VII

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Santiago Quiroga ($132,000,000 | $118,000,000) estaba acostado en su cama. La luz de la luna se abría paso a través de las cortinas e iluminaba tenuemente la habitación. Él miró hacia la pared contigua, y ahí estaba el cuadro Dollar Sign de Andy Warhol que acababa de comprar. Después se volvió hacia el otro lado de la cama y miró la silueta de su esposa, Caro, dándole la espalda.

—¿Estás despierta? —le preguntó Santiago, pero ella no respondió.

Él entonces se le acercó y le tocó el brazo con la punta de los dedos, pero ella lo apartó con brusquedad. Después se levantó y se encerró en el baño.

—Ah, pero no fuera Jeffrey, ¿verdad? Porque ahí sí estarías a risa y risa —dijo él.

En ese momento, ella abrió la puerta del baño y salió.

—¿Qué?

—No creas que no te vi con él —Santiago se levantó de la cama y se acercó a ella—. Nada te quitaba esa sonrisota.

—Uy, perdóname por ser agradable, por disfrutar de una fiesta.

—Pues de seguro a él lo has disfrutado mucho, ¿verdad?

Caro suspiró hastiada.

—De verdad que no se puede hablar contigo —ella fue hacia la puerta de la habitación, la abrió salió.

Santiago fue tras ella, la alcanzó y la tomó del brazo. Ella trató de zafarse.

—No te hagas: sé que me engañas con él —le dijo Santiago.

—¡Suéltame! ¡Nos van a oír!

—¿Cuántas veces? —él la tomaba del brazo con cada vez más fuerza—. ¿Lo han hecho aquí en mi casa, en mi cama? ¿Lo hace él mejor que yo?

—¡Me estás lastimando! —ella tomó la mano de Santiago e intentó quitársela, pero fue inútil—. ¡Ya suéltame!

—Nomás acuérdate de que si estás aquí es por mí —Santiago continuó—. Tú sin mí no eres nada.

—¡Y contigo tampoco! —Caro gritó. Ella miraba a Santiago con rabia, y unas cuantas lágrimas le recorrían el rostro—. ¡Tú solo me humillas!

Santiago apretó el brazo de su esposa con tanta fuerza que ella cayó de rodillas por el dolor.

—¡¿Te humillo?! ¡Después de todo lo que te he dado, ¿te humillo?! ¡Si me aceptaron en esta ciudad es por algo! ¡Nadie aquí es mejor que yo! ¡Jeffrey no tiene nada que yo no pueda comprar!

—¡Aun así me hiciste quedar como estúpida en la casa de Jia Yi! —Caro continuó—.¡Con esos trapos que me diste ella debió pensar que yo era tu sirvienta!—por "trapos" ella se refería al vestido Marocain de seda brillante, a la bolsa de satín y pedrería, a los tacones de piel, todo en un ligero color durazno y de la nueva temporada de Armani, y a los aretes Tiffany Lock en oro rosa con diamantes ($14,185 en total) que traía puestos ese día.

—¡Ahí te humillaste tú solita! —Santiago gritó—. ¡Si estamos aquí es por mí! ¡Si tenemos esta casa es por mí! ¡Si tienes ropa qué ponerte es por mí! ¡Y si te ves muy corriente en ella no es mi culpa!

—¡Te odio! ¡Ya no te soporto! —Caro gritó y comenzó a llorar.

Santiago entonces la soltó. Ella estaba de rodillas en el suelo, con las manos en el rostro, llorando patéticamente. Santiago la miró con desprecio, dio la media vuelta y caminó hacia a su habitación. Cerró la puerta para ya no oír los lamentos de su esposa y se recostó en su cama. Dejó que los minutos pasaran mientras intentaba conciliar el sueño.

Pero de repente escuchó un automóvil encenderse y una puerta automática abrirse. Él rápidamente se levantó de la cama y corrió hacia la cochera.

Al llegar, vio como su mujer, dentro de su nuevo Lamborghini Urus Performante, salía de su casa. Él corrió hacia la calle y se detuvo frente al auto, y este frenó antes de arrollarlo.

—¡¿A dónde vas?! —Santiago corrió hacia la puerta del piloto e intentó abrirla, pero Caro ya había puesto el seguro—. ¡No, ¿sabes qué?! ¡Vete! ¡Vete con Jeffrey! ¡Ándale! ¡De seguro él solo te usa y te tira! Y ¿sabes por qué? ¡Porque sabe lo que vales! ¡Por eso te usa!

—¡Pero al menos ya no lo haces tú! ¡Y quiero el divorcio! —Caro gritó y se fue.


No somos igualesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora