Entrenamiento. Doblegando la voluntad de la pequeña sumisa.

162 1 0
                                    

     El cuarto estaba iluminado únicamente por luces rojas provenientes del techo; en las paredes colgaban todo tipo de instrumentos para el BDSM: látigos de cuero, barras de diferentes materiales, sogas, todo tipo de vibradores, esposas de acero, cadenas con grilletes; en la habitación también había una mesa de acero con cadenas y grilletes de acero en cada esquina, no sólo eso, también había un par de potros, uno de plástico con un asiento para montar caballos y otro de madera con asiento de forma rectangular, de modo que si me sentaba en este el borde superior estaría torturando mis labios vaginales. Yo acababa de entrar a este cuarto junto con mi amo, Eduardo. Este cuarto era uno de los del apartamento que mi amo alquilaba. Estaba impresionada de sólo ver todo lo que tenía este cuarto, esta era la segunda sesión de sumisión a la que me sometería y me estaba preguntando qué me haría mi amo esta vez.

    Eduardo agarró un control retomo y con este hizo que la mesa de acero se colocara en posición vertical.

    —Colócate apoyada de espalda a la mesa, —ordenó mi amo—, voy a encadenarte a allí.

    Lo obedecí. Entonces él me colocó los grilletes en las muñecas y tobillos. Poco después se alejó unos pasos y regresó con una fusta de cuero y, sin mediar palabras, me empezó a azotar los senos una y otra vez.

    Dolía, dolía mucho, no sólo por la fusta en sí, sino porque él estaba usando mucha fuerza.

     —¡Por favor, deténgase, amo! —supliqué genuinamente. En ese momento el dolor me había hecho olvidar cual era la palabra clave para detener la sesión e hice esa suplica con la esperanza de que Eduardo se detuviera, pero eso sólo hizo que me azotara con más fuerza.

    » No, por favor, si sigue así me dejará cicatrices permanentes ¡Sólo pare, por favor!

    Él se detuvo brevemente, no siguió azotando mis senos, pero eso sólo para, acto seguido, dar un tremendo azote con precisión a mi clítoris. En ese momento pude notarlo en su rostro: disfrutaba haciéndome sentir dolor, lo disfrutaba más de lo que yo había imaginado.

     —Debo advertirte una cosa, Carolina. Si dices la palabra clave ahora, no sólo terminará la sesión, sino que no habrá otra, te desecharé como sumisa, no sé si te aseguraste de leer esa parte del contrato, pero, así como tú no estás obligada a seguir con esto, yo no tengo obligación de conservarte como sumisa y sinceramente, si no eres capaz de soportar esto, no tengo motivos para seguir contigo. —me explicó mi amo.

     Ese breve descanso sin dolor me permitió recordar que la palabra clave era abejorro, pero después de escuchar eso, no me atreví a terminar la sesión, no quería ser desechada.

    Él pasó a azotar el lado interno de mis muslos, fueron pasando los minutos, parecía que esos azotes nunca se iban a detener; cuando se aburrió de azotar mis muslos, pasó a hacerle eso a mis brazos y mis costados. Luego, finalmente fue a la pared a dejar la fusta justo donde la agarró y poco después regresó con un vibrador algo largo y muy grueso, más que grueso que su pene. Él colocó la punta en la entrada de mi vagina y entonces lo encendió. El vibrador empezó a vibrar suavemente y yo me sorprendí al darme cuenta que estaba húmeda desde incluso antes de que el vibrador me tocara, me había humedecido, quizás sólo por estar mi amo cerca, quizá porque estábamos en sesión de sumisión o quizás, sólo quizás, todo ese dolor y humillación me habían producido excitación sexual y mucha, porque mi humedad era abundante. Entonces, introdujo de un golpe el vibrador hasta donde pudo y a mí se me escapó un grito de placer.

    Él continuó moviendo el vibrador hasta que me hizo acabar tres veces y luego se desnudó de la cintura para abajo y empezó a acariciar mi clítoris con su gran pene, que ya estaba completamente erecto.

     —¡Cógeme, por favor, amo!

     —¡Así me gusta, suplicante, doblegada! —Su sadismo se reflejaba en su tono y en su sonrisa.

     Entonces, me sacó el vibrador y un poco después me introdujo su pene de golpe para luego empezar a cogerme duro. Permaneció cogiéndome en esa posición durante un poco más de ocho horas y al final eyaculó abundantemente dentro de mí.

Manos mágicasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora