31. Desenmascarados

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Salgo del tribunal con el corazón desembocado. Andrea y Catalina se despiden con un firme apretón de manos. Les agradezco una vez más por toda su ayuda.

Cuando me encuentro con Martín en el coche, mi teléfono vibra ante la insistencia de una llamada de mi hermana. Le informo sobre éxito del juicio y las evaluaciones positivas de los profesionales que avalan mi aptitud para obtener la custodia de Deian. Aunque es temporal, confío en que la aprobación definitiva no tardará en llegar.

—Sabía que te otorgarían la custodia, pero me alegra que finalmente haya sucedido. Estoy muy feliz, Arden.

—Gracias, Becca.

—¿Te parece si organizo un almuerzo para celebrar?

—Está bien. En aproximadamente una hora estaremos en casa. Nos vemos allí.

—Adiós, te quiero.

La llamada termina antes de que pueda responderle. Frunzo el ceño, sorprendido. Está emocionada, ¿pero tanto como para pronunciar esas palabras que solo dice una o dos veces al año? Esbozo una media sonrisa.

Valoro su presencia en mi vida. Su cariño incondicional por mi hijo, a pesar del dolor que experimentó por la pérdida del suyo, es algo que aprecio profundamente.

Martín conduce hacia el orfanato, donde Deian me espera. Durante el trayecto, repaso los documentos que el juez me entregó y los que debo presentar para formalizar la salida del niño. Al llegar, lo veo sentado junto a Daphne en una banca del patio, los pies del rubio se balancean suavemente, sin tocar el suelo, y sus manos descansan en el banco desgastado. Alza la mirada y, al observarme, una sonrisa radiante, capaz derretir el hielo más frío, ilumina su rostro.

Incorporándose de un salto, extiende sus brazos al correr hacia mí. Lo recibo en mis brazos, y en ese gesto, las dudas que me asaltaron toda la noche, mientras velaba su sueño, se disipan. Había pensado que, tras un día en casa y el regreso a este lugar, él reconsideraría su decisión.

—¡Has vuelto por mí! ¡No has cambiado de opinión! —exclama con una fuerza en su abrazo que transmite tanto alivio como alegría.

Me doy cuenta que sus temores son los míos. Y es que la realidad nos golpea: la vida nos ha enseñado a ser cautos con nuestras esperanzas, a teñirlas de incertidumbre, de una angustia latente. Esperar lo que deseamos con un peso en el corazón y con la penosa tarea de convencernos a nosotros mismos de que podríamos sobrevivir una nueva desilusión.

—Te di mi palabra de que regresaría después del juicio, y aquí estoy.

—Tú me quieres mucho —afirma.

—Sí, así es.

—Lo sé. Ya no tengo dudas de eso —dice con una seguridad que me sorprende ligeramente. Luego añade—: Bluey siempre dice que cumplir nuestras promesas a las personas que queremos es la máxima expresión de amor.

Dirijo la mirada hacia la mujer que aún permanece sentada, sin mirarnos.

—Tiene razón —en un movimiento delicado, lo alzo en mis brazos al levantarme—. ¿Estás listo para ir a casa?

—¡Si!

—Dime, ¿cómo te fue hoy? —le pregunto mientras nos acercamos a la pelirroja que, al notar nuestra cercanía, se levanta con una serenidad fingida.

—Fue genial, comí un montón y me divertí con mis amigos. Ellos están felices porque ahora tengo un papá, pero también están tristes porque ya no nos veremos más, como nuestros compañeros, nunca regresaron. No tener amigos con quienes jugar me hace sentir un poco melancólico.

Lo escucho atento. Pero no sé qué decirle. Miro a Daphne, buscando ayuda. Entonces, ella interviene.

—Tus amigos siempre serán parte de tu vida, cariño, sin importar la distancia —su voz es suave—. Y ahora tendrás la oportunidad de hacer nuevos amigos.

Tras un breve momento de reflexión, Deian asiente. Sonríe con alegría. Daphne también muestra una sonrisa, reflejando un alivio evidente al ver que las preocupaciones del niño han disminuido. Nuestras miradas se cruzan, y en el silencioso intercambio, la curva en sus labios se desvanece poco a poco.

DOZVERT © [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora