Jaque Mate

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El sonido de las sirenas haciendo eco dentro de la cabeza de Klaus una y otra vez como notas de una canción mal hecha le anunciaban que probablemente su tiempo había terminado, pero el único que decidía eso era él, nadie más podia tomar una decisión en su lugar, ya no.

Se detuvo a mitad de las escaleras, la herida en su abdomen ardía sin siquiera tocarla, sabía que estaba perdiendo sangre y aun así se sentía tan lleno de vida. Llevó una mano a la mancha sobre su ropa y presionó fuerte, la sangre resbaladiza y caliente le produjo escalofríos, eso probablemente dejaría una cicatriz muy grande. Se miró los dedos, rojos, una imagen digna de una obra de arte y los lamió para sentir el sabor amargo hasta que las nauseas y arcadas se hicieron presentes y cayó de rodillas sobre los escalones vomitando la sangre que debería estar dentro de sus venas.

–Mierda...

–¡Klaus! –el chico levantó la mirada, entre las sombras podía distinguir un leve vestigio de lo que parecia ser una persona, un chico tal vez–, Klaus, soy yo, Marco, estás... te ves muy mal, tenemos que ir al hospital, la policía esta en camino, alguien los ha llamado.

–Oye, Marco... ¿por qué siempre fuiste tan bueno conmigo? –con las pocas fuerzas que existían dentro de su cuerpo Klaus se dio media vuelta en el suelo quedando boca arriba, le costaba enfocar la mirada, le costaba respirar, vivir le estaba costando cada segundo.

–Eres un chico bueno Klaus, no eres el monstruo que los demás te hicieron creer –tomó su mano–, yo sé que no eres malo pero las vidas que arrebataste hoy te costaran muy caro y todo probablemente porque subí un video donde me mamas la polla –rio.

El corazón de Klaus pareció detenerse, nada más que un frío ensordecedor recorrió su cuerpo de pies a cabeza. ¿Qué mierda acababa de decir? ¿Acaso había escuchado mal? Klaus se reincorporó en su lugar juntando todas sus fuerzas por última vez, la realidad era que haber escuchado a Marco le habia dado el subidón de adrenalina suficiente para dejar de sentirse mal y querer arrancar una última vida del plano terrenal antes de que la propia se desvaneciera.

–Tú...

–Yo –sonrió–, siempre fui yo Klaus, ¿no es gracioso? El hecho de que vayas a morir o termines en prisión por un simple arranque de ira descomunal que te provocó un video tuyo que yo puse en redes sociales y aún así confiaste en mí más que nada.

En el impulso frenético de querer abalanzarse hacia él y arrancarle los ojos de un tirón, Klaus logró empujarlo por las escaleras pero Marco parecía tenerlo previsto, cada paso, cada acción desde aquel instante acostado en su cama, a través de una pantalla el día de su cumpleaños. Marco siempre iba un paso adelante. Esquivando a Klaus se hizo a un lado, los pasos débiles y moribundos de este se aferraron con odio al suelo y antes de ser él quien cayera por las escaleras, tomó del cuello de la camiseta a Marco llevándolo consigo escaleras abajo.

Silencio. El silencio lo llenó todo por incesantes segundos que parecieron horas y después, una respiración agitada, gimoteos y un sollozo ahogado que se abrió paso a través del silencio y la oscuridad.

Klaus abrió los ojos, se sentía agotado, sin fuerzas, muerto. Giró la cabeza. A un par de metros de él había un niño pequeño, sin ropa, sucio, llorando a mares como si acabara de perder lo más preciado de su vida. Klaus lo miró, la imagen era tan familiar.

El niño se limpió los ojos con el dorso de la mano y levantó la mirada, sus ojos rojizos aun en la oscuridad eran notorios, la suciedad en su rostro y los moretones en su cuerpo le daban un aspecto penoso, Klaus lo conocía, ¿cómo no recordar su propia imagen de pequeño? Vio al niño recostarse sobre el suelo, su pecho subiendo y bajando le decía que intentaba tranquilarse, sus manos cubriendo su boca probablemente para no alertar a alguien de su llanto. Pobre niño, tan miserable, ¿quién le hizo tanto daño? Klaus suspiró y el niño pareció darse cuenta de su presencia, levantó la mirada, asustado, aterrado y se levantó corriendo en dirección opuesta para desaparecer a mitad del pasillo.

"No eres real", pensó Klaus. "Nada de esto es real".

Sintió un par de manos alrededor de su cuello que lo trajeron a la cruda realidad con más antelación de la que hubiera querido.

Intentó girarse en su lugar pero el cuerpo que tenía sobre él se aferraba con demasiada fuerza, arrebatándole el aire de los pulmones, haciendo que su rostro se tornara azulado y su visión vacilara. Klaus estiró la mano y tanteó el suelo cerca de él, sabía que su navaja había caído por algun lugar pero tener a Marco a horcajadas sobre él no lo dejaba concentrarse y las voces en su cabeza no eran de mucha ayuda.

Atrás, atrás. Del otro lado, Klaus. Mátalo.

Estiró la otra mano, palpando el suelo hasta dar con el frío filo de la sucia navaja, la empuñó con demasiada fuerza y la clavó en el costado de Marco. El chico gritó de dolor y cayó directo al suelo.

–¿Crees que puedes matarme? ¿Crees que eres capaz de hacerme daño siquiera?

Marco no respondió, se levantó del suelo a duras penas y echó a correr por el pasillo hasta perderse tras doblar por el mismo fuera del campo de visión de Klaus.

Estaba agotado, exhausto, ¿realmente valía la pena seguir? Todos estaban muertos, pero no le causaba ninguna sensación, seguía sintiéndose miserable, iracundo, quizá el único que desde un principio debió morir era él y nadie más que él. Sabía que no tenía tiempo, su vida se escurría entre sus manos con cada minuto. Las sirenas que por un rato había dejado de prestarle atención ahora parecían estar a unos metros de él.

Es hora. Hazlo. Hazlo. Hazlo. Acaba con todo. ¡Ja, ja, ja, ja! MÁTATE YA.

Klaus miró la puerta del laboratorio, estaba cerrada. Le bastó un par de golpes con el extintor para que el candado cayera roto al suelo. Encendió la luz, caminó hasta la vitrina y se detuvo antes de abrirla, realmente era malo en química, pero esperaba que algo de todo eso funcionara.

En una esquina del estante había un contenedor de metal.

PELIGRO
SUSTANCIAS INFLAMABLES.

Klaus tomó el contenedor y lo tiró al suelo. Su corazón parecía estar calmado, en paz. Quizá aquella era la única salida, quiza aquella debió ser la única solución después de todo.

–Lo siento má...

Arrojó el cerillo al líquido que escurría por el suelo del laboratorio, este produjo una pequeña llamarada que hizo a Klaus dar un paso atrás. Y mientras las llamas escalaban las paredes y lo consumía todo a su paso, volvió a verlo, al niño indefenso y débil al final de la habitación, del otro lado de las llamas. Era él, el pequeño Klaus.

–No eres real –dijo firme.

–¡Klaus, ven a jugar conmigo! –rio–, ¡Klaus, ven ya!

Klaus dio un paso adelante, luego otro, vacilante. Extendió la mano, sintió el toque cálido de aquella pequeña mano que le brindaba confort, paz, un amigo en quien confiar y atravesó las llamas abrasadoras hasta ser consumido en su totalidad.

Al fin podrás ser feliz, Klaus.

FIN

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