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“Tengo reservado el hotel pero con estas ganas no vamos a llegar.”

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Sus tacos de aguja hicieron ruido al hacer contacto con el asfalto, haciéndola suspirar al saber que tendría que caminar con ellos por unos cuantos minutos para llegar al destino que tanto anticipaban. Sus manos se dirigieron a sus brazos en busca de frotarlos y realizar esa fricción que ayudaría a su cuerpo a acostumbrarse a la diferencia de temperaturas del interior del auto con las del ambiente fuera de este; Buenos Aires se encontraba en una época donde sus días podían ser los más calurosos pero en las noches la frescura era algo que solía molestar a sus cuerpos vestidos por solo un par de conjuntos de fiesta donde mientras menos se tapara, era mejor. Ariana relamió sus labios y revisó una vez más su dispositivo celular antes de guardarlo frustrada, cruzándose de brazos mientras seguía esperando por su hermano.

—¿Por qué no lo llamás vos? —Lisandro la miró atento, comenzando su caminata una vez la alcanzó.

—Porque no hice nada malo como para tener que ser yo la que lo llame a pedirle perdón. —Bufó, ignorando las mil y un razones por las que sí debía de hacerlo. —Lo mío con Matias no tiene ni sentido, solo está para cagarme la vida. —Habló desde la bronca.

Apenas había llegado a casa tuvo que dejar a su amiga esperando en el piso de abajo debido a que su novio había decidido reclamarle absolutamente de todo apenas la vió cruzar la puerta, sin siquiera pensar en la presencia ajena en el hogar. Ambos se habían encerrado en la pieza que solían compartir y discutieron como venían haciendo todas las vacaciones hasta por las cosas más simples e innecesarias, simplemente dejando salir sus problemas en el otro. Hasta las ganas de salir le había quitado.

—Y cortale entonces, no vale la pena estarte amargando por un pelotudo. —Negó, bajando su mirada al suelo mientras caminaban a la par.

Pero Lisandro nunca lo entendería.

Siempre había sido el hijo favorito, el hijo que siempre supo lo que quería para su vida y que hoy triunfaba para mantener a su familia tras tanto sacrificio. Nada parecido a ella. Ariana había tenido que vivir a la sombra de Lisandro toda su vida, siendo la hija rebelde y que tenía que aprender de su hermano en absolutamente todo para que tuviera su mismo éxito en la vida; por eso era como era. Debía mantener una imágen correcta, siempre verse presentable, tener sus modales frente a las cámaras, tener una carrera profesional, buena vida social y una pareja estable. Debía tener su vida en orden para pretender ser esa hija ejemplar que todos creían que era. Y que ella quería creer que era.

—¿Mañana venís a casa? —Ofreció en un tono más tranquilo al que venía hablando, cambiando de tema sin mucho más. —Vienen mamá y papá a almorzar.

Lo vió asentir. —Es mi último día acá antes de volver a Mánchester, así que sí.

Ariana suspiró, acariciando sus propios brazo una vez más hasta finalmente detenerse frente a lo que parecía ser el club al que tenían pensado asistir y donde los chicos debían ya estar adentro esperando por ellos. Quería preguntarle eso que tanto tenía en su cabeza desde temprano pero sabía que no terminaría bien y realmente no quería arruinarse más la noche.

—Seguro me vaya antes hoy, vine solo para distraerme un rato. —Avisó, acomodando su pequeño bolso sobre su hombro.

—Bueno, avísame que te llevo…

—No, tranqui, me pido un auto. —Se negó de inmediato, sin querer molestar de más a su hermano. —Vamos mejor. —Señaló el interior con su cabeza, no queriendo permanecer un segundo más afuera con la temperatura molestando su cuerpo.

Se adentraron en el club e inmediatamente pudieron localizar a lo lejos a su grupo de amigos, con los gritos de Nicolás agitando al ritmo de la música y al resto bailando a la par de la misma. Como siempre. No tardó en visualizar a su amiga, quien claramente ya no se encontraba sola pero que apenas la vió acercarse, hizo lo mismo solo para saludar al par de hermanos. Sabía que mucho no durarían juntas ya que en segundos pudo ubicar a su objetivo esa noche y todos sus problemas se esfumaron en el instante en que cruzaron cómplices miradas, viendo como esbozaba una sonrisa traviesa en su rostro antes de llevar su vaso lleno de algún líquido alcohólico a sus labios. Se veía hermoso vestido de colores oscuros y ese color rojizo aún presente en su clara piel.

EUROPA. | PHIL FODEN, ENZO FERNÁNDEZ. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora