A medida que la primavera volvía a vestir el parque con tonos de verde y el aire se llenaba del perfume de las flores en brote, Martina y Javier continuaban descubriendo las pequeñas alegrías del día a día. Un sábado, decidieron madrugar para ver el amanecer desde la cima de la colina que dominaba el pueblo, una idea que a Javier se le ocurrió después de leer un libro sobre aventuras al aire libre.
Empacaron algunas mantas, termos con chocolate caliente, y una pequeña caja de galletas caseras que Martina había preparado la noche anterior. Aunque el despertar fue temprano y el camino empinado, el esfuerzo valió la pena. Llegaron cuando el cielo aún estaba oscuro, salpicado de estrellas, y se acomodaron en la cumbre para esperar el espectáculo celestial.
Sentados uno junto al otro, envueltos en una manta, observaron cómo los primeros rayos de sol asomaban tímidamente. Los colores del cielo cambiaban de un oscuro azul noche a un rosa suave y luego a un naranja brillante. Martina apoyó su cabeza en el hombro de Javier, y él, por instinto, le rodeó con el brazo, protegiéndola del frío matinal. En ese momento, compartiendo el calor y la belleza del amanecer, ambos sintieron una profunda conexión, no solo con el mundo natural sino entre ellos.
A medida que el sol ascendía, comenzaron a hablar de futuros sueños, de lo que esperaban de la vida. Javier confesó su deseo de ser biólogo, impulsado por su amor hacia la naturaleza y los animales, mientras que Martina compartió su sueño de escribir un libro, una novela que pudiera tocar los corazones de quienes la leyesen. Escuchándose el uno al otro, reforzaron un lazo de apoyo mutuo y admiración.
Durante las tardes de ese mismo verano, desarrollaron un nuevo pasatiempo: la fotografía. Javier había encontrado una vieja cámara en el ático de su casa y, junto a Martina, comenzó a documentar su entorno y los momentos que compartían. Aprendieron juntos, celebrando cada buena toma como un pequeño triunfo, cada error como una lección. Martina especialmente amaba cómo Javier veía el mundo a través del lente, siempre buscando belleza en los rincones más inesperados.
Un día, mientras exploraban un sendero poco conocido que seguía el curso de un riachuelo, decidieron desviarse del camino marcado, guiados por la curiosidad y el sonido de una cascada no muy lejana. La búsqueda los llevó a un pequeño claro, donde el agua caía sobre rocas musgosas, creando un pequeño arcoíris con sus gotas. El lugar era un secreto escondido, un tesoro que decidieron mantener solo para ellos. Sentados allí, con el sonido del agua como música de fondo, Martina sacó su cuaderno y comenzó a escribir un poema, inspirada por el lugar y su compañía. Javier, por su parte, capturó el momento con su cámara, cada foto un intento de congelar el tiempo.
A medida que los años pasaban, cada estación traía consigo nuevas aventuras y oportunidades para crecer juntos. Sus caminatas se convirtieron en una serie de exploraciones que los llevaron a conocer cada rincón del bosque cercano, cada historia que el pueblo tenía para contar. Y mientras caminaban, hablaban de todo y de nada, cómodos en silencios llenos de entendimiento y risas que resonaban entre los árboles.
Estas experiencias compartidas no solo enriquecían sus días sino que también tejían una complicidad y un entendimiento mutuo que se profundizaba con el tiempo. Cada pequeña aventura, cada conversación, cada sueño compartido, los unía más, construyendo un cariño y una comprensión que se arraigaba profundamente en sus corazones, prometiendo perdurar a través de los años venideros.
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Hojas de Arce y Estrellas Fugaces
RomanceEn el tranquilo pueblo de Maplewood, dos almas jóvenes, Martina y Javier, se encuentran por casualidad y tejen una amistad que desafía el tiempo y el espacio. Desde los verdes prados de su infancia hasta los desafíos de la adultez, "Hojas de Arce y...