En el corazón de la vasta y misteriosa selva de Ebonclaw, donde las sombras se entrelazaban con la luz de la luna llena, se erigía el reino de los lobos, Lycaon. Gobernado por el imponente Rey Drakhar, conocido como el Lycodrake, su nombre era sinónimo de fuerza, astucia y una frialdad implacable.
El consejo de ancianos se había reunido en la Gran Cueva, una caverna iluminada por la luz etérea de cristales luminescentes incrustados en sus paredes. El aire estaba cargado de tensión y expectativa. Drakhar, sentado en su trono de piedra tallada, observaba a sus consejeros con ojos penetrantes, mientras el eco de los aullidos lejanos resonaba como un recordatorio de su poder.
"Mi rey," comenzó el anciano Tiberius, inclinando su cabeza canosa, "nuestras patrullas han reportado incursiones cada vez más frecuentes de los clanes enemigos. Además, una nueva criatura ha sido avistada en nuestras fronteras, pidiendo refugio y unirse a nuestra manada."
—Majestad, los informes de los exploradores confirman que nuestros territorios del norte han sido asaltados por bandas de merodeadores —anunció con voz grave—. Han destruido aldeas y han capturado a nuestros hermanos.
Lycodrake asintió lentamente, sus pensamientos ya calculando la mejor respuesta. La sangre de su pueblo no podía ser derramada en vano.
—Envía a la Guardia de Ébano. Que los merodeadores sientan el verdadero terror —ordenó, su voz resonando con autoridad—. Que ninguno de ellos vuelva a pisar nuestras tierras.
La decisión fue recibida con asentimientos aprobadores. La Guardia de Ébano era el brazo más letal del ejército licantrópico, conocido por su habilidad y ferocidad en combate.
Pero los problemas no terminaban allí. Un consejero del este se adelantó, su rostro marcado por la preocupación.
—Majestad, hemos recibido informes de una posible invasión desde los Reinos Humanos. Sus ejércitos se están movilizando cerca de nuestras fronteras orientales.
Lycodrake frunció el ceño. Los humanos siempre habían sido una amenaza latente, su avaricia y miedo a lo desconocido los hacía peligrosos. Era imperativo proteger Lycanthia de cualquier incursión.
—Fortalezcan las defensas en el este y envíen emisarios a nuestros aliados. Si los humanos desean la guerra, encontrarán que estamos más que preparados —declaró Lycodrake con frialdad.
Finalmente, una anciana loba de pelaje gris, la Matriarca de las Tierras Altas, se adelantó con una inquietud distinta.
—Rey Lycodrake, una nueva especie ha sido avistada en nuestras fronteras del sur. Criaturas desconocidas que buscan refugio en nuestro reino. Dicen ser perseguidas y desean unirse a nosotros. Pero su llegada podría traer riesgos impredecibles.
Drakhar se inclinó hacia adelante, sus garras aferrándose a los brazos del trono. "¿Qué clase de criaturas?"
"Son llamados Umbriels, sombras vivientes que han sido desterradas de sus tierras. Su líder, una tal Nyx, desea audiencia contigo."
Antes de que pudiera responder, una figura oscura emergió de las sombras, sus ojos brillando con un resplandor espectral. "Soy Nyx," dijo con una voz que era un susurro y un grito al mismo tiempo. "Mis hermanos y yo buscamos un hogar, y tu reino es el único capaz de resistir nuestras sombras."
Drakhar evaluó a Nyx con su mirada fría y calculadora. Sabía que aceptar a los Umbriels podría fortalecer su reino, pero también podría atraer la ira de otros clanes que temían a esas criaturas sombrías.
El silencio se hizo más pesado en la caverna. Aceptar a estas criaturas podría fortalecernos, pero también podría atraer nuevas amenazas.
—Permítanles entrar, pero bajo vigilancia estricta —dijo finalmente el rey—. Que demuestren su lealtad y utilidad. Si son un peligro, no dudaremos en actuar.
La Matriarca asintió, aunque las dudas se reflejaban en su mirada. El rey sabía que sus decisiones eran difíciles, a veces crueles, pero eran necesarias para la supervivencia de su reino. Un líder sin corazón, capaz de tomar las decisiones más frías, era lo que necesitaba en esos tiempos turbulentos.
Esa noche, mientras la luna llena iluminaba el Bosque Eterno, el rey se asomó a la entrada de la Grandes puertas de su palacio, sus pensamientos viajando a través de las sombras. Las decisiones que había tomado resonaban en su mente, pero sabía que había actuado por el bien de todos. El reino debía prevalecer, sin importar el costo.
"Además," continuó Tiberius, "hay noticias de un gran asalto planeado por el clan de los Lobos de Hierro. Si no tomamos acción, podrían devastar nuestras aldeas y cazar a nuestras manadas."
El Lycodrake se levantó, sus pensamientos trabajando como una máquina bien engrasada. No había espacio para la emoción en su corazón endurecido, solo para la lógica y la estrategia.
"Convocaré a los líderes de los clanes aliados. Necesitamos una estrategia que nos permita defendernos y, al mismo tiempo, considerar la inclusión de los Umbriels sin debilitar nuestra posición."
El consejo asintió en silencio, sabiendo que la palabra del Rey era definitiva. Nyx se mantuvo impasible, esperando la sentencia del rey lobo.
Esa noche, bajo la luna llena que bañaba la selva en un resplandor plateado, Drakhar se reunió con sus comandantes en la colina del Consejo. Trazaron planes para defender sus tierras contra los Lobos de Hierro, utilizando la geografía y sus tácticas superiores.
"Y respecto a los Umbriels," dijo Drakhar, volviéndose hacia Nyx, "aceptaremos a tu gente bajo una condición: lucharán junto a nosotros en la batalla que se avecina. Si demuestran su lealtad y valor, tendrán un lugar en nuestro reino."
Nyx asintió, una sonrisa oscura jugando en sus labios. "Aceptamos tus términos, Rey Drakhar. Nuestras sombras serán tus aliadas."
Los días siguientes fueron una vorágine de preparativos y estrategias. Las tropas se movilizaron, y los Umbriels demostraron ser aliados formidables, moviéndose con la gracia de sombras vivientes y la letalidad de asesinos invisibles.
La batalla finalmente llegó, un choque de colmillos y garras, de sombras y acero. Los Lobos de Hierro fueron repelidos con una ferocidad que no habían anticipado. Las sombras de los Umbriels se entrelazaron con los lobos de Lycaon, creando una fuerza imparable.
Al amanecer, la selva de Ebonclaw estaba tranquila una vez más. Drakhar se erguía victorioso, su reino fortalecido y su poder consolidado. Los Umbriels, ahora parte integral del reino, habían demostrado su valía.
En la Gran Cueva, el consejo se reunió una vez más. Drakhar, con su mirada fría y calculadora, sabía que había tomado la decisión correcta. Su reino había sobrevivido y prosperado gracias a su estrategia implacable y a su capacidad de tomar decisiones duras sin vacilar.
"Lycaon es más fuerte hoy," declaró, "porque no tememos a la oscuridad. La utilizamos a nuestro favor."
Y así, bajo el reinado del Lycodrake, el reino de los lobos continuó prosperando, siempre preparado para enfrentar cualquier amenaza con la misma frialdad y astucia que su rey sin corazón.
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ENIGMA DE LUNA
WerewolfAdéntrate en un mundo donde el poder y la magia se entrelazan en una danza mortal. Conoce a Ares Drakomar Lycodrake, el legendario rey mestizo de hombres lobo y dragones, cuyo anhelo por encontrar a su pareja destinada lo lleva a enfrentar batallas...