𝐈

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Muchos dicen que el amor verdadero se encuentra una vez en la vida, pero yo creo que no es así. Siempre fui una romántica de lo peor y las niñas de mi colegio se reían por ello; pero para mí el amor trascendía la vida. Claro que jamás había podido demostrarlo puesto que ninguno de mis novios me había transmitido aquel sentimiento que tanto deseaba experimentar, pero yo estaba segura de que llegaría a mí tarde o temprano.

Al conocer a Manuel creí que él era el indicado puesto que por primera vez sentí que mis piernas flaqueaban con solo observar a alguien, cada vez que lo veía sentía que el aire se me escapaba de los pulmones y las mariposas se arremolinaban en mi interior. La diferencia entre él y mis ex parejas era abismal. Manuel me hacía sentir como una reina afortunada de haber encontrado al hombre perfecto. ¿Qué más podría querer? Él era un soldado del ejército alemán un poco más alto que yo, cabello rizado tan negro como el carbón y una mirada que me hacía derretir. Apuesto, de buena categoría y todo un caballero.

Manuel y yo teníamos planes a montones, tal y como cualquier otra pareja enamorada. Apenas nos habíamos casado y ya estábamos pensando en todas las aventuras que nos quedaban por vivir juntos, los hijos que tendríamos y lo felices que seríamos.

Nuestra primera alegría llegó un 2 de febrero de 1936 cuando recibimos a nuestra niña. Durante todo el embarazo yo bromeaba con nuestras amistades que si era niña, se parecería a mí y que si era niño, también; pero nuestra Lucerito resultó ser la copia exacta de su padre. Verlos era un deleite para mí.

Las cosas se mantuvieron en relativa calma... Al menos eso creí hasta unos meses después en los cuales mi doctor de años expresó que ya no podía atenderme a mí o a mi esposo. Al preguntarle la razón simplemente murmuró un leve: "Soy judío." como si aquello significara algo.

Dejé el asunto pasar y ser olvidado, arrastrado con el viento al igual que muchas otras familias que también vivían en la ignorancia y sin percatarse de que las tensiones siguieron aumentando en años posteriores. Ya entrado 1938 muchos negocios atendidos por gente judía disminuyeron sus ventas a los alemanes, por no decir que acabaron por completo, pero realmente nunca me interesé en saber el porqué.

No era alguien que leyera el periódico a diario, eso era cosa de Manuel, así que normalmente era la última en saber de las noticias relevantes. Siempre me las contaban mis amigas o mi esposo, pero cuando la guerra estalló en 1939 fue imposible no enterarse al instante. Todos teníamos miedo, por supuesto, pero nuestro Führer aseguraba que no teníamos de qué preocuparnos, que nosotros éramos la raza superior y que obtendríamos supremacía. Claro que muchos, tontamente, le creímos.

El ir a despedir a Manuel a la estación de trenes luego de ser llamado a cumplir con su deber me destrozó el corazón. Estar con mi niña de la mano mientras cientos de familias incluyéndome despedían a los hombres uniformados abordo del tren me daba escalofríos. Me aterraba no volver a ver a mi marido, pero lo que más intranquila me tenía era la mirada en los ojos llorosos de mi princesa al ver a su padre alejarse, una niña como tantas que no podía entender porqué su papá se iba.

Con el tiempo tanto Lucerito como yo nos acostumbramos al silencio en el hogar, a la falta de las a veces irritantes pero chistosas bromas de Manuel. Mi niña cada vez se encerraba más en su mundo y yo no sabía como lidiar con aquella situación. Afortunadamente yo no tenía necesidad de trabajar, pero el llevar a cabo las tareas del hogar y cuidar de mi hija se me hacía una tarea imposible; no porque fuese difícil sino porque estaba acostumbrada a hacer todo con Manuel. A pesar de ser hombre y que la gente considerada que aquellas labores nos correspondían a las mujeres, él siempre repartió las responsabilidades conmigo. Manuel me ayudaba en la cocina cuando lo requería —o más bien yo lo ayudaba a él porque yo con trabajo y puedo cocinar agua quemada—, él cuidaba a la beba cuando yo estaba demasiado cansada, él se hacía cargo de cualquiera de las dos cuando enfermábamos y viceversa.

Dos Mil RosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora