje a la luna, varios de los héroes involucrados en toda esa travesía ya habían sentado cabeza, y el más brillante científico salvador del mundo no era la excepción.
Senku y Kohaku ya habían formalizado un noviazgo cuando decidieron sucumbir a sus deseos lujuriosos, ¿el problema? que el condón que usaron era uno de los muchos que se habían hecho a modo de prueba y no se había comprobado su efectividad todavía. Al final el resultado fue un embarazo que los agarró de imprevisto.
Los síntomas comenzaron un mes y medio después, ya era inevitable ocultarlo, y para evitarse problemas con Kokuyo, le dieron la noticia al ex líder de la aldea que pronto sería abuelo, y también con la promesa de un matrimonio entre ambos jóvenes.
Ya pasaron 6 años de eso, y aquí estaban ahora, con un pequeño hijo y un nuevo embarazo.
─¿Por qué te alejas? ─Senku detuvo su andar al escucharla y volteó a verla─. ¡Lo sabía! ¡Ya no quieres estar conmigo! ─gritó al borde de las lágrimas─. ¡Si quieres el maldito divorcio entonces lo tendrás! ¡Así podrás buscarte a otras más atractiva que yo!
Senku solo rodó los ojos, simplemente se dirigía a su laboratorio para seguir con su trabajo. Él sabía perfectamente que no tenía caso discutir, eso lo aprendió luego del primer embarazo de la rubia, así como también aprendió la manera más efectiva para calmarla.
El peliverde aprovechó que su esposa se limpiaba las lágrimas para acercarse a ella, tomar su rostro con ambas manos y plantarle un tierno beso en los labios.
Siguieron besándose por unos segundos hasta que Senku sintió que Kohaku lo estaba intensificando, y eso significaba peligro. Fue el científico quien rompió el beso antes de que escalara a más.
─¡Te amo! ¡Eres el mejor esposo del mundo! ─Se lanzó a abrazarlo.
─Leona, no seas tan brusca.
─Tranquilo ni siquiera te estoy apretando tan fuerte.
─No lo decía por mí. ─Posó una mano en su vientre─. Lo decía por las dos leoncitas.
Kohaku se enterneció tanto que ni siquiera prestó a tención al apodo que su esposo le dio a sus hijas. Ella se acercó y empezó a repartir besos en su cuello con una mirada felina, lo cual lo hizo estremecer.
─¡Que asco! ─exclamó Ryokuu, su hijo de casi siete años─. ¡¿No ven que estoy aquí?! ─El pequeño rubio de puntas verdes se encontraba leyendo un libro en uno de los sofás de la sala.
La rubia enrojeció de golpe, y para salir de esa situación tan vergonzosa, subió escaleras arriba lo más rápido que pudo.
Para evadir el tema, Senku le ofreció a su hijo mostrarle un experimento en el laboratorio que tenían en casa, también aprovechando que a pesar de su corta edad, él ya tenía bastante curiosidad por la ciencia y todo lo que abarca.
Al caer la noche, no fue necesario que Kohaku lo pida, Senku se dedicó toda la noche a hacerle el amor a su querida esposa, ambos lo disfrutaron, tanto que hasta Senku casi no le importó sentir un gran cansancio y un fuerte dolor en su pelvis. Eso era lo que se merecía por haberse casado con una leona tan enérgica.