Prólogo.

18 4 4
                                    

Bajo el velo de la noche, el campamento del Clan del Trueno se encontraba envuelto en una cortina de lluvia, susurros de agua que acariciaban la tierra como un lamento melancólico. Las sombras de unos felinos se deslizaban entre los árboles, movimientos ágiles y sigilosos que apenas perturban el murmullo de la tormenta. El constante repiqueteo de la lluvia era interrumpido por maullidos que se alzaban como relámpagos en la oscuridad, cortantes y desafiantes, mientras unas garras chocaban con un estrépito amortiguado por el suelo embarrado. Cada silueta, cada figura felina, se convertía en un destello fugaz bajo el resplandor intermitente de los relámpagos, reflejando en sus ojos el ardor de la batalla y la ferocidad de sus instintos.
En lo profundo de la batalla se encontraba una pequeña guarida, aplastada y mojada. Destellos de pelo relucían entre esta y unos pequeños maullidos salían de ahí, apenas audibles. Las ramas de la guarida se retorcieron y un gran gato blanco tapó aquella entrada bufando a las masas de gatos que se acercaban.
— ¡Nevado! ¡Nevado! ¡Déjame salir! ¡Quiero ayudar a mi mamá! — Un chillido interrumpió los constantes maullidos de otros cachorros.
El gran gato, Nevado, ladeó la cabeza con los ojos entornados de preocupación.
— ¡Pequeño León! ¿Estás loco? — siseó el viejo.— Tu eres un cachorro y no saldrás pase lo que pase. ¡Deja de molestar a los pequeños!
El cachorro soltó un quejido y luego retrocedió, apenas podía ver lo que pasaba afuera, solo escuchaban siseos y bufidos, y quería ayudar.
— Pequeño León — un susurró lo llamó y el cachorro se retorció entre el pequeño espacio, vio una silueta mojada—. Encontré una salida. — dijo el gato con los ojos desorbitados.
El felino devolvió la mirada al gato, era Roblecillo, su mejor amigo, parecía que ya había logrado salir. Intercambiaron una rápida mirada y se colaron entre unas espinas huecas de la guarida. Procurando ser silencioso, el cachorro avanzó lentamente, luego se dio cuenta de que su amigo se había adelantado. Cuando logró asomar su pequeña cabeza, Pequeño León se quedó tieso por lo que vio.
Podía distinguir las figuras moviéndose entre peleas, el suelo estaba pegoteado de sangre y el aire estaba cargado de pánico. Entonces se acordó de su madre. Movió los ojos de lado en lado para buscarla entre la pelea y no la encontró. Avanzó,desesperadamente, maullando a su madre, inconsciente de que se estaba metiendo en el centro de la pelea. Escuchaba maullidos de advertencia y el frenesí de la pelea, pisadas que se acercaban hacia él frenéticamente, pero estaba absorto.
Escuchó un aterrador chillido de dolor que fue cortado al instante. Pequeño León entornó los ojos de miedo, el grito era de Roblecillo. Aterrado vio como el cuerpecillo de su amigo colgaba de las fauces de un gato.
— ¡Roblecillo! — chilló el cachorro con los ojos entornados.
Volteo hacia la dirección de la que había provenido el maullido. Quería saber si su amigo estaba bien, quería saber si su madre estaba bien. ¿Dónde estaba? Empezó a temblar desde las patas hasta la cabeza de repente, sintió un punzante dolor en la oreja, no se había dado cuenta que un felino gigantesco se había acercado y lo estaba mordiendo con ferocidad.
— ¡Pequeño León! — alzanzò a oír el cachorro—. ¡Cuidado!
El pequeño felino en ese momento quedó paralizado. Vio la figura rojiza de su madre saltando delante de él. Demasiado asustado cerró los ojos con fuerza, incapaz de moverse. Cerca de sus oídos se empezaron a oír bufidos y siseos, sentía como si le estuvieran susurrando los sonidos de la guerra. En un mortífero instante, dos sonidos le anunciaron que uno había caído, un aullido de dolor y un seco sonido de la tierra que se extendió por todo el campamento. Pequeño León abrió los ojos de golpe con esperanza desesperada de que el gato que cayó fuera el enemigo y no su madre.
Percibió las miradas de todos los gatos de la hondonada. La lluvia caía pesadamente sobre su espeso pelaje. Sintió el viento golpeando sus orejas en dirección al gato caído. A sus zarpas le llegó el frío tacto de la sangre que corría sobre la superficie arenosa.
Todo pasó tan dolorosamente lento para Pequeño León, las peleas se habían detenido, todos los ojos gatunos clavados en el gato caído y en el cachorro dorado de pelaje erizado.
Pequeño León deseo nunca haber levantado la mirada.
Encima del suelo teñido de rojo había una figura felina, aquella silueta cubierta por la lluvia y las sombras levantó el hocico para mirar por última vez a el cachorro, sus ojos llenos de amor perdieron el brillo en un terrible instante.
Era Media Hoja, su madre.

Nota de Kae: Se que es muy corto, pero no hay ideas.

LA SENDA DEL GUERRERO -  LOS GATOS GUERREROS FANFICDonde viven las historias. Descúbrelo ahora