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¡Missa! ¡Missa, corre! ¡Vete de una vez!

Llamas enormes cubrían el cielo, humo, gritos, ceniza y sangre cubriendo el suelo; el sitio estaba colapsando. Seis personas estaban combatiendo contra un ejército completo frente a ellos, hombres cubiertos por una espesa neblina negra que solo Missa podía ver. Missa estaba de pie, observando ese caos. Usaba una capucha morada que cubría su cabeza; su ropa, de colores celestes y morados, estaba protegida por una reluciente armadura violeta. Dirigiendo su mirada a la batalla, el pelinegro observó a esas personas luchando, sintiendo su corazón encogerse y su cuerpo temblar. Antes de que fuera atacado por uno de los soldados enemigos, fue defendido por un chico de orejas de oso y armadura celeste; una bandana de cuadros negros y blancos se ondeaba desde su brazo, atada con firmeza.

– ¡Te dijimos que te fueras! ¡Ya no hay tiempo!

¡Son demasiados! ¡No podremos hacer nada! – Gritó un hombre de rostro negro, armadura oscura y un halo rojo flotando encima de su cabeza. –

¡Tch! Esto es inútil... – Respondió un hombre de orejas de oso y cabello castaño, con armadura blanca. –

Missa veía los rostros de aquellas personas borrosos, tachados con una enorme X de color rojo. Podía ver su ropa, escuchar sus voces, verlo todo... Pero no podía recordar quiénes eran. Se sentía aturdido, asustado y muy confundido; su cabeza dolía como mil infiernos. Observando sus manos, notaba cómo esas manchas negras se extendían por todo su cuerpo, no se detenían y lo estaban ahogando en un profundo dolor. Encorvando su espalda, empezó a caer con lentitud al suelo, pudiendo sentir cómo su máscara blanca se agrietaba y empezaba a desprenderse de su rostro. ¿¡Qué estaba sucediendo!? ¿¡Por qué dolía tanto!? ¡Duele! ¡Duele mucho! ES MUY DOLOROSO. Gritando con fuerza, expulsó de su cuerpo una enorme neblina oscura, igual que la de aquellos hombres que estaban atacando ese lugar. Al borde de perder la conciencia, su inmenso malestar fue interrumpido por un hombre de cabello castaño y armadura roja, que usaba una bandana azul. Esa persona sujetó el cuerpo de Missa, cargándolo en sus brazos y huyendo con él, aferrándose a Missa.

Mierda... No de nuevo, Missa, no ahora... ¡Ghhh! ¡Debes vivir! ¡No te rindas! ¡Controla! ¡DEBES RESISTIR!

El hombre seguía corriendo, sin soltar al pelinegro. Seguía sin ver el rostro de las personas, aunque en ese momento su dolor le impedía pensar en ello. El individuo, de armadura roja, corría con velocidad sin detenerse, adentrándose en un bosque de gruesos troncos. Su camino se detuvo frente a un gran acantilado que conducía a otro bosque debajo de él. Agitado, el chico miró a los lados, dispuesto a correr en otra dirección, o al menos eso quería hasta que algo negro y puntiagudo atravesó sus piernas, traspasando la armadura y haciéndolo tambalearse. Missa pudo escuchar a aquella persona gritar de dolor, sin embargo, en ningún momento lo soltó. Voces de hombres riendo detrás de ellos cubrieron los oídos del pelinegro; se reían con satisfacción y burla. Aun con todo el dolor, pudo dirigir su mirada hacia atrás, observando a muchas personas rodeándolos; ellos se veían como grandes nubes negras con ojos y bocas rojas que los miraban con odio mientras se burlaban. El hombre de la bandana bajó la cabeza, como si observara a Missa, el cual, para sus ojos, seguía viéndose con una gran X en su cara y un rostro borroso.

Lo siento, Missa... Lo siento mucho, no pude protegerte como te lo prometí... Pero ahora debes sobrevivir. Nada de esto es tu culpa, recuerdalo bien... No nos olvides, estaremos bien y tú debes estar bien... ¡Sé fuerte, por favor!

Las palabras de la desconocida persona apretaron el corazón de su pecho; sentía como si quisiera decirle algo, responderle a eso, pero su garganta y dolor se lo impedían. Antes de que pudiera comunicarse, su cuerpo empezó a descender por el vacío de aquel acantilado, sintiendo todo a su alrededor ir en cámara lenta. Cayendo en picada, miró como el hombre de armadura roja lo observaba antes de darse la vuelta, sujetando una espada. Lo último que Missa vio fue a aquellas nubes negras rodear al chico, y cómo lo atacaban sin piedad. Poco después de esa imagen, sintió un fuerte golpe en su cuerpo y cayó inconsciente.

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Despierta, Missa.

Debes despertar.

Yo estoy aquí.

Mamá está aquí...

Mamá te ama, Missa...

Yo. . . Te. . . Salvaré. . .

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¡Missa! Despierta Missa, estás teniendo una pesadilla...

La voz dulce de Philza consiguió hacer que Missa abriera los ojos, proyectándose en su máscara los singulares puntos blancos. Al parecer, había estado llorando; tenía el rostro empapado en lágrimas y sudor. Phil estaba a su lado, cubriéndolo en un capullo con sus alas negras.

Yo... Lo siento... Tuve una pesadilla.

No te preocupes, está bien... Me alegra verte despertar, no dejabas de quejarte del dolor, estaba preocupado. ¿Soñaste algo malo? ¿Algún recuerdo doloroso...?

Phil miraba a su compañero con preocupación, acariciando con lentitud su cabeza en búsqueda de relajarlo. Missa solo miró un punto inexistente, limpiando sus lágrimas y suspirando con cansancio.

Yo... Yo no lo recuerdo... – Missa se hizo bolita en el pecho de su compañero. –

Oh... No te preocupes... No debes forzarte a recordarlo, tranquilo, estoy aquí, yo te cuidaré de cualquier peligro. Descansa un poco más. ¿De acuerdo? No me moveré hasta que te sientas mejor.

Tener la compañía del cuervo hacía que Missa se sintiera mucho mejor; era reconfortante en momentos así. Cerrando de nuevo sus ojos, se acomodó en la cama y trató de descansar un poco más. Probablemente había sido un mal sueño, no era... relevante.

Dulce Deseo | QSMP | | AU | | DeathDuo |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora