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Meses después del matrimonio, Lucas, convirtió a sus mejores amigos en padrinos de su pequeño retoño. Desde ese entonces, Yuugo y Dina siempre visitaban a Oliver, en ocasiones cuidaban de él y a medida que el vínculo entre ahijado y padrinos se fortalecía, en Dina empezó a surgir un pequeño deseo.

El anhelo de ser madre se volvió una llama ardiente en su corazón y cada día se intensificaba más cuando veía a Lucas jugar y abrazar a Oliver, su corazón se llenaba de una mezcla de alegría y tristeza. Aunque amaba profundamente a su ahijado, anhelaba con todo su ser tener a su propio hijo, sentir el latido de su corazón bajo su pecho y ver su pequeña sonrisa iluminar su mundo.

Después de una larga charla con Yuugo, decidieron intentarlo; sin embargo, no resultó. La esperanza se desvaneció, y un sentimiento de impotencia y frustración se apoderó de ellos. Pero en lugar de rendirse, se aferraron a la esperanza y continuaron intentando. Cada mes, cada prueba de embarazo negativa, los golpeaba con fuerza, pero encontraban la fuerza para levantarse y seguir adelante.

Pese a todos sus esfuerzos, nada parecía funcionar y la pareja se iba desilusionando cada vez más, perdiendo las esperanzas en el camino. Las lágrimas se convirtieron en compañeras constantes, y el dolor de la infertilidad se volvió una sombra que los acompañaba a cada paso. Pero a pesar de todo, su amor se mantenía firme, y juntos encontraban consuelo en los brazos del otro.

Los años pasaron y pese a no haber logrado concebir, ellos seguían amándose con la misma intensidad con la cual empezaron su relación. Cada día que pasaba, su amor se volvía más profundo y sólido, aunque el dolor de la infertilidad seguía presente, encontraban fuerzas en el amor que compartían y en la certeza de que estaban juntos en este camino.

Un día, Dina empezó a sentirse mareada, al comienzo supuso que era por el estrés que estaba sintiendo, ya que su carga laboral había incrementado; aunque por su mente aún seguía ese vago deseo, pero no se quería hacer ilusiones. Sin embargo, esas náuseas matutinas no podían ser ignoradas por más tiempo.

Con el corazón lleno de temor y esperanza, Dina decidió hacerse una prueba de embarazo. El tiempo parecía detenerse mientras esperaba el resultado, y su corazón latía con fuerza en su pecho. Cerró los ojos y susurró una plegaria silenciosa, rogando por un milagro.

Finalmente, llegó el momento de mirar el resultado. Sus manos temblaban mientras sostenía aquel test. Y allí, en ese pequeño dispositivo, apareció la palabra que cambiaría su destino para siempre:
"embarazada".
Las lágrimas de alegría y alivio inundaron su rostro, y su corazón se llenó de una felicidad indescriptible.

En ese momento, todas las lágrimas derramadas, todas las noches de desvelo, todas las esperanzas perdidas, se convirtieron en un mar de emociones abrumadoras. La vida había respondido a sus oraciones, y el milagro de la maternidad se estaba gestando dentro de ella.

Dina, con el corazón lleno de emoción y felicidad, quería darle la noticia a su marido de una manera especial. Quería que este momento fuera inolvidable y que reflejara todo el amor y la alegría que sentía en su corazón.

Una tarde soleada, Dina preparó una sorpresa para Yuugo en el jardín trasero de su casa. Colocó delicadamente globos de colores, una suave manta de girasoles y una caja envuelta con un lazo brillante. Cada detalle estaba pensado con amor y cuidado.

Cuando Yuugo llegó a casa, Dina lo recibió con un beso y una sonrisa radiante. Lo llevó de la mano hacia el jardín, donde la sorpresa aguardaba. El ambiente estaba impregnado de una atmósfera mágica y llena de expectativa.

Yuugo miró a su alrededor, sorprendido por la hermosa decoración. Sus ojos se encontraron con los de su amada, y en ese instante supo que algo especial estaba por suceder.

— Amor, ¿A qué se debe esto? —preguntó Yuugo, con curiosidad y emoción en su voz.

Dina tomó una profunda inspiración y le entregó la caja envuelta a Yuugo. Sus manos temblaban ligeramente por la emoción.
—Querido, dentro de esta caja hay un regalo muy especial para ti.

Yuugo, con una sonrisa intrigada, abrió cuidadosamente la caja. Sus ojos se llenaron de asombro al ver una pequeña camiseta de bebé con las palabras "Papá, ¡estoy en camino!" estampadas en ella. El corazón de Yuugo se aceleró y un torrente de emociones lo invadió.

Las lágrimas de felicidad llenaron los ojos del azabache mientras miraba a su mujer con amor y gratitud. Sin decir una palabra, se acercó a ella y la abrazó con fuerza, dejando que las emociones fluyeran libremente entre ambos. En ese abrazo, el mundo pareció detenerse por un momento, y el amor que compartían se hizo más fuerte que nunca.

Ambos se quedaron allí, abrazados en medio del jardín, sintiendo la calidez del sol en sus rostros y la felicidad palpable en el aire. En ese momento, supieron que su familia estaba creciendo y que este nuevo capítulo en sus vidas sería el más hermoso y lleno de amor.

Al cabo de unos minutos, un pelirrojo llegó a casa de la pareja con el motivo de visitarlos. Al entrar, notó una atmósfera llena de anticipación y emoción. Dina y Yuugo lo recibieron con sonrisas radiantes y brillo en sus ojos.

—Lucas, tenemos algo emocionante que contarte.—dijo Dina, apenas conteniendo la emoción en su voz.

Lucas, intrigado, se acercó a ellos con curiosidad. —¿Qué pasa? Parece que tienen una gran noticia. —respondió Lucas, con una sonrisa curiosa.

Dina y Yuugo intercambiaron una mirada llena de complicidad y emoción. "¡Vamos a ser padres!", exclamaron al unísono.

Lucas quedó atónito por un momento, dejando que la noticia se hundiera en su mente y en su corazón. La alegría y la emoción llenaron su ser mientras abrazaba a sus amigos con fuerza.

—¡Eso es increíble! ¡Felicidades, chicos! —dijo Lucas, con lágrimas de felicidad en los ojos. —No puedo creer que por fin vayan a tener un bebé. Seré el tío Lucas y estoy seguro de que serán los mejores padres del mundo.

Por otro lado, Oliver, el hijo de Lucas, escuchó la noticia desde el otro lado de la habitación. Con sus grandes rubíes llenos de asombro, se acercó corriendo a sus padrinos.

—¿Madrina, viejo amargado, van a tener un bebé? —preguntó Oliver, con una mezcla de emoción y curiosidad.

La rubia se agachó para estar a la altura del pequeño y asintió con una sonrisa. —Sí, Oliver. Vas a tener un primito o primita con quien jugar y compartir aventuras.

La emoción se reflejó en el rostro del niño mientras imaginaba todas las cosas divertidas que podría hacer con su nuevo compañero. Su mecha roja en su cabello albino parecía brillar aún más con la emoción.

—¡Eso es genial! ¡Voy a enseñarle muchas cosas y a cuidar mucho de él o ella! —exclamó Oliver, saltando de alegría.














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Dear Dad I Yuugo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora