Había sido un largo día de trabajo en el dojo de su padre, pero eso a Kohaku no le molestaba. Todos los fines de semana entrenaba a los más jóvenes en distintas disciplinas de las artes marciales, enseñándoles nuevas técnicas de pelea a esos jóvenes talentos que en su mayoría eran estudiantes en plena adolescencia.
─¡Hasta luego sensei! ─se despidió una de sus alumnas saliendo por la puerta.
─¡Nos vemos la siguiente semana! ─Kohaku agitó su mano, ya guardando las cosas en su mochila para retirarse e ir a casa junto con su padre.
─Kohaku ─su padre la llamó con un tono serio, al parecer tenía que decirle algo importante.
─¿Qué sucede? ─dijo ya poniéndose la mochila al hombro─. Si es por lo exigente que se ponen el resto de maestros con su paga entonces yo...
─Kohaku, ya no hay nada que hacer, en verdad lo siento.
─Pero papá no podemos cerrar el dojo, hemos estado esforzándonos mucho para que esto salga adelante.
Hace poco más de dos años que Kohaku junto con su padre Kokuyo habían abierto el dojo, y aunque era un lugar donde tenían que pagar por el alquiler mensualmente, confiaban en que todo saldría bien. En un inicio todo iba normal, sin pena ni gloria, pero desde hace ya algunos meses que comenzaron los problemas. Cada vez había menos estudiantes y tu vieron que reducir el salario de los maestros.
Pero ahora se llegó a un punto donde gastaban más de lo que ganaban, entre el alquiler, los salarios que daban, los gastos de la casa.
Todo había salido fatal.
─No fue suficiente, no nos queda de otra que buscar otros trabajos. Vuelve a casa, yo debo hacer unas llamadas a los padres.
─¡NO! Hallaremos la manera de seguir con esto. ─Kohaku no quería renunciar a su sueño y trataba de convencer a su padre de encontrar una salida─. Tal vez si hacemos más publicidad, reducimos los precios y...
─¡Es suficiente! Sé lo importante que es esto para ti, pero tienes que aceptar que fracasó. ─Su rostro hacia entender que en verdad sentía lástima de cómo acabó todo.
Las lágrimas se asomaron por los ojos azules de la rubia, no podía con el inmenso sentimiento de frustración que sentía en ese momento, trabajar tan duro por un sueño que tenía desde niña, solo para que sea en vano.
Salió del dojo corriendo, lo único que quería ahora era llegar a casa y encerrarse en su habitación.
Cuando abrió la puerta apenas si saludó a su hermana mayor, subió las escaleras y se dirigió a su cuarto cerrando la puerta tras de ella. Cerró sus manos en puños y las apretó con fuerza al igual que sus dientes, casi habiéndolos crujir, solo para tirase en su cama y minutos después quedarse dormida.
Se despertó cuando tocaban su puerta, y al abrirla, vio a su hermana Ruri con una bandeja en mano trayéndole la cena.
─Supuse que tendrías hambre ya que no bajaste a cenar con nosotros, ─Colocó el plato en la pequeña mesa de la habitación y ambas tomaron asiento─. Papá ya me dijo lo que pasó y... en verdad lo siento.
Kohaku terminó de masticar el primer bocado que se llevó a la boca para hablar.
─Lo que temía que pasara al final pasó ─dijo entristecida.
Ruri la abrazó para consolarla, era un abrazo casi maternal, sabía que Kohaku lo necesitaba, pero además de eso, tenía una idea para que su hermana no renuncie a lo que tanto quería.
─Escucha Kohaku, lo que tienes que hacer es volver a intentarlo.
─¿Hablas de volver a abrir el dojo? ─La vio sorprendida─. Pero sería algo arriesgado, puede que acabemos peor que ahora si no contamos con una cantidad de dinero adecuada para volver a empezar.