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Llamadas en la madrugada, risas descontroladas, mensajes de buenos días. Todo hacía que me olvide que, en algún momento, esas madrugadas eran solo de ver película y leer libros hasta quedarme dormida, porque tenía miedo de cerrar los ojos y sobre pensar.


Eras como un niño Gian, siempre me hablabas de los dibujos que veías de pequeño. Te emocionabas incluso más que un niño cuando veías un juguete parecido al que tuviste de pequeño. Llorabas al recordar tu peluche que perdiste a los diez años, pero luego te aliviabas al recordar que compraste uno igual hace unos meses, fue tan tierno cuando me contaste que con él duermes todas las noches abrazado. Tu actitud cambiaba entre más confianza tomabas conmigo, eras más feliz y alegre. Tus bromas sarcásticas nunca las dejaste atrás. Te estaba conociendo con virtudes y defectos, pero poco a poco dejaba de considerarlos como defectos.

Te quiero, Gian.

No era feliz, tú tampocoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora