Primer Acto: Géminis | Primera Parte

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Sacamantecas

Dícese de un criminal que abre a sus victimas para sacarle sus viseras y usarlas para crear ungüentos y/o jabones.

Este apodo se debe a Juan Diaz de Garayo Ruiz de Argadoña un violador y asesino que acecho en Vitoria durante el siglo XVIII en España, un país que pertenecía al sector Europeo durante la época viva del Planeta Tierra.

Si bien se sabia que había matado a niños y prostitutas por igual durante sus años activo, y era un hecho que abría a sus victimas para sacarles las viseras, no existe data real de la creación de algún tipo de material con ellas, estos fueron mitos creados por la prensa y que los escritores usaban para llamar la atención y así conseguir mas lectores.

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—Buenas noches caballero ¿A donde quiere ir? —preguntó el conductor mientras configuraba algo en el tablero.

—Avenida siete, entre la veinticuatro y veintitrés, por favor —respondió Emil mientras se acomodaba.

La noche era tranquila, no eran mas de las tres de la mañana, el ambiente otoñal y el llanto de la lluvia decoran las calles Londinenses, con solo ver por la ventanilla del auto se pueden visualizar algunos indigentes; una que otra farola rota; e incluso la suciedad en las bocacalles, una aunque prematura, gran demostración de la decadencia social en esta lúgubre ciudad. La gran luna naranja aporta una extraña belleza, donde sumada a la melancolía ambiental, son el caldo de cultivo perfecto para que uno se ahogue entre sus propios pensamientos, los cuales se hacían presentes en la mente de Emil, habían pasado mas de diez años desde su ultimo viaje al exterior, el solo hecho de estar en un país tan distinto a su natal Garna, lo llenaban de un desasosiego inmenso.

De pronto, el chofer que desde el comienzo del viaje no volvió a hablar, pregunto con su voz ronca pero cordial:

—¿Usted no es de por aquí cierto?

—No ¿tan malo es mi acento? —retruco Emil, sin quitar la mirada de la ventana.

El taxista acomoda el espejo retrovisor para poder ver al sujeto, aunque no es común que la gente charle con los taxistas, el conductor no duda en continuar el interrogatorio con el extranjero.

—¡¿Que? No, por supuesto que no! —respondió soltando una carcajada—, es que después de tanto tiempo en este rubro, uno aprende a distinguir cuando alguien no es de la ciudad. Además la gente de Nuevo Londres no usan mucho las palabras "por favor".

El conductos hizo una pausa para darle lugar al extraño para reírse o responder, pero no había caso.

»Por cierto, "Avenue 7" es el nombre de la calle, no es una avenida —continuó retrucando sin mucho éxito.

El ambiente se volvió incomodo por unos segundos, ya que el Emil no movió ni un musculo ante los intentos de entablar una conversación del taxista, no porque no quiera, sino por el cansancio y lo hipnótica que era la noche en Nuevo Londres. La propia ciudad era así, desde que se tiene registro, existe un fenómeno en el ambiente que genera esa sensación de tristeza, los científicos de hecho lo suelen asociar a los sedantes, mas específicamente a los somníferos.

El chofer entendió la situación y continuo la charla cambiando de tema, para ver si lograba llamar la atención del pasajero.

»¿Y... se puede saber de donde viene?

Emil de golpe salió del trance, sentía una gran angustia, sabia que la ciudad producía ese efecto, pero no recordaba que era tan fuerte. Se llevo las manos a los ojos para limpiarse las lagrimas y sin darles mucha importancia respondió.

Historias de Lambda: Proyecto LázaroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora