El tono negro me resultaba repugnante desde que había comenzado a ver el aura de las personas. En el pasado, cuando mi abuela aún estaba en sus cinco sentidos, me enseñó que ese color en las personas indicaba una enfermedad o una maldad desbordante en la persona. No hace falta agregar que a partir de entonces evitaba a toda persona que tuviera ese color, pero por alguna razón este chico parecía tener algo diferente respecto a los otros que había visto.
—¿Quién eres? — volví a preguntar cuando no vi intención de responder.
—De verdad no sabes nada —sonrió de oreja a oreja, pero su sonrisa titubeó por un segundo, luego su expresión cambió a una seria. Retrocedí por reflejo ante sus ojos concentrados en mis movimientos. En algún momento había terminado en la carretera, sentí un tirón repentino y entonces estaba de nuevo en sus brazos. Escucho como un conductor molesto me insulta mientras pasa por el lugar en donde yo estaba hacía apenas un momento.
—Ten cuidado, —dice de nuevo con su sonrisa inquietante, —no quiero que nuestro primer encuentro tenga algo turbio como anécdota.
Lo miro confusa y un poco asustada, me trago el comentario de que solo su aura en sí misma es suficiente para que este día sea una de esas historias extrañas y hasta terroríficas. La idea de estar contándole a María sobre este chico como si fuera una historia jocosa o divertida me hacen subir la bilis a la garganta, el aura de él es tan negra que parece una parca y estoy bastante mareada por la cantidad de emociones que estoy percibiendo de su alma. Podría estar en brazos de un asesino y no saberlo.
Maldito entrenamiento incompleto.
—¿No me dirás tu nombre hasta el final? —pregunto, mirándolo a los ojos oscuros.
—Es de mala suerte romper el misterio de esa manera, pequeña cervatilla. —Pone un mechón tras mi oreja, —Me gustaría volver a ver este rostro tan encantador que tienes.
—¿Conociste a mi padre? —pregunto.
—Oh, por supuesto que lo conocí —sonríe de forma irónica—. Todos lo conocimos bastante bien.
—¿Eres como yo? — Me alejo de sus brazos y lo enfrento, pero la punzada en mi tobillo me hace dejar de mirarlo, el dolor parece más fuerte de lo que era antes.
—No, no soy como tú. Me gustaría continuar con esta conversación, pero por el momento creo que es mejor que te vayas con tu amiga.
—¿Qué? —pregunto justo cuando alguien toma mi hombro y me hace girar.
—¡Samantha! —una alarmada María me sacude, —te estaba llamando y no respondías. ¿Te encuentras bien?
Giro la cabeza para ver al chico que estaba hablando conmigo, pero justo como pensaba, no aparece por ninguna parte. La pequeña alarma ante lo sucedido me hace querer salir corriendo del lugar, pero mi tobillo me lo impide. María me ayuda a caminar lentamente hasta su auto, que no estaba muy lejos de nosotras. El sentimiento de que algo está mal no desaparece en ningún momento, ni cuando mi amiga toma la ruta hacia el hospital del pueblo.
Comienzo a pensar en una excusa creíble para el padre de María, el doctor Henry es un buen hombre, se especializó en cirugía ortopédica, pero siempre deseó ser psicólogo, razón por la cual suele ser bastante bueno para leer a las personas. Mi amiga siempre habla con mucho orgullo de él, ya que su deseo es ser una gran psicóloga, cumpliendo el sueño que él no pudo alcanzar debido a sus padres. Después de muchos años viviendo en la ciudad y perdiendo a su esposa en un accidente, decidió venir a vivir a este pueblo olvidado por Dios para criar a su hija de ocho años con la ayuda de su hermana menor, quien se había casado con el alcalde del pueblo.
—¿Qué sucedió, Samantha Osborne? —pregunta con seriedad mi amiga. Me tienta la idea de no contestar, pero eso solo la hará enojar.
—No lo sé, —respondo con sinceridad —estaba en casa y luego salí porque... porque no soporté ver a mi abuela hoy.
Voy contando poco a poco lo que sucedió al salir de mi casa. Mientras las palabras van saliendo de mis labios, siento una discordancia en mis recuerdos. Algo no cuadra en lo que hice al salir de la casa de mi abuela. Me concentro en enumerar cada una de las cosas que sé que fueron ciertas. Para empezar, dejé a mi abuela en la habitación, tomé algo de la mesa de noche y corrí hacia el patio para tomar algo de aire fresco. Normalmente me detengo justo frente a la cerca de madera que rodea la propiedad. Sin embargo, en esta ocasión no me detuvo nada. Mi mente intenta convencerme de que fue por lo emocional del momento, pero luego el tenue recuerdo de una ola mágica llega a mi mente.
No me detuve porque algo o alguien no quiso que lo hiciera.
ESTÁS LEYENDO
Reinos Ocultos
Short StorySamanta nunca se ha considerado alguien normal, ni siquiera se consideraba a si misma humana, las cosas que veía, lo que podía hacer, jamás serian comunes, ver cuando alguien iba a morir, controlar el agua y pronosticar el clima no eran cosas que pu...