Una. Puta. Marca.

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Mikey y Draken, los dos alfas líderes de la manada, fueron los primeros en tener contacto con ellos y lo que podían hacer, cuando fueron a una pelea clandestina que uno de sus tontos subordinados había preparado.

A Draken le había llegado el rumor de que miembros inferiores de ToMan estaban acosando omegas. Y el odiaba a los imbéciles que se aprovechaban de los omegas.

Al igual que Mikey. No por nada la Tokyo Manji tenía cero tolerancia para los abusadores, si los encontraban en la calle, y sin importar quienes fueran, todos los miembros de la ToMan tenían la obligación y el permiso para molerlos a golpes.

Era obvio que Mikey y Draken no permitirían a ningún imbécil abusador manchando el nombre de su pandilla ni de su manada.

Llegaron al lugar de la pelea, en la esquina de un parque en el que había unas escaleras que hacían de gradas y luego la arena.

Mikey y Draken, desde su lugar en los arbustos, gruñeron de rabia al percatarse de que, el chico al que Kyomasa, un miembro alfa de su pandilla, estaba golpeando de forma tan brutal eran un omega, uno rubio y de ojos azules.

Salieron de su escondite cuando Kyomasa ordenó a gritos por un bate.

Pero, pasó algo muy extraño. Un pequeño grupo de cinco, completamente inundados por un terrible pánico, bajaron a toda velocidad de las escaleras, sin importarles si empujaban a los alfas y betas cuesta abajo.

Y se colocaron frente y junto al rubio de ojos azules magullado y tambaleante por todos los golpes que recibió.

- ¡Lo vas a matar! - Gritó en un gruñido la única chica del grupo. Con lagrimas en los ojos, demasiado temblorosa y pequeña frente al alfa.

- ¡Maldito alfa hijo de perra! ¡Métete con alguien de tu tamaño! - Gruñó otro chico, un pelinegro, igual de tembloroso que la chica.

Omegas. Pensó con horror, esos seis eran todos omegas. Y se veían mal, cansados y algo magullados. Aterrados. 

Decidieron salir de su escondite cuando Kyomasa volvió a pedir que le trajeran un bate y dijo explicita y vulgarmente lo que iba a hacerles a los omegas cuando los dejara inconscientes a golpes. Y no eran para nada cosas bonitas.

Mikey y Draken salieron dispuestos a ayudarlos, pero otra cosa rara volvió a suceder.

Los alfas y betas del lugar se congelaron ante su presencia y luego les dieron una profunda reverencia. Eso era normal.

Lo raro fue lo que vino cuando los omegas los miraron caminar hacia ellos. Los seis, mirándolos con caras de horror, empezaron a soltar sus feromonas.

Pero no cualquier feromona. Lo supieron al instante, el aroma mezclado de los omegas era fuerte. Una maraña de emociones que iban desde el terror y el desagrado, el miedo y el pánico.

Y los alfas alrededor empezaron a caer, asfixiados por la densa nube de feromonas omega que les gritaban que se alejaran o murieran, lo que pasará primero. Ni hablar de los betas, cayeron inconscientes con la primer bocanada.

Kyomasa cayó de rodillas y ellos no pudieron avanzar un paso más.

Incluso Mikey cayó de rodillas, no inconsciente como los demás alfas, pero sin poder mover ni un músculo, tratando de aspirar una bocanada de aire limpio.

Draken comenzaba a marearse también, estaba seguro de que, de no ser porque vivía diariamente con las feromonas de cortejo de alfas, las de los celos de las y los omegas del burdel y de los ruts de los clientes, estaría igual que Mikey, a un paso de la inconsciencia.

Los omegas no parecían saber lo que pasaba, estaban demasiado alterados y enfocados en huir como para quedarse.

Tomaron a su amigo herido y salieron corriendo.

Una manada de omegasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora