III. Un tal vez

63 5 11
                                    

Investigue a Isabela las semanas siguientes a su llegada. Observé con cautela sus comportamientos. Los primeros días trajo una variedad de blusas color pastel. Tonos dulces de azul, amarillo y carmesí. Sus shorts de mezclilla siempre con mariposas, ojos delineados, maquillaje tenue. Y traía su pelo brillante, con uñas pintadas hasta el último milímetro y sus brazaletes tintineando. Siempre caminaba con esas pulseritas caseras. Parecían una clase de amuleto de la suerte. Ya en el salón, se miraba tras el teléfono con tal de no encontrar imperfecciones en su aspecto. Y se volvía a mirar cada tanto, tan ansiosa. Era muy posible que tenía que despertarse muy temprano para alistarse con tanta mesura.

Cada mañana se repetía la misma rutina: aparecía por los pasillos cantando, a los minutos, saludaba a sus amigos y entraba al salón contando una historia. "Hoy he visto un colibrí", "Encontré un nido descansando en los postes de luz", "He conocido a un señor de lo más peculiar" Así se presentaba ante nosotros. Siempre con un hallazgo nuevo. Sus historias eran ingenuas y baratas, no era difícil imaginar que las inventaba cada mañana. Aún así, el grupo las amaba tanto como la amaban a ella.

Isabela era una obsesiva de atención, Emma, seguro la odiarías. Cuando se sentaba en el centro de la mesa y comenzaba a contar sus historias, parecía tan sonriente como siempre. Sin embargo, si alguien cobraba cierto protagonismo, se irritaba con facilidad. No lo demostraba, pero su respirar se volvía agitado y perdía la sonrisa lentamente. Tu nunca harías algo así. Tu querrías escuchar a los demás pacientemente, tu me escuchaste a mí aunque no hablábamos el mismo idioma.

Un golpe en la banca, me hizo regresar de mis pensamientos.

-Diego, ¿en qué mierda piensas?- reclamó Gonzalo.- El profe esta explicando tema de examen.

-Cállate de una vez

-Te veo embobado con los ojos muertos sobre una pared, es preocupante

Por delante estaba Iván Muñoz, un licenciado alto, con un acento cordobés y una barba adornando su pesada mandíbula. Hablaba con pasión acerca del espacio

-Sólo regresa aquí con nosotros, por favor

-¿Desde cuándo te importa esta clase?- y miraba su libreta repleta de garabatos.- Gonzalo, tú estás dibujando

-...y escuchando-

-Vete al carajo- y sólo lo ignoré.

Aunque supieras español, no encontrarías este lugar amigable. Seguramente te quejarías de los baches y las grandes subidas. Odiarías el autobús, la escuela y esta gente. Pero si estuvieses aquí esta pequeña ciudad tendría un poco de sentido. Y esta clase, al calor de tu pecho, parecería realmente arrulladora.

-Por eso- explico el profesor.- Los agujeros negros son cuerpos con una densidad abrumadora. Si medimos estos cuerpos en masa solares, podemos empezar a imaginar sus magnitudes

Mire a mis alrededores. Todos yacían exhaustos. Abrí mi libreta y copiándome de Gonzalo, rayé una hoja con líneas. Hice unas bruscas y vulgares montañas con tinta de lapicero. No era un artista, pero tampoco era algo atroz. Te hacía pasar el rato. ¿Acaso tu no dibujabas en tu tiempo libre, Emma?

Alguien había hecho una pregunta.

-En teoría, sí Lupita- respondió el licenciado rayando el pizarrón.- Los agujeros de gusano son entes que en papel, podrían existir. Hay modelos que proponen estos túneles como objetos acordes. En realidad, no hay leyes de la física que impidan un viaje en el tiempo.

Y tan pronto esas cuatro ultimas palabras llegaron a mis oídos, algo cambió en mí. Me estremecí, ¿viajar en el tiempo, había dicho?

-Perdón, maestro- y cerré el dibujo a lapicero bruscamente.- ¿Qué acaba de decir?

Cínico viajero en el tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora