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MARTIN 

Ruslana y yo habíamos pasado unas pruebas dificilísimas para entrar en Arte Dramático, y fue entonces cuando entendí por qué a la gente que estudiaba cualquier cosa relacionada con el arte le molestaba tanto que se infravalorase su esfuerzo. Ambos estuvimos trabajando durante meses para clavar las pruebas de acceso, y aunque no obtuvimos la mejor de las notas, nos sobró para ganarnos dos de las quince plazas ofertadas este año.

—No me puedo creer que después de todo estemos dentro y vivamos juntos. Esto es un sueño.

Ruslana corría como loca por todo el piso que ahora compartiamos, acariciando las paredes de gotelé y observando la vieja alfombra que adornaba el suelo ahogada en polvo como si tuviese a sus pies un trozo de piel de oso de coleccionista. Acabábamos de mudarnos de casa de nuestros padres, cada uno de su ciudad correspondiente y la euforia era mayor que cualquier otro sentimiento. Estábamos juntos, en la carrera de nuestros sueños y viviendo bajo el mismo techo, no podía ser mejor.

—Es rarísimo...solo de pensar que voy a tener que cocinarme mi propia comida me dan escalofríos. —Comenté entre risas observando la hiperactividad de mi amiga.

—Es una buena oportunidad para aprender a cocinar algo que no sea un huevo frito.

—Oye —me quejé, fingiendo indignación —que se hacer más cosas.

—Martin, mi amor, el talento de la cocina corre por tu sangre...solo hace falta que circule. —Se rio de su propio comentario y yo le pegué en el hombro. —El año pasado se te quemó el arroz, y mira que eso es prácticamente imposible.

—Ya verás, de aquí a fin de año voy a ser todo un chef. —Aseguré.

—Eso espero, porque según Kiki al tercer día de comer pasta con tomate ya empiezas a ver alucinaciones.

Sonreí, teniendo claro que con Rus jamás iba a faltar diversión.

—Hablando de Kiki...tenemos que llamarla. Dijo que la avisásemos cuando llegáramos.

—Si, joder, ya lo se, estábamos ordenando la ropa. Que estrés. 

—Tranqui, Rus. —Rei. —Le digo de quedar por el centro o algo, ella sabrá donde llevarnos.

Conocimos a Kiki por un bolo que Ruslana dio en Menorca hace dos años. Hablamos durante un rato cuando terminó de cantar, y encontramos al amor de nuestra vida en amiga. La única vez que sentí ese tipo de conexión instantánea con una persona fue con Rus, hace ya diez años.

Seguimos en contacto con ella todo este tiempo, y cuando decidimos que haríamos todo lo posible por hacer la carrera en Madrid se emocionó profundamente, porque ella estudiaba aqui también.

Además, conocer a alguien nunca está de más, porque, aunque sabia que con Rus nunca iba a quedarme solo, siempre está bien hacer amigos, y según ella, tenia su vida montada aquí y se moría de ganas por que formásemos parte. 

La llamé por teléfono y acordamos vernos por la noche en un pequeño bar del centro donde siempre quedaba con sus amigos.

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—Kiki! —grité cuando la vi sentada. Ella se levantó rápidamente de su silla y corrió a abrazarme, colgándose de mi como un koala.

Marts! Ay, que guapo estas. —Dijo aun sin soltarme.

—¿Yo? ¿Tú te has visto? —la observé de arriba abajo. —Te has cortado el pelo...que guapa Kiks.

—Ejem...—carraspeó Ruslana a mi lado. —Yo también quiero un abrazo, si puede ser...

Siempre fuiste tú -JuantinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora