Aquella tarde donde te encontré, tenías un pantalón recto, color beige tirando para arena y una camisa negra remangada hasta los codos. Yo fui con un pantalón blanco ancho, y una blusa floreada. Aquella que luego tanto te gustaría.
Caminamos por horas sin que me importe la despedida, porque disfrutaba el momento. Me enseñaste reglas de composición, la regla de los tercios y varias cosas que no entendía, pero que parecían fascinarte. Me gustaba verte sonreír.
Un vivero, la plaza central y luego a la playa; mi lugar favorito. Estuvimos sentados un largo rato, tantos niños pidiendo una moneda para tener que llevarse algo a la boca y luego ese señor mudo que nos vendió una tarjeta pequeña con chistes malos sobre un tal "Pepito" que te dieron tanta risa, y esa misma risa me contagió a mí.
Cuando en un momento volteaste y viste el atardecer, dijiste tan exaltado: "La hora dorada". tomaste decenas de fotografías. Luego caminamos más y más, pero ya no por la fotografía, sino para conocernos.
Tomamos un carro de regreso al parque donde nos habíamos encontrado. Fue el sonido de mi estomago el que delató mi hambre. Vimos en una esquina una pizzería a lo que yo aclaré que no me gustaba la pizza, entonces preguntaste sorprendido:
- ¡¿No te gusta la pizza?! – tus ojos se abrieron, como si aquello fuera pecado.
- No, – recalqué – y aprende a respetar gustos ajenos. – sonó atacante, pero lo dije bromeando.
- Pero ¿por qué?
- No lo sé, jamás la probé. – entonces frunciste el ceño.
- Pues entonces ¿Cómo sabes que no te gusta?
- No me llama la atención. – te dije con un tono más cortante.
Me tomaste de la mano y me obligaste a entrar a la pizzería. Antes de que pueda reclamarte ya habías pedido una pizza americana.
¿Quién diría que me gustaría tanto? Hablo de la pizza, fue deliciosa y parece que tú también la disfrutaste porque no dejabas de adular a la pizzería. Aquella pizza que después me haría recordarte en cada bocado que daba.
Me acompañaste hasta el edificio donde vivía sin que te lo pida, eso es muy amigable para alguien que dice ser antipático e indiferente. Pero te lo agradezco, no tuve que pasar por el drama que es caminar por las calles oscuras y vacías que me hacían sentir más solitaria y miserable de lo que ya era.
Aunque sabía que volvería a pasar cuando suba hacia mi cuarto, y otra vez viera que lo único que yacía ahí, era oscuridad y silencio. Otra vez estaba cayendo y cediendo a los pensamientos que se colaban en mi mente, aquellos que me hacían tanto daño. Otra vez sola.
Y entonces me llamaste. Tu risa y tu voz calmaron toda esa melancolía.
Te pregunté qué pasó y solo respondiste:
- Quería agradecerte por lo de hoy, la pasé genial. – y lanzaste una risita tan tierna.
Querías colgar, pero no te dejé. Seguimos hablando hasta que llegases a tu casa. Y fue esa compañía la que hizo que, por primera vez en más de 50 noches, pudiera dormir sin llorar.
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No era feliz, tú tampoco
RomanceAbigail era una chica tranquila, pero infeliz. Pasaba por un cuadro de depresión y buscaba lo peor para ella, pero encontró alguien que la hará feliz. Aunque parece que no para siempre.