Era un día luminoso y claro de 1997, en el parque central de un pequeño pueblo arrullado por montañas que parecían vigilarlo desde la lejanía. Los niños del lugar solían reunirse allí después de la escuela y durante los fines de semana para disfrutar de los pocos juegos que el parque ofrecía: unos columpios que chirriaban con cada vaivén, un tobogán descolorido y la gran atracción, un carrusel que aún conservaba algo de su pintura original.
Martina estaba allí, como cada sábado, su día preferido de la semana. No solo porque no había escuela, sino porque era el día en que su madre le permitía quedarse en el parque hasta el atardecer. Su amigo Tomás, un niño de su edad, alto para su edad y siempre con una sonrisa, había prometido llevarle una sorpresa ese día. Martina, impaciente y curiosa, no dejaba de preguntarle sobre ello mientras jugaban en los columpios.
Finalmente, cuando el sol comenzaba a descender, pintando el cielo de tonos naranjas y rosados, Tomás dijo, "Ahí viene mi sorpresa", señalando hacia la entrada del parque. Martina se giró para ver a un chico de cabello castaño y ojos inquisitivos que se acercaba con paso tímido pero seguro. Era algo más alto que Martina, llevaba una camiseta con un estampado de dinosaurios y sostenía un libro bajo el brazo.
"Martina, quiero que conozcas a Javier. Se acaba de mudar al pueblo desde la ciudad y pensé que podrías enseñarle el lugar," explicó Tomás, mientras los presentaba.
El primer intercambio de miradas entre Martina y Javier estuvo lleno de una mezcla de timidez y curiosidad. Javier, notando el interés de Martina por el libro que llevaba, decidió usarlo como un puente para iniciar la conversación. "Es 'El principito', ¿lo has leído?" preguntó, extendiendo el libro hacia ella.
"¡Sí! Es uno de mis favoritos," respondió Martina, sintiendo cómo el hielo inicial se rompía entre ellos. "¿Quieres que te muestre el parque?" añadió con entusiasmo.
Javier asintió, y con esa simple aceptación comenzaron a caminar juntos, guiados por Martina, quien con orgullo les mostró cada rincón del parque: desde el viejo carrusel hasta el escondite secreto detrás de los arbustos grandes donde solía leer. Javier escuchaba atentamente mientras observaba todo con ojos de quien ve un mundo nuevo.
A medida que la tarde se desvanecía en la penumbra del crepúsculo, los tres niños decidieron que era el momento perfecto para una aventura final: una búsqueda del tesoro improvisada que Tomás sugirió. Utilizaron piedras, hojas y cualquier objeto pequeño que pudieran encontrar como "tesoros" escondidos, creando mapas imaginarios que solo ellos podían descifrar.
La búsqueda llevó a Martina y Javier a colaborar estrechamente, negociando roles de liderazgo y estrategias de búsqueda. Martina, normalmente la líder indiscutible cuando jugaba con Tomás, encontró en Javier a un compañero igualmente capaz y creativo, lo que fortaleció su respeto y admiración hacia él. Javier, por su parte, se sintió acogido y valorado, apreciando la energía y la agudeza de Martina.
Cuando los padres de Martina llegaron para recogerla, Javier sintió una punzada de tristeza al pensar que el día había llegado a su fin. Sin embargo, Martina rápidamente disipó esa tristeza con una invitación. "Mañana volveré al parque. ¿Vienes?" le preguntó con una sonrisa.
Javier asintió, emocionado y ansioso por continuar la nueva amistad que había brotado tan natural y rápidamente. A medida que se despedían, ambos sintieron que aquel sábado no había sido un día común. Había sido el comienzo de algo especial, aunque ninguno de los dos podía prever cuánto cambiaría realmente sus vidas.
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Hojas de Arce y Estrellas Fugaces
RomanceEn el tranquilo pueblo de Maplewood, dos almas jóvenes, Martina y Javier, se encuentran por casualidad y tejen una amistad que desafía el tiempo y el espacio. Desde los verdes prados de su infancia hasta los desafíos de la adultez, "Hojas de Arce y...