—Lo oigo. −dijo Samantha, sin volverse.
—De todo esto, −Leonardo señaló los objetos de la tienda− ¿Qué le gustaría que le regalaran a usted?
—¿A mí? –ella se detuvo y regresó a verlo con asombro.
—Es una simple pregunta. –él se alzó los hombros.
Samantha inhaló hondo y sin poder asimilar todavía lo que acababa de oír, decidió que para darle fin a esa conversación, haría caso a ese hombre. Pero entonces se dio cuenta que algo estaba surgiendo de su interior y no pudo evitar reconocerlo. ¿Era emoción al oír la simple sugerencia? ¿Un regalo para ella?
Leonardo examinó atentamente a Samantha, mientras ella comenzaba a andar lentamente, haciendo un reconocimiento a su propio negocio. Él pensó que de ninguna manera era un hipócrita. Si, estaba contemplándola. Toda ella. Miró su trasero, luego su cabello largo y ondulado de color cobrizo, que caía por debajo de sus hombros. Tenía bonita espalda. No se había equivocado. Esa mujer le gustó desde que la había visto por primera vez en esa foto. Después en el restaurante, la había conocido personalmente y ahora no tenía ninguna duda de lo que sentía.
Samantha miró el hada y sus pasos se detuvieron ante la figura. La observó un momento. Leonardo llegó junto a ella y también le echó un vistazo. Le agradó ver como el semblante de Samantha se iluminaba.
—Esta hada mágica me parece maravillosa. –habló ella suavemente, como hablando para sí misma.
—¿Te gusta la magia? −Leonardo preguntó, alzando una ceja.
Samantha guardó silencio, mientras se llenaba de esa imagen que le encantaba. No quería ahondar en el tema, pues sabía que los hombres pecaban de ser prácticos.
—Me gusta pensar que hay un mundo perfecto. –Samantha se cruzó de brazos.
Leonardo reflexionó esas palabras, luego la miró.
—Bien, pues la compraré. ¿Aceptas tarjetas de crédito?
Samantha dio un suspiro y no supo por qué de pronto sintió una fuerte nostalgia.
—¿No quieres que me la lleve? –preguntó él, adivinando el pensamiento de ella.
—No...no es eso. Por supuesto que quiero que la compre. –Samantha tomó la tarjeta que él le ofrecía.
Samantha fue a la vitrina de recepción y comenzó a maniobrar con la lectora de tarjetas, mientras miraba de reojo como ese hombre sacaba un papel de la bolsa de su pantalón y lo doblaba a la mitad. Después, él le pidió un bolígrafo. Leonardo comenzó a escribir, mientras ella extraía el comprobante de pago.
—Aquí tiene. –Samantha le devolvió el recibo junto con la tarjeta.
Leonardo cruzó una mirada con Samantha, luego ella abrió la cajonera, para buscar una envoltura.
—En un momento le entrego la mercancía. –Le avisó.
—Fue un placer, señorita.
Samantha respingó al oír eso y se fijó que nuevamente Leonardo tenía extendido su brazo. No quería hacerlo, pero sabía que sería una falta de educación horrible, así que estiró su mano y aferró la de Leonardo brevemente. Otra vez...ese contacto. Samantha la rescató de inmediato, luego observó que él caminó hasta el hada, dejaba el pequeño papel a los pies de la figura de porcelana y se dirigió a la puerta, quitando su gabardina del perchero.
—Oiga, pero...
Samantha alzó la voz, pero Leonardo ya había salido de la tienda, dejándola con la palabra en la boca. Se quedó quieta un momento y reparó que él había olvidado el paraguas. ¡Ese hombre estaba loco! Volvería...sí. Tenía que volver por el paraguas y su regalo.
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Mientras vuelves a mí
RomanceSamantha Russo sentía que había perdido las ganas de vivir, cuando su hija decidió quedarse a vivir con su esposo, ante el inminente divorcio. Devastada por verse de pronto sola y sin ningún recurso económico, visita en Sicilia a su querida amiga de...