Capítulo 3: Las hadas

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Roy se acercó a la linde del bosque como había hecho miles de veces. A la distancia se podían ver las extrañas criaturas que lo custodiaban. Emitían un zumbido continuo que era el único sonido animal que se podía escuchar en aquel valle. Sus cuatro ojos brillantes iluminaban los troncos de los árboles buscando cualquier movimiento. Sus tentáculos flotaban bajo ellos emitiendo leves chispas de electricidad. Hadas, así los llamaban en el pueblo y eran la principal razón por la que nadie se adentraba en el bosque. Que los árboles cambiasen de lugar no parecía tan terrible como recibir una descarga eléctrica por cientos de hadas.

Roy se agachó como siempre hacía y se preparó para correr. Cogió una piedra y la lanzó con precisión impactando en el ojo brillante de una de las hadas. Una intensa sirena comenzó a sonar, avisado del ataque. Más rápido de lo imaginable surgieron decenas de hadas de entre los árboles buscando a gran velocidad al atacante. Roy se acuclilló aún más entre las ramas del arbusto que lo cubría. Las luces pasaron a su alrededor buscando. Una se detuvo un instante cerca de la planta. Roy sabía que si iluminaban el arbusto lo detectarían al instante. En cuanto vio un resquicio echó a correr. No por nada era el humano más rápido del valle. Había hecho aquella maniobra tantas veces que había perfeccionado su velocidad al máximo. La hierba apenas se dobló bajo sus pies al tocar el suelo. Se desplazó a gran velocidad entre las luces de las hadas y entró al bosque.

A pesar de lo mucho que había cambiado el bosque desde aquel día hacía seis años, Roy era capaz de encontrar sin problema el punto en el que había encontrado a Lili. Caminó entre los árboles cambiantes, en la oscuridad, durante casi tres horas hasta que se detuvo. Allí seguía la cesta en la que había encontrado a la bebé. La había dejado allí todos esos años para marcar el lugar exacto. Se detuvo un instante y observó alrededor.

—¿Lili? —llamó dudoso—. ¿Estás aquí?

El silencio absoluto del bosque fue la única respuesta. Tan solo algunas ramas se movieron al cambiar los árboles de lugar.

—¿Lili? —volvió a preguntar esperando escuchar la voz cantarina de su hija.

Un árbol que estaba junto a él se movió. Roy lo esquivó y observó cómo otro se movía lentamente. A pesar de que los árboles se desplazaban sin un patrón fijo, nunca habían movido la cesta de Lili. Aquel era un punto inmutable en el bosque.

Se sentó junto a la cesta sin saber dónde más buscaría a su hija. Cerró los ojos y deseó escuchar algún sonido que no fuese producido por el viento o el movimiento de los árboles. Deseó escuchar a su pequeña riéndose y diciéndole que lo había encontrado. «¡Te encontré!», sonó en su mente.

—¿Lili? —llamó en un susurró comenzando a perder la esperanza. No creía ser capaz ya de encontrar a su pequeña. Si no estaba en el bosque, no sabía dónde podría haberse escondido. Porque a pesar de todo, aún deseaba que todo aquello fuese parte de un macabro juego. Temía aceptar la realidad, que su niña había desaparecido por completo—. ¿Lili? —Las lágrimas comenzaron a brotar por aquel rostro varonil y plagado de manchas por el sol.

«No puedes quedarte aquí sin hacer nada... Roy...», se dijo a sí mismo. «¿Qué pretendes hacer? ¿Quedarte aquí y morir? No es eso lo que ella querría...».

Los minutos pasaban. Una rama lo arañó al pasar un árbol junto a él. Era hora de ponerse nuevamente en marcha. Se puso en pie con las lágrimas cayéndole por las mejillas y barba.

—Lili... —susurraba mientras caminaba entre los árboles danzantes, sin mirar a dónde iba. Varias veces alguna rama lo arañó, llenando su rostro y cuerpo de manchas de sangre y cortes. A medida que se adentraba en el bosque el movimiento de los árboles se volvía cada vez más frenético al punto de hacer difícil caminar sin chocarse. 

Y de pronto ocurrió que se chocó de lleno con algo que no esperaba. El golpe fue seco y abrupto, justo tras esquivar un árbol. Rebotó y cayó al suelo frente a la nada. Frente a él no había nada más que un bosque perfectamente quieto, sin ningún movimiento salvo el del viento. Tras él los árboles corrían los unos tras los otros en una cacofonía de ramas que se golpeaban y rompían. Roy sintió que era un milagro seguir con vida tras pasar por aquella trituradora hecha de madera que era el bosque en aquel punto. Otra rama lo rozó. Esquivó un tronco que impactó contra la nada que él mismo había chocado y se hizo trizas. Se puso en pie y apoyó la mano en la nada que le impedía pasar al bosque quieto que había frente a él.

—Pero qué demonios... —susurró acariciando la lisa nada que le bloqueaba el paso—. Parece un muro...

Dejó la mano apoyada en aquella materia extraña y comenzó a caminar siguiéndola. De vez en cuando algún árbol impactaba nuevamente contra el muro invisible que seguía y se destrozaba por completo con un ruidoso quebrar. Roy siguió caminando durante casi un día entero siguiendo aquella guía. Estaba hambriento, las manzanas se le habían acabado y en aquel lugar era casi imposible coger ninguna sin arriesgar la vida.

De pronto sus dedos tocaron un leve desnivel. Algo tan leve que, de no ser porque estaba muy atento, no habría percibido. Se detuvo. Se encontró en un punto del bosque en el que nada parecía moverse a su alrededor. Ni tan solo viento había. Miró atrás suyo y se sorprendió al ver que estaba en una zona quieta. Los árboles parecían esquivar aquel punto. Comenzó a seguir la hendidura con los dedos hasta perfilar algo parecido a un círculo en aquel muro invisible.

 —¿Una puerta? —susurró asustado de quién pudiera oírlo a pesar de que no había nadie allí. Volvió a perfilar la hendidura—. Una puerta —declaró.

Clavó los dedos en el borde, buscando un punto en el que poder abrirla. En cuanto presionó un poco, esta cedió y se abrió dando lugar a un blanco pasillo.

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⏰ Última actualización: Jun 09 ⏰

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La Frontera: La vida de RoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora