CAPÍTULO 25. MÁS ALLÁ DEL JUEGO

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La luz de la luna menguante iluminaba todo el pueblo, creando sombras largas y tranquilas. Julen y Paige habían decidido hacer guardia en la azotea del hotel, rechazando la invitación de Maggie al cumpleaños. No se conocían lo suficiente como para unirse a esa celebración, y ambos sabían que un cumpleaños era algo íntimo, un momento para las personas cercanas, y no formaban parte de ese círculo. Al menos, aún no.

En el suelo, Layla se sentó formando un círculo con los demás. A su izquierda estaba Fred, a su derecha Mía, y enfrente, Sally. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. No quería jugar a Verdad o Atrevimiento. En realidad, lo que rondaba en su mente era descubrir qué tipo de poder poseía, algo que pudiera usar contra el gobierno para destruir las fábricas de una vez por todas. No se lo había dicho a nadie, pero en secreto espiaba los entrenamientos de Maggie con Paige, y cuando le tocaba hacer guardia sola, o simplemente cuando Mia se dormía, imitaba esos entrenamientos. Sin embargo, no conseguía absolutamente nada, y esa impotencia la frustraba más de lo que quería admitir.

Fred se levantó del suelo y se dirigió hacia la puerta de salida del hotel. Unos minutos después regresó, trayendo consigo un vaso de plástico para cada uno. Maggie, con una sonrisa traviesa, comenzó a llenar los vasos con una bebida transparente: ginebra.

Alec se levantó y se puso en el centro del círculo, mirando a todos con una expresión desafiante.

— Bueno, ya conocéis las reglas —dijo con tono decidido—. Así que, joder, sed sinceros, si no queréis vomitar lo que queda en vuestro estómago.

Sally se removió en su asiento, incómoda.

— Yo nunca he jugado —dijo con tono tenso.

— ¡Por supuesto! Olvidaba que la realeza nos honra con su presencia —dijo Alec, haciendo una burla de reverencia que no dejaba espacio para dudas sobre su  sarcasmo.

Sally se levantó, su mirada fija en él, decidida.

— Pues explícalo entonces —le dijo, frunciendo el ceño.

— No es necesario que juegues —contestó Alec, con una sonrisa cargada de suficiencia—. Vete a hacer guardia con Julen y Paige, es mi cumpleaños —añadió, mirándola de arriba a abajo—. No me caes bien.

Un silencio incómodo se apoderó de la habitación. Sally cerró los puños con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en la piel. Respiró hondo y, aunque el aire pesado en sus pulmones le exigía soltarse, relajó la mano y se levantó con la intención de irse. Sin embargo, su instinto la hizo detenerse. No podía irse sin decir algo.

— Antes de irme, quiero preguntarte algo —le señaló con el dedo índice.

— ¿¡Qué!? —respondió Alec, mostrando una mezcla de hastío y molestia.

— ¿Alguna vez te has puesto enfermo? —preguntó Sally, su tono grave.

Alec frunció el ceño, recordando un episodio de su niñez. A los ocho años, había tenido un cólico muy fuerte por unas pastillas caducadas. Su madre, junto con su hermano, lo llevó al hospital, donde le hicieron un lavado de estómago. Había estado varios días ingresado, y aunque el personal sanitario fue amable, ese recuerdo se había quedado con él, especialmente porque ocurrió antes de que su madre se fuera con ese "principito".

— No te oigo —dijo Sally, llevando su mano a la oreja en un gesto que destacaba su paciencia.

— Sí, como todo el mundo —gruñó Alec, sin ganas de recordar.

— Entonces, sabrás cómo tratamos a nuestros pacientes, y que salvamos vidas todos los días. Seré una "Princesa" y a mucha honra, porque adoro mi trabajo —le respondió Sally, su voz firme y llena de seguridad—. Y, por si no lo sabías, hace unas semanas salvé la vida de Cárter, ni siquiera me conocía a mí misma en ese momento, pero mi primera intuición fue salvarlo. Eso dice mucho de mí, en cambio, tú deberías deshacerte de ese odio que te está pudriendo por dentro y aprender a perdonar.

LA NUEVA ERA   #PGP2025Donde viven las historias. Descúbrelo ahora