Al día siguiente, Javier se despertó con una sensación de anticipación que no había sentido desde antes de la mudanza. El encuentro con Martina y Tomás había sido un bálsamo para el desasosiego que le había causado dejar la ciudad y todos sus amigos atrás. Esa mañana, tomó su desayuno casi sin saborear la comida, impaciente por regresar al parque.
Cuando llegó, encontró a Martina ya esperándolo con un libro en mano y una sonrisa radiante. "Pensé que podríamos leer un poco antes de jugar," sugirió ella, mostrando otro ejemplar de "El principito". Javier aceptó de inmediato, y se sentaron bajo la sombra generosa de un viejo roble, leyendo en voz alta el uno para el otro, compartiendo sus pasajes favoritos y discutiendo lo que significaban para ellos.
Esa mañana de lectura y conversación se convirtió en la primera de muchas, y con cada día que pasaba, Martina y Javier tejían más fuerte el hilo de su amistad. Hablaban de todo: sus familias, sus sueños, sus miedos. Javier, que había temido no encontrar amigos en este nuevo lugar, se encontró confiando en Martina más de lo que había confiado en casi cualquier otro amigo antes.
La llegada del otoño trajo consigo nuevos rituales. Los fines de semana, acompañados a veces por Tomás y otros amigos, recogían hojas caídas y exploraban los senderos que bordeaban el parque. Martina mostró a Javier el arte de encontrar bellotas perfectas, y juntos inventaron historias sobre criaturas mágicas que vivían en el bosque alrededor de su pueblo.
Un día, mientras caminaban de regreso a casa después de una tarde de exploración, Javier se detuvo y recogió una hoja de arce roja y brillante, entregándosela a Martina como un tesoro. "Para que siempre recuerdes este otoño," dijo él con una timidez que escondía un fondo de emoción sincera.
Martina aceptó la hoja, sintiendo un calor especial en su pecho. "Voy a guardarla en un libro, así no se estropeará," respondió ella, su voz cargada de un cariño palpable. Ese gesto simple, pero significativo, se convirtió en un símbolo de su amistad, uno lleno de promesas no dichas y de futuros compartidos.
Cuando el invierno cayó sobre el pueblo, cubriendo el parque con una manta de nieve, sus aventuras se transformaron en batallas de bolas de nieve y tardes de patinaje sobre el lago congelado. La risa de Martina, clara y brillante contra el silencio amortiguado por la nieve, era el sonido favorito de Javier. A su vez, la capacidad de Javier para hacer que cada día se sintiera como una nueva aventura llenaba los días de Martina de una alegría inesperada.
Con cada estación, la conexión entre ellos se profundizaba, fortaleciéndose a través de las experiencias compartidas y los momentos tranquilos. Para Javier, Martina se convirtió en el vínculo que unía su pasado en la ciudad con su presente y futuro en el pueblo. Para Martina, Javier se convirtió en el espejo en el que podía ver reflejada la mejor versión de sí misma.
Sin embargo, no todo era perfecto. Había días de desacuerdos y malentendidos, típicos de cualquier relación cercana. Un día en particular, mientras discutían sobre un proyecto para la escuela, las palabras superaron la barrera de la paciencia y ambos se retiraron, heridos y molestos. Pero incluso este conflicto sirvió para fortalecer su relación, pues al reconciliarse, ambos aprendieron la importancia de la comunicación y el respeto mutuo.
La amistad entre Martina y Javier se había convertido en el eje alrededor del cual giraban sus vidas. Y mientras el pueblo se preparaba para recibir la primavera una vez más, ambos sabían, sin necesidad de palabras, que lo que habían construido juntos era algo que ambos atesorarían, sin importar qué trayectorias pudieran tomar sus vidas en el futuro.
ESTÁS LEYENDO
Hojas de Arce y Estrellas Fugaces
RomanceEn el tranquilo pueblo de Maplewood, dos almas jóvenes, Martina y Javier, se encuentran por casualidad y tejen una amistad que desafía el tiempo y el espacio. Desde los verdes prados de su infancia hasta los desafíos de la adultez, "Hojas de Arce y...