Prologo

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"El odio es solo una manera de amar que no ha encontrado la manera de expresarse correctamente"- Lil Wayne.

Isabella

Varese, Italia

Mi casa era pintoresca, estaba en un pueblo algo perdido cerca de Milán. Tenía una puerta azul que llamaba bastante la atención, y una escalera de madera pegada a la casa que solía invitar a las parejas para que fueran a intercambiarse unos besos allí cuando no había nadie, aunque a veces sí solían hacerlo cuando yo estaba, y debo admitir que era de lo más incómodo. Sin embargo, a pesar de eso, nunca quise deshacerme de esa escalera, y ni de esa casa, aunque era la primera vez que pisaba en ella después de más de quince años.

Miré la televisión en la esquina de la cocina, viendo la imagen de los coches corriendo a toda velocidad, y escuchando al locutor decir quién iba ganando. No me sorprendió nada escuchar el apellido López saliendo de su boca. Obviamente era el ganador de casi todas las carreras el muy cabrón. Mi garganta se apretó mientras retorcía el anillo de mi dedo medio. Ver las carreras era algo que me causaba cierta emoción, quizás un poco de pánico.

Mientras ellos estaban ahí corriendo, mi vida estaba a punto de cambiar por completo. Debería decidir si me quedaba allí con mi hermano, o si volvería a Barcelona. Pero, al estar allí mirando esa televisión, y mirando el salón donde recibí aquella notícia, me di cuenta de que todavía no estaba preparada para volver. La rabia y la culpa seguían ardiendo en mi interior.

Escucho las voces de la calle llegando a mis oídos, y sonrío al ver que alguien adentra la puerta, como si la casa fuera suya.

Ver la sonrisa de Valentina, hizo que toda la tensión que llevaba en mi interior se calmara casi al instante. Era algo bajita, con su pelo castaño y ojos verdes. La típica italiana de toda la vida.

Por la mirada condescendiente que me lanzó supe que sabía muy bien lo que yo estaba sintiendo en ese momento.

- Te dije que todavía no estabas preparada para volver, cara mía.

Me moví sobre mis pies con una sonrisa algo falsa, por razones algo obvias para nosotras dos. La verdad es que hacía tiempo que no escuchaba ese apodo cariñoso. Ya habían dejado de llamarme así desde que... todo ocurrió. Pero, creo que el motivo fue más por la pérdida de contacto que por otra cosa.

Yo no era alguien con un genio fácil de lidiar, y la verdad es que me volví algo distante después de todo. Quizás por las responsabilidades que pasé a asumir, o por toda la carga emocional que conllevaba todo lo que había pasado. Pero, estar allí, y mirando a esos ojazos verdes que crecieron a mi lado me hacían recordar la persona que fui, y que seguía teniendo a gente de mi parte, aunque solo hablara con ellas una vez cada seis años.

- Estás... diferente - digo educada evaluando su pelo ahora corto, y su tripa de embarazada.

Valentina estaba casada con Stefan Pacino, dueño de una de las mayores empresas inmobiliarias del país. A veces me preguntaba si los dos siempre habían estado enamorados, desde cuando ambos se tiraban lápices a la cabeza, o si todo surgió... después.

- Creo que seis años es más que suficiente para que se note algo de cambios, ¿no? - ella dice con otra sonrisa.

- No pareces enfadada.

- No lo estoy. Después de todo no tenías más razones para volver, y lo entiendo.

Habían pasado años desde lo ocurrido, y juré que jamás volvería a hablar del tema, principalmente por mi hermano pequeño. Él era un niño, y no era justo que tuviera que cargar con todo eso desde tan joven.

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