Capítulo 1: El escondite

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El sol brillaba en lo alto tiñendo de dorado el trigo y la hierba. La suave brisa primaveral mecía las hojas de los árboles llenando el aire con un susurro plácido. Roy, un fornido hombre de campo, corría entre los cultivos persiguiendo la risa juguetona de su hija, Lili.

—Por aquí, papá —gritó Lili asomando la cabeza tras el granero.

—Te encontraré —respondió Roy entretenido corriendo en dirección a la pequeña niña—. ¡Aquí estás! —exclamó cuando la alcanzó, cogiéndola en brazos y alzándola hasta lo más alto.

—¡Papá! —gritó Lili riendo con ganas—. ¡Papá!

Roy agarró fuerte a su hija y comenzó a girar sobre sí mismo haciéndola volar suavemente a su alrededor.

—¡Más! ¡Más! —exclamó la pequeña entre risas.

Roy la lanzó a lo alto y la agarró al vuelo, justo antes de que tocase el suelo.

—Ahora me toca a mí esconderme —dijo dándole un beso en la frente.

La niña asintió. Apartó el cabello blanco que caía sobre su rostro y sonrió mostrando el diente faltante que tenía.

—Escóndete, papá. Yo te encontraré.

Roy asintió. Lili se apoyó en la pared del granero ocultando la cabeza entre sus pequeños brazos y comenzó a cantar la canción del escondite.

—El conejo se ha escondido
»en la esquina de un trigal.
»El lobo lo ha perdido,
»lo tiene que ir a buscar.
»Uno, dos, tres,
»conejo, escóndete.
»Uno, dos y tres,
»sale el lobo buscándote.
»El conejo se ha escondido
»en la esquina de un trigal.
»El lobo lo ha perdido,
»lo tiene que encontrar.

Terminó la canción entre risas y se destapó los ojos. Miró alrededor buscando el gran cuerpo de su padre. No tardó en verlo, escondido detrás de varios fardos de heno.

—¡Papá! ¡Escóndete bien! —gritó enfadada por haberlo encontrado tan rápido—. Así no tiene gracia.

Roy abrazó a Lili con cariño.

—Bueno, ahora te toca a ti esconderte —dijo dándole otro beso en la frente.

—Pero la próxima vez te vas a esconder mejor —declaró Lili.

—La próxima vez me voy a esconder mejor —declaró Roy aceptando la petición de su hija.

El viento se levantó un poco más intenso. La hierba se movió formando olas a su paso. Algunas hojas de los árboles de la pradera cayeron al suelo.

—No me encontrarás, papá —exclamó la niña corriendo hacia una pequeña arboleda. Aquel valle estaba en el centro de un denso bosque que impedía el acceso desde el exterior. En la linde del bosque había varias arboledas repartidas a la distancia. La casa de Roy y Lili estaba cerca de una de ellas.

Roy sonrió al ver a su hija esconderse detrás de uno de los árboles. Caminó hacia ella con paso decidido. Por un momento sintió que alguien lo observaba desde la distancia. Miró alrededor y le pareció ver a una mujer de largos cabellos blancos observarlos, pero, cuando parpadeó, no había nadie. Algo se encogió en su pecho, presionando su corazón con fuerza.

—¿Lili? —llamó mientras se acercaba al árbol. La niña no contestó.

El viento soplaba ya con fuerza trayendo nubes de tormenta al cielo, por lo demás, claro y apacible.

—¿Lili? —volvió a llamar Roy cada vez más cerca del árbol tras el que se había escondido su hija.

Nuevamente le pareció ver a la mujer de blancos cabellos, esta vez entre los árboles.

—¿Lili? —preguntó cuando al fin llegó al árbol tras el que se haba escondido la niña. Se asomó con ansias por ver la blanca cara de su pequeña, pero allí no había nadie.

Roy despertó sobresaltado con el sonido de la tormenta que había en el exterior. Una gotera marcaba el ritmo de los segundos cayendo dentro de un cubo metálico. Habían pasado cinco días desde que Lili había desaparecido, cinco días en los que no había parado de llover y Roy no había parado de buscarla. Había ido puerta por puerta buscándola. Había entrado en las arboledas y en la pequeña ciudad amurallada que había en el centro del valle. Había preguntado a cada una de las personas con las que se había cruzado, pero no había obtenido respuesta positiva alguna. La desesperanza comenzaba a alcanzarlo y ya no sabía dónde más buscar.

El único lugar donde aún no había buscado era el bosque que rodeaba el valle. Estaba prohibido adentrarse en él dado el peligro de perderse y no regresar nunca. No había mayores peligros en aquel bosque, salvo el hecho de que no había caminos ni un destino al que llegar.

La Frontera: La vida de RoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora