Corazones Destrozados. Parte II

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Oye, Phil.

– ¿Sí?

– ¿Crees que podremos seguir siendo igual de felices como ahora?

– Es una buena pregunta... Supongo que la vida siempre cambia y toma rumbos inesperados, pero confío en que nuestra felicidad prevalecerá a pesar de las tormentas.

– ¿Juntos...?

– Sí, juntos.

– ...

Dos figuras se encontraban de pie al borde de un balcón con vistas espectaculares de una aldea rodeada de montañas y cascadas. La gente sonreía y vivía sus vidas con alegría, como si nada pudiera perturbar su felicidad. Los ojos de Philza se desviaron hacia un costado, observando de reojo un cabello rosado que se mecía con el viento, cubriendo el rostro de su acompañante. Esa persona, que llevaba una hermosa capa roja y una corona dorada con incrustaciones de piedras preciosas, era una de las más importantes para Philza.

Alguien a quien no pudo proteger.

¡SE VOLVIÓ LOCO! ¡ESTÁ MATANDO A TODOS!

Un soldado irrumpió en una sala de reuniones con su armadura empapada en sangre, su respiración agitada y su rostro lleno de pánico reflejaban el caos inminente. En la sala se encontraban cinco personas reunidas alrededor de una mesa.

– Sabíamos que esto sucedería... Al final, lo lograron; liberaron a la bestia.

– Sus provocaciones estaban destinadas a sacar su lado oscuro; no podríamos haberlo detenido de todas formas.

– Supongo que solo queda una opción...

– No te atrevas siquiera a pensarlo...

– Si no hacemos nada, no solo los matará a ellos, sino también a nosotros y a todos los aldeanos.

– ¡Le juraste lealtad! ¡Esto va en contra de tu juramento! ¡Todos aquí lo hicimos!

– Hay gente inocente muriendo en este momento...

– ...

– Philza... ¿Qué vamos a hacer...?

Todos los ojos se centraron en Philza, como dagas que se clavaban en su pecho poco a poco. Sus miradas no solo reflejaban angustia, sino también juicio y desesperación; eran los ojos de personas esperando una solución.

Yo... Eh... Yo... – La voz entrecortada de Philza resonó en aquel tenso ambiente. El nerviosismo era palpable en su entonación. – Me encargaré... Acabaré con esto antes de que sea demasiado tarde...

. . . Gracias.

– Estamos contigo.

Gritos de dolor, súplicas de ayuda y un sitio colapsando bajo un manto de fuego y denso humo que se extendía por el cielo; el reino que alguna vez prosperó hoy había caído. Philza miraba el desolado paisaje con ojos irritados, secos después de tanto llanto. El asqueroso aroma a muerte y ceniza era sofocante, sensaciones que nunca se podrán olvidar. Apretando los dientes, Philza bajó la mirada, dejando ver a dos personas apoyadas en su regazo. En la pierna izquierda se encontraba un joven de cabello rubio y rizado, sujetando en su mano una espada cubierta de sangre. En la pierna derecha se encontraba apoyado otro joven, con cabello lacio y color rosado atado firmemente en una larga trenza. Ambos jóvenes, de rostros cansados, ya no poseían vida en sus cuerpos. Pese al inmenso calor que tenían delante debido a las grandes llamas sin apagar, sus cuerpos estaban fríos y su piel se había vuelto tan pálida que brillaba con la luz de la luna. La sangre seca en sus ropas detallaba entre líneas la gran batalla que tuvieron y su final. Los ojos de Philza se elevaron al cielo, sintiendo cómo su cuerpo flaqueaba y su visión se perdía en aquellas estrellas tintineantes que los acompañaban.

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