CAPÍTULO 7

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Grainne le contó de manera vehemente todo lo sucedido después de que había decidido ir a buscarlos. Jarlath escuchó atentamente, sin creer una sola de sus palabras. ¿Una mujer con alas?

—Pero... es que no puede ser, ¿Estás segura de lo que estás diciendo? –Jarlath se pasó una mano por el cabello− Quizás alucinaste.

—¿Yo, alucinar? −Grainne lo miró con dureza− ¡Todo es preferible a pensar que mi hija está muerta, Jarlath!

Jarlath sintió como si le hubiera clavado un cuchillo en el corazón. Ella tenía todo el derecho de tener una esperanza, entonces asintió levemente.

—Perdóname Grainne, tienes razón. Sólo es que es tan increíble que...

Pero guardó silencio, porque de repente recordó a la mujer con la que había hablado momentos antes. El hada ó bruja que quería embaucarlo. ¿Y si Grainne estaba hablando de la misma persona? Jarlath se puso pensativo.

—¿Qué pasa, Jarlath? –preguntó Grainne, al verlo tan absorto.

—Vi a una mujer yo también. –hizo una pausa− La buscaré ahora mismo.

—¿También la viste? –a Grainne se le iluminó el rostro−¿Verdad que es hermosa?

Él no contestó. Grainne miró con ansia como Jarlath preparaba todo para salir en busca del hada y su hija. Dio gracias a Dios de que él le hubiera creído.

—¡Yo te acompañaré! –exclamó ella.

—No, es mejor que te quedes aquí.

—Jamás me quedaré sola otra vez. ¡Nunca más!

Jarlath asintió, admirando a Grainne por su entereza en esos momentos e inesperadamente le estaba contagiando su inmensa fe que transmitían sus ojos. Ambos abrigaron sus cuerpos, se armaron con sendas escopetas y salieron de la cabaña rápidamente. Mientras tanto afuera, Edrev y Gris miraban por la ventana e hicieron intento de aplaudir, pero sabían que no podían hacer ruido. Se tomaron de la mano con entusiasmo y volaron hacia el bosque. Le llevarían la buena nueva a la princesa Alpha. Todo sería más fácil si en torno a la desaparición de la niña, había unión y amor entre los hermanos. Estaban formando un escudo muy fuerte que los protegería contra todos los peligros que pudieran encontrar de ahora en adelante.


El león rugía con toda su fuerza y eso la ponía a temblar desde que había llegado a ese lugar. Antonina estaba sentada en el suelo y se abrazó a sí misma, pensando que ese animal salvaje que resguardaba la entrada de esa celda, era muy malo. Y verlo caminar de lado a lado todo el día y toda la noche, la asustaba demasiado. Pero también sabía que además de cuidarla a ella, él tenía otro propósito. Antonina suspiró ruidosamente. Al menos, eso decía en el libro de hadas. Estaba segura que ese león resguardaba los tesoros que seguramente había en ese castillo color de rosa. ¡Puaf! El color que menos le gustaba.

Hadas...brujas...y hasta leones guardianes. Todo significaba en ese momento una horrible realidad para ella. ¿Por qué había creído que esa hada mentirosa, era buena? Mientras era encerrada en esa jaula con barrotes de fierro, había escuchado a Luza. Era su voz y luego, la de otras dos mujeres. Antonina cerró los ojos para recordar el momento cuando había caído al fondo del lago. Había perdido el conocimiento de inmediato y cuando despertó, estaba en ese espantoso castillo. Se arrepentía de haberle dicho a Luza que quería estar en su mundo. Pensó en su madre Grainne, ¿Cómo estaría sufriendo? Antonina lloró en silencio y bruscamente se puso de pie, comenzando a gritar a todo pulmón. Pero era en vano. Sólo el león estaba ahí y ante sus gritos, él volteaba a verla, alzando una ceja. Después, rugió muy fuerte y Antonina soltó los barrotes, asustada.

El Portal de DiamantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora