CAPÍTULO 2

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JULIET

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JULIET

Alice estaba roncando cuando fui a revisar su habitación. Tenía pensado pedirle que me muestre algunas partes de la ciudad que no conocía.

Tomo un abrigo, lo guardo en la mochila por si me agarra la lluvia y salgo de casa omitiendo el paraguas.

Papá y tía Karen se fueron temprano a trabajar y aún no vuelven. Últimamente pasan más tiempo en el trabajo que en casa.

En fin, supongo que una caminata nocturna viene mejor en soledad.

Recorro las calles de Londres, observando vidrieras, departamentos, gente. Sin embargo, el ruido termina por cegarme como suele pasar siempre por lo que me vuelco para lugares menos turísticos, alejándome de las avenidas y, siempre usando el GPS del móvil, paseo por calles cortas y poco concurridas. El cielo nublado ruge y siento una gota aterrizar en mi hombro. Oh, no. Doy media vuelta con la intención de correr si es necesario para no enfermarme, pero entonces lo veo. Es un cachorro, en medio de la calle, está hecho bolita y se encoge cuando un trueno retumba con fuerza. El cuerpo le tiembla como una gelatina y cuando se tapa las orejas con sus patitas delanteras me debilito.

De reojo veo aterrorizada las luces que se acercan a toda velocidad y reacciono. Me lanzo a la calle tomando al cachorro. El auto frena haciendo chirriar las llantas detrás de mí. Asustado, el canino me muerde haciendo que lo suelte y salga disparado. Intento seguirlo, pero…

—¡Oye, tú!

Mi cuerpo se paraliza, cayendo en la cuenta de mi acción suicida. Por favor Dios, que no me denuncie, lo hice por un bien mayor, ¿no? Le salvé la vida al cachorro, el cual es un desagradecido si me dejan añadir. La lluvia empapando mi cabello y ropa es el primer indicio de que debería moverme pero no lo hago.

—¿Me escuchaste? Te estoy hablando. Voltéate.

—Lo lamento mucho, de verdad. Jamás quise que algo así ocurriera es que el perro no se movió y…

Oh, mierda.

Si tuviera que halagar aquel rostro, definitivamente no me alcanzaría el diccionario para ello. Porque existen personas atractivas, pero después estan las que desprenden una belleza innata, sensual y atípica que te hace imposible no absorber cada detalle.
El diluvio cae sobre su cabello pelinegro mojándolo, algunos mechones pegándose a su frente. La camisa blanca con los primeros botones sueltos se le adhiere al pecho como una segunda piel mostrando un cuerpo amplio y tonificado, dejando poco a la imaginación. Trae pantalones ceñidos y zapatos de vestir negros también empapados. Subo… y subo la mirada, él realmente es alto, y el fuego en las esferas azules lejos de asustarme me deja absorta en ese mar impresionante.

—¿De qué hablas? No hay ninguno —escupe las palabras.

—Ahora no, pero había uno justo ahí —señalo el medio de la calle —. Estaba asustado e ibas a hacerlo pure de papa y por eso me metí…

Resguardando Su Silencio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora