CAPÍTULO 3

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—Sé todo de ti, Samantha Russo. No te estoy mintiendo. Y me encantas. Desde que fui a la tienda no he dejado de pensar en ti.

Samantha reflexionó que le importaba un comino las frases románticas y hermosas, pues sólo le preocupaba la situación de Diego y por consiguiente, la de su amiga Gina.

—¿Eres un matón...a sueldo? —preguntó, conteniendo la cercanía de Leonardo.

Él entrecerró los ojos.

—Te dije que te explicaré en tu casa. Ahora te propondré un trato. Te soltaré solo con la condición de que nuestra conversación sea de cosas triviales. Sonreirás y harás como si te la estuvieras pasando muy bien. —Hizo una pausa— Me demostrarás que puedes ser una buena actriz. —sonrió, ladeando la cabeza.

—Esto no es divertido, Leo.

A él le agradó que lo llamara por su diminutivo. Sonrió otra vez y entonces la soltó. Leonardo se volvió y reanudó la contemplación del paisaje. Samantha también lo hizo y notó que sus labios temblaron. Quería llorar. No podía creer que Gina...bajó la mirada, sintiendo una inmensa tristeza. La quería, pero de ser verdad las declaraciones de Leonardo, era algo que no iba con sus principios. Y no sabría qué hacer en dicha situación. Se sintió perdida y muy confundida. Miró con disimulo el perfil de Leonardo.

—¿Qué te parece si cocinamos? —Él tomó aire y se dio vuelta— Muero de hambre.

—Me parece...bien. –Samantha titubeó y lo siguió sin muchas ganas.

Leonardo fue a colocarse detrás de la barra y la miró, reprimiendo la risa.

—¿Es tu mejor esfuerzo? –preguntó él.

Samantha sabía que se refería a lo de fingir una relación sentimental. Sintió un destello de enfado al darse cuenta que se burlaba de ella y entonces se sentó frente a la barra.

—La verdad, –Samantha dijo en voz baja y dio un suspiro− es que no me la estoy pasando muy bien, Leonardo. Como comprenderás, no me has dado buenas noticias.

—Olvídalo por el momento, ¿Quieres? –la miró− Cocinemos.

—Hazlo tú, que a mí no me gusta hacerlo.

Él se asombró mucho.

—Punto en contra. Deberías saber cocinar.

Ella enarcó una ceja.

—No has puesto atención. –Samantha apuntó con el índice− Yo dije que no me gusta hacerlo, no he dicho que no sabía.

—Perdón. –dijo él, emitiendo una risa− Entonces haz otro esfuerzo y ayúdame a preparar algo.

Samantha ya no pudo negarse a ayudarlo, porque a pesar de todo, comenzaba a relajarse. Leonardo tenía razón y no se le antojaba nada estar ansiosa o temerosa lo que quedaba del fin de semana. Tenía que confiar en él. No tenía otra opción por el momento. Repasó el abrazo que había sentido minutos antes y sintió un estremecimiento, pero de inmediato disolvió la imagen. En ese instante, Leonardo hurgaba en el refrigerador y después alzó su mano, sosteniendo unos tallarines.

—La encargada tiene la gentileza de poner alimentos frescos. –Le informó él− Eso quiere decir, que encontraré también espinacas.

Leonardo lanzó una exhalación de júbilo al encontrar lo que buscaba y sonrió a Samantha. Durante el tiempo en que prepararon los tallarines con espinacas y jamón, hablaron de cosas sin ninguna importancia, que no pudieran comprometerlos. Samantha se preguntaba si no estaba loca por seguirle la corriente a ese hombre que sí parecía estar mal del coco. Diego...Narcotraficante. Debía ser una horrible broma.

Mientras vuelves a míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora