Capítulo 4 Cannibal.

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Las nubes eran negras, apenas podía distinguir algo entre los relámpagos lejanos, a este punto era inútil quitar el agua de su cara cuando estaba completamente mojado por la gran lluvia. Aemond sobrevolaba la tormenta, montado en Vhagar, cuando notó más abajo a Lucerys asustado sobre Arrax, sabía lo que podría pasar, así que intentó desviar a Vhagar de los más jóvenes, pero otra vez la dragona no lo obedecía, siguió avanzando hacia ellos.

—¡Soves, Vhagar! —gritó con todas sus fuerzas mientras tiraba las riendas a su pecho— ¡SOVES, VHAGAR! —Aemond estaba asustado, no podía controlar a su dragona por más que lo intentara.

Su respiración se volvió errática, no sabía qué hacer.

—¡Lucerys huye! —gritó con todas sus fuerzas para que su sobrino lo escuchara, el castaño se giró ante el grito de su tío cuando las grandes fauces de la dragona más grande lo alcanzaron.

Aemond se levantó de la cama con un grito ahogado, las sábanas se le pegaban en su cuerpo sudoroso, las apartó con rapidez y salto de la cama, sus pies tocaron el helado piso, lentamente se colocó en cuclillas y se llevó su mano hacia su boca para silenciar el horrible grito cargado de dolor y angustia, todas las noches era lo mismo, las pesadillas acechaban, no podía dormir por tanto tiempo cuando los fantasmas de sus víctimas venían a reclamarle en sus sueños sus vidas tomadas.

Sus piernas le dolían por la incómoda posición desde hace un buen rato que estaba así, lentamente se levantó y caminó hacia el único sofá que daba a la chimenea apagada, en silencio se sentó mientras las lágrimas recorrían su mejilla, miró la piedra manchada por el hollín mientras se hundía en lo profundo de sus pensamientos.

_*_

—Vamos Lucerys —el choque de espadas asustó al castaño que retrocedió rápidamente, Aemond también retrocede preocupado, había puesto demasiada fuerza en un entrenamiento sencillo.

— ¿Estás bien? —cuestionó Joffrey, acercándose a su hermano sin dejar de mirar con desconfianza a su tío.

—Estoy bien, Joff —tranquilizó el príncipe Velaryon a su hermano.

Aemond se quedó en silencio, observando la lealtad y el cuidado de Joffrey y Lucerys, pensó en sus hermanos, Daeron era leal, pero a la vez un completo desconocido, nunca le escribió una carta ni le mando algún regalo. Con Aegon era diferente, había rivalidad entre ambos y resentimiento por lo que el otro era y no era, la única vez en que su hermano le sonrió fue cuando llego de Bastión, en la celebración de la muerte de Lucerys, después de eso Aegon se convirtió para él en un rey decadente que daba vergüenza defender.

—Es todo por hoy —anunció Aemond, atrayendo la atención de sus sobrinos.

—Aun puedo continuar, un combate más —dijo Lucerys molesto.

—Tu sí, pero yo no —respondió Aemond con seriedad, Lucerys se sonrojó, había olvidado por completo que su tío se estaba recuperando de sus heridas, además de lo cansado que se veía con esas marcadas ojeras en su rostro demasiado pálido.

—Oh, bueno...yo —el castaño estaba por disculparse cuando su prometida llegó.

—Lucerys —el príncipe dejó la espada y se acercó a la joven.

Rhaena era hermosa, sin duda alguna heredó la belleza de Lady Laena, atraía sin esfuerzo las miradas en el campo de entrenamiento, incluso la de su prometido, algo que le causó molestias a Aemond.

Hacía una semana que habían empezado a entrenar a Lucerys, y por consiguiente a Joffrey, que no se despegaba de su hermano mayor. En esa semana notó no solo las miradas perspicaces de Rhaenyra y Daemon, sino también las miradas de odio de las gemelas, en especial de Rhaena, siempre buscaba cualquier excusa estúpida para interrumpir a mitad de su entrenamiento para llevarse a su sobrino.

Dragones y Tormentas- Lucemond.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora