Ung observó el semblante pensativo de Alexa y sintió una enorme pesadumbre. Comprendía que ella continuaba presa del odio y rencor hacia su nieta, temiendo que nunca la perdonaría y le quitaría por fin el castigo.
—¿Qué vas a hacer? –preguntó Ung, de pronto.
Alexa dio por terminado sus recuerdos, al oír la pregunta. Sabía que se refería a la inesperada salida de Alpha del castillo.
—Nada. —Lo miró con altivez— ¿Qué puede hacer una tonta enamorada, recorriendo todo el reino? No tiene un objetivo, ni sabe nada de ella. No me importa lo que haga.
Ung guardó silencio y entonces decidió ocultarle que estaba muy equivocada. Sus espías lo tenían al tanto de lo que la princesa Alpha estaba haciendo. Le daría una última oportunidad a Alexa, para que recapacitara.
—Deshaz esa injusta maldición y después aclara las cosas con Alpha. Ella debe vivir contigo en este castillo.
—¿Qué?... ¡Estás loco! No quiero verla, mucho menos tenerla conmigo. No la quiero aquí, ¡Y es mi última palabra!
Dicho esto, Alexa movió su vestido con fiereza y caminó escaleras arriba, desapareciendo de su vista. Ung caminó varios pasos y se detuvo, meditando la situación. Por lo visto, Alexa no tenía intención de acercarse a Alpha. Estaba enferma de odio y actuaba de manera indigna con su único pariente de sangre y quien era además, la heredera del reino.
Recordó el tiempo en que él era tan sólo un joven elfo, dispuesto a dar todo por la paz de su mundo. Incluso había sacrificado su amor por Alexa, presintiendo que la diferencia de ideas sería un impedimento para ser feliz y tarde o temprano, su relación acabaría. Ahora el tiempo le daba razón. Nunca estaban de acuerdo en nada.
Ung daba pasos de un lado a otro, pensando en las posibilidades para poder ayudar a Alpha y hacer entrar en razón a la necia de Alexa. De pronto pensó en... ¡Sí! él ayudaría a Alpha, pero tenía que mentir a Alexa, para poder salir del castillo. Y también presentía que se metería en problemas cuando ella lo supiera, pero todo era por una buena causa. Algún día, la reina del mundo bajo las olas comprendería que era por su propio bien.
Sus ojos se abrieron lentamente y luego se frotó el rostro. Antonina descubrió que estaba en una habitación propia de una princesa. Las paredes estaban pintadas de su color favorito, el azul, como el cielo. ¿Acaso el castillo no era rosa? Su cama estaba adornada con un dosel de madera fina y suaves telas de fina textura, se movían con el viento del medio día. ¿Cuánto había dormido? No lo sabía.
—Mamá...
La llamaba constantemente en su mente y cerraba los ojos, pidiendo que no la olvidara, porque ella iba a hacer hasta lo imposible por volver al mundo terrenal, como le llamaban en ese lugar. Tenía que hallar la manera de salir de ahí. Pensó en el campo magnético que envolvía el área del castillo.
—Campo magnético, si como no.−repitió Antonina, poniéndose de pie.
Abrió la puerta y antes de salir de la habitación, se fijó a su alrededor. Todo estaba en completa tranquilidad y reflexionó que hasta ese momento, no había visto a ninguna otra persona, más que a Kot. ¿Y si la existencia de las hadas gemelas era puro cuento? Ahí sólo se podía respirar pura soledad.
Bajó las escaleras y sin hacer ruido, se dirigió a la puerta principal, la cual estaba abierta y salió con paso sigiloso. Se encontró con un inmenso jardín, en el cual había infinidad de flores y plantas. El sol le dio en plena cara y descubrió que no le quemaba en absoluto. Observó su brazo y este brillaba de manera especial.
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El Portal de Diamantes
FantasyJarlath Gallagher, arquitecto irlandés, sufre la pérdida de su esposa e hijo en el día del alumbramiento. Para superar su dolor, decide realizar el sueño de Bianca, el cual es tener una cabaña en el bosque. Jarlath la construye y decide vivir en ell...