EPÍLOGO

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La pequeña niña salió corriendo por las puertas del colegio junto a sus compañeros en cuanto sonó la campana de la escuela "Roger D, Gehring". El cabello castaño, amarrado en una fuerte coleta peinada hacia atrás, se agitaba con el movimiento de su propia carrera. En la entrada principal, cada uno de los padres o madres abrazaba a sus niños y comenzaban el camino de vuelta a casa. La niña se detuvo por unos momentos, miró más allá de la entrada, y divisó a la persona que buscaba. Con una sonrisa, reanudó la carrera.

Su mamá se agachó para abrazarla, recibiéndola con una amplia sonrisa. Vestía falda y blusa ejecutivas de color gris, además de anteojos de montura delgada que le daban un aire de elegancia. Lo que la diferenciaba de la pequeña era el cabello. Mientras que el de la niña era de color castaño oscuro, el de su madre era negro. Sin embargo, ese contraste no le interesaba a ninguna, cuyo amor incondicional no se relacionaban con el aspecto físico.

A lo lejos, dentro de un viejo automóvil, Laura las miraba a ambas mientras cubría su boca con las manos, tratando de ocultar un sollozo lleno de dolor. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos de forma abundante, que enjugaba de inmediato para no perder de vista a las dos mujeres. En especial, a la más pequeña.

A su lado, Randall miraba impasible la escena. Esperaba sin hacer el menor ruido para no interrumpir a Laura. Él imaginó que ella sufría en silencio la distancia la separaba de la pequeña niña, que abría su mochila para mostrar una manualidad que le dedicaba a su madre adoptiva.

- Helen... -sollozó Laura, conteniendo las ganas de salir del auto y abrazarla con fuerza.

- Ahora se llama Susan Summers, señora Parker –intervino Randall, recordándole a Laura que seguía allí con ella-. Ha crecido bajo el cuidado de una buena familia, y es una buena estudiante. Tiene una buena vida, y las Tríadas no tendrán forma de saber quién es ella en realidad.

Laura ahogaba aún más sus sollozos. Sentía que si estiraba la mano podría alcanzarla, pero se abstuvo de moverse.

- Se nota que su mamá la quiere mucho –dijo Laura mirando a la otra mujer, que le instaba a la niña a guardar su arte plástico en la mochila para comenzar a andar por la calzada.

- Sus padres adoptivos la adoran, señora Parker. Tanto como usted lo hace. De eso no le quepa la menor duda.

- ¿Ella... no recordará nada? –Laura miraba a Randall con ojos suplicantes. El negó con la cabeza.

- Era una niña muy pequeña, y ya pasaron seis años. Tendrá que asumirlo.

Randall miró su reloj. Era mediodía. Tendrían solo una hora para llegar hasta el aeropuerto.

- Llegó el momento de irnos. El vuelo a Florida saldrá pronto.

- Está bien –Laura se secó sus lágrimas y miró al frente una vez más.

- ¿Puedo preguntarle por qué eligió Florida para vivir?

Laura meditó un poco su respuesta.

- Quiero alejarme de la Costa Este, tan lejos como pueda. No quiero volver a Nevada, ni a este lado del país nunca más.

- Es comprensible. En Florida, la recibirá otro agente al tanto de su ingreso al Programa de Protección de Testigos. Allí le ayudarán a acomodarse y podrá trabajar una vez más.

- De acuerdo –concluyó Laura, mirando una vez más a Randall-. Muchas gracias.

- ¿Por qué me da las gracias? Yo la metí en este plan en primer lugar.

- Porque me dio la oportunidad de ver a Helen una última vez –Laura puso la mano en el hombro de Randall, dedicándole una triste sonrisa. Él asintió una vez más.

- Vamos ya. Es hora.

Randall encendió el auto y partieron hacia el aeropuerto. Conforme avanzaban, alcanzaron a Helen, ahora Susan Summers, y su madre mientras esperaban en el autobús. Por un leve instante, las miradas de Laura y la pequeña se cruzaron, para alejarse definitivamente la una de la otra.

Mientras conducía, Randall metió la mano en el bolsillo de su camisa. Sacó la carta del Comodín y se la entregó a Laura.

- No sé si quiere conservar esa carta. Yo no la quiero.

Laura jugueteó con la carta un momento, para después mirar fijamente la sonrisa de aquél payaso. Con ambas manos, rompió la carta en pedazos y la arrojó por la ventanilla.

Randall no dijo nada más.

Durante el recorrido, Laura reflexionaba en la vida que le esperaba al llegar a Florida. Tendría la oportunidad de empezar de cero. Quizá conocería a alguien con quien compartir su vida, o tal vez podría intentar tener otro hijo y empezar una familia. Jamás reemplazaría a Helen, pero ahora su vida era un lienzo en blanco. Una vida alejada del sórdido mundo de los casinos y las apuestas. Laura Parker moriría en ese momento, para convertirse en Mary Williamson, su nueva identidad como protegida del Estado. La Reina de la Baraja dejaría de existir, de una vez y para siempre.

Más atrás, en el camino, el pedazo de la carta con la sonrisa burlona del bufón se perdía en el infinito con el soplar del viento.

FIN

Este libro terminó de escribirse en Caracas, Venezuela, el 28 de Abril de 2024.

La Reina de la BarajaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora