Adentrarse en el bosque que rodeaba la ciudad y el valle estaba prohibido, pero aún así, Roy tenía costumbre de hacerlo. No por desobediencia, no por explorar, simplemente porque en el bosque crecían las mejores manzanas. Desde pequeño, Roy había aprendido a esquivar a los guardianes de las lindes, seres alados que atacaban a cualquiera que se acercase al bosque. A pesar de ser un niño de gran tamaño, siempre había tenido bastante agilidad, lo que le había permitido escurrirse con rapidez y adentrarse entre los árboles sin ser visto.
A la madre de Roy le encantaba preparar mermelada de manzana, y era por eso que Roy se adentraba en el bosque en busca de frutas. Conocía ya los árboles cercanos a la linde a pesar de que estos parecían cambiar con los días. Nunca se había perdido y siempre regresaba a casa con el atardecer, poco antes de que los guardianes del bosque comenzasen a iluminar las lindes en busca de intrusos.
A pesar de que la madre de Roy había muerto hacía unos años, él conservaba la costumbre de buscar manzanas y hacer mermelada con ellas. Tenía veinte años cuando se adentró en el bosque y, por primera vez en su vida, se perdió.
Se había adentrado más de lo acostumbrado siguiendo un rastro de árboles buscando las mejores manzanas. Aquel rastro de árboles no había estado el día anterior y seguramente no lo estaría el siguiente, de modo que debía aprovechar su suerte. Cuando terminó de llenar su mochila, se dio la vuelta y comprobó con terror que el paisaje ya había cambiado. A medida que te alejabas de la linde, el movimiento de los árboles se acrecentaba, haciendo cada vez más difícil reconocer el camino. Por primera vez en su vida, Roy no regresó a casa al anochecer, aunque tampoco había nadie ya que lo esperase.
Roy vivía solo, sin madre y sin mujer. Si hubiese sabido lo que era un perro probablemente habría tenido uno, pero no era así.
Caminó durante casi toda la noche, vagando por el bosque, hasta que el agotamiento acabó con sus fuerzas. Se sentó contra un árbol y comenzó a comer una de las manzanas que había recolectado. A la luz de las lunas, esta tenía un agradable tono morado. Mordió la manzana y se sintió conectado con su infancia, con la seguridad de su hogar, con el calor de una manta. Deseaba estar en casa, tenía miedo. Se sumergió en sus pensamientos en el silencio casi absoluto del bosque.
De pronto, un leve sonido diferente al mecer de las hojas lo sobresaltó. Parecía un llanto. Quizás el llanto de un bebé. Roy se puso en pie dejando caer la manzana y comenzó a caminar en dirección al origen del sonido.
Allí, entre los matorrales del bosque, encontró una bebé en posición fetal. Su piel era blanca como el algodón y una pelusilla blanca surgía de su cabeza. La bebé abrió los ojos y sonrió mostrando sus encías sin dientes. Roy la cogió en brazos y la cubrió con su chaqueta.
—¿Qué haces aquí, pequeña? ¿Dónde están tus padres? —le preguntó con dulzura.
Miró alrededor, pero no había ningún humano. Tan solo una figura de largos cabellos entrelazados en caléndulas lo observaba desde la distancia sin dejarse ver.
—Te llevaré a la ciudad, quizás allí estén tus papás —declaró Roy.
Cuando consiguió regresar a la ciudad era ya mediodía. Paseó buscando a los posibles padres de la bebé, pero nadie se pronunció. Al final decidió quedarse con la niña y cuidarla como si fuese hija suya.
—Te llamarás Lili.
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La Frontera: La vida de Roy
Ciencia FicciónCuando la hija de Roy desaparece, este se adentrará en el bosque que rodea la ciudad para encontrarla. Acercarse a la frontera está prohibido, pero Roy hará cualquier cosa por encontrar a la pequeña Lili.