Capítulo 27

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MI SUK


Mi intención no era sorprenderlo.

O tal vez... sí.

De cualquier manera, no pude evitar sentir un cosquilleo de satisfacción cuando sus ojos pardos me recorrieron de arriba abajo impresionados. Me sentía extraña al estar enfundada en un vestido color carmesí tan elegante y escotado (lo había comprado en una tienda del buque), pero en este instante nada de eso importaba. Todo era más fácil porque... no estaba siendo yo.

Era Leah.

Y podía sentir cosas que de otro modo nunca me hubiera atrevido a experimentar, no sin el escudo que aquella identidad falsa me proporcionaba. Sin embargo, en cuanto lo estudié a él, dejé de pensar en todo aquello. A pesar de que esta vez yo llevaba tacones, él seguía siendo mucho más alto. Mason era atractivo, su belleza era resaltante, pero en esta ocasión estaba por encima de esas calificaciones. El traje oscuro, sobre la camisa color vino que llevaba, le amoldaba a la perfección. Su cabello castaño, alborotado y ondulado, estaba peinado hacia atrás. Su rostro estaba más descubierto.

Firme y brillante.

Traté de controlar el tono de mi voz.

—Bien..., ¿podrías tomar asiento? —señalé con el dedo índice una de las dos sillas que estaban colocadas de extremo a extremo en la pequeña mesa rectangular—. Y... por favor, no me mires así, me haces sentir nerviosa.

Mason se rio entre dientes.

—Es normal, tú eres la que me ha invitado a esta cita —recalcó antes de hacer lo que le había indicado. Yo hice lo mismo.

Había reservado una mesa para dos en un elegante restaurante, pero solo el montaje y el lugar, porque la cena la había preparado yo misma; por supuesto, Margaret fue quien me ayudó con todo. Esta era mi manera de devolverle a Mason el gesto de haberme regalado una clase de cocina a bordo. Sentí que tenía que retribuírselo.

—No es una cita —refuté en automático—; bueno, no exactamente una cita.

Mason esbozó una sonrisa ladeada.

—Si no quieres llamarlo por su nombre, no hay problema —aseguró con un ligero matiz burlón, pero sin ser malicioso—; de cualquier manera, voy a disfrutarlo.

Sus ojos pardos brillaron expectantes.

Bajé la mirada y me relamí los labios.

—Esta cena es especial porque es lo primero que cocino en años.

—Entonces soy afortunado.

Sonreí, casi sin esfuerzo.

—Literalmente lo eres —murmuré un poco más relajada, aunque el hormigueo seguía recorriendo todo mi cuerpo—. Había olvidado lo buena que soy para cocinar.

Respiré hondo y luego añadí:

—¿Quieres saber el menú?

Mason fingió no darse cuenta de mi esfuerzo por cambiar de tema y solo asintió, tan relajado que me dio una ligera punzada de envidia. Yo estaba muerta de nervios.

—Claro que sí, señorita... —de pronto, frunció el ceño y ladeó el rostro—. Por cierto, aún no sé cómo te apellidas. Vaya, qué despistado he sido.

—Leah Park —respondí enseguida—. ¿Y el tuyo?

Sus ojos chispearon.

—Mason Nieto.

—Bueno, espero que disfrute la cena, señor Nieto.

—Lo mismo digo, señorita Park.

──── ∗ ⋅✧⋅ ∗ ────

—Todo... ha sido delicioso.

Por lo mucho que Mason había comido de todo, estaba segura de que no mentía. Aunque, a decir verdad, tampoco me sorprendía. La receta que me había enseñado mi madre seguía intacta en mi memoria. Había preparado de todo un poco: Banchan, kimchi y dakkochi.

—Así que..., ¿es la primera vez que comes esto?

Un trabajador del restaurante ya había levantado los platos, pero las copas de vino aún permanecían llenas por la mitad. Además, no había absoluto silencio, ya que una pieza instrumental sonaba de fondo en todo el salón.

—Nunca he viajado a Corea del Sur, pero he consumido de esta comida antes —señaló Mason con un gesto nostálgico—. A mi hermano le encantaba, pero tengo que decir que jamás la había probado tan buena como esta que tú has preparado.

Sentí un pinchazo en el corazón.

—Bueno, a mí... mi madre me enseñó todas las recetas que sé; por las tardes, cuando volvía del colegio, solía ayudarle a preparar los platillos con los que se retardaba un poco más en el restaurante en el que trabajaba —compartí con la atención fija en el borde de mi copa de cristal—. Ella era una excelente chef, así que me enamoré de la gastronomía, de los sabores...

Cuando alcé la mirada, me di cuenta de que Mason me observaba con sumo interés. De pronto lo capté: le estaba contando cosas de mi vida personal, mismas que casi siempre dejaba en la deriva. Las que mantenía en el fondo, guardadas.

—Creo que... deberías cocinar más a menudo, porque lo haces de maravilla —sugirió Mason con suavidad y cierta determinación—. Si es tu pasión, debes aprovechar tus habilidades y dedicarte a esto. Nunca es tarde... para ser quienes queremos ser, Leah.

Esquivé el brillo de sus ojos.

—Creo que aún es mi pasión, pero... hacerlo me hace sentir muy triste. —Tomé la copa de vino y le di un pequeño sorbo—. Es como una explosión de recuerdos de ella: los colores, los aromas, los sonidos...

Mason cruzó los brazos sobre la mesa.

—Te entiendo, yo también... lo he experimentado, pero de diferente manera: no dejé de hacer las cosas que me gustan y le gustaban a mi hermano, pero perdí la conexión, el sentido. Aunque, si de algo sirve, recuerda que, de ahora en adelante, existirá alguien en este mundo que siempre deseará verte sonreír, así que ahora tienes otro pequeño motivo para hacer lo que tanto te gusta. Nunca dejes... que tu llama se apague.

—No lo sé, Mason. Es muy difícil para mí.

Sobre todo, cuando esté en Seúl.

Él permaneció en silencio.

Yo proseguí:

—Aun así, son otras cosas las que me han hecho seguir adelante, como... la lista de diez aventuras excepcionales que haríamos juntas, una por año en la misma fecha; aquella idea se nos ocurrió a mi madre y a mí poco más de un año antes de que ella falleciera —las palabras ardieron en mi garganta—. Prometimos realizar algo especial en cada once de octubre, cosas como esta: la de viajar en un crucero transatlántico. Esta es la razón por la que estoy en este barco. He cumplido año tras año con cada cosa que está escrita en esa lista, y ya casi llego al final... El siguiente once de octubre será el último.

Mason sonrió, triste.

—Creo que me hubiera gustado hacer lo mismo con mi hermano —dijo con un hilo de voz—. Y... tengo que confesarlo: me alegra que en esa lista haya estado el viajar en un crucero transatlántico como este.

—¿Por qué?

—Porque nos hizo encontrarnos. 



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