Juguete.

1K 65 5
                                    

Nadie en su sano juicio querría permanecer en el mismo lugar donde perdiste a tu mejor amigo, sacrificado por las atroces y egoístas decisiones de tu deplorable jefe. Y ese nadie era Dazai, un joven de apenas 16 años considerado un diamante en bruto, una mente maestra dentro de la sórdida Port Mafia. Sin embargo, hasta el ser más despiadado tiene un límite, y Dazai había rebasado el suyo con la pérdida de Odasaku. Oh, si tan solo pudiera retorcer las manecillas del tiempo, no dudaría ni un instante en descargar su ira asesina sobre Mori, ese maldito anciano decrepito. Pero la realidad es inamovible, por más que la desesperación nos corroa las entrañas.

No hacía mucho, Dazai había reclutado a un chiquillo en la base, acogido únicamente por el inmenso potencial desperdiciado que vislumbró en él. Una sed asesina devastadora, horrenda, que infundía pánico en las pobres almas que osaban presenciarlo, comparándolo con la mismísima encarnación del diablo. Qué patéticos. Dazai se había encargado personalmente de ser su tutor, enseñándole a golpes, insultos y gritos desgarradores las crueldades de las que son capaces los humanos. El desventurado niño apenas conciliaba un par de horas de sueño, alimentándose únicamente cuando a Dazai se le antojaba o cuando notaba que estaba al borde del colapso. No podía darse el lujo de perder esa valiosa pieza en su retorcido juego. ¿Pero saben lo mejor? El mocoso se había convertido en el fiel perrito faldero de Osamu, obedeciendo ciegamente cada una de sus órdenes.

Sería una verdadera lástima irse sin dejarle un recuerdo imperecedero a ese ser.

Sus pasos resonaron con un eco siniestro a través de los lúgubres y eternos pasillos, cada pisada transportando a Dazai más cerca de su turbio objetivo. Se dirigía a la habitación de Akutagawa, quien a esas horas ya debía hallarse sumido en los inquietantes parajes del sueño, perfecto... Eso facilitaría las cosas para Osamu. Sin molestarse en llamar, irrumpió en el reducto ajeno, sus voraces ojos posándose sobre la delgada figura del muchacho, sentado al pie de la cama despojándose de sus zapatos con movimientos torpes y adormilados.

"¿Dazai-San?" Balbuceó Akutagawa, desconcertado ante la intrusión a semejantes horas. "¿Sucede algo? ¿Quiere que vaya a entrenar? Puedo hacerlo sin proble..." Sus palabras se vieron bruscamente acalladas por unos labios demandantes apoderándose de los suyos. ¿Dazai... besándolo? La mente aturdida de Ryunosuke necesitó parpadear más de una decena de veces, sus manos torpes tanteando los anchos hombros de su mentor, urgido de confirmar que este ultraje no era producto de un mal sueño inducido por la fatiga. Pero los afilados dientes de Osamu hincándose con saña en su labio inferior, arrancando un agudo quejido de su garganta, le confirmaron la cruda realidad de su situación.

Con movimientos felinos, el menudo cuerpo de Ryunosuke fue arrojado sobre la cama, sus labios siendo cruelmente devorados, saqueados sin tregua por los del otro. Las piernas delgadas se agitaban, aprisionadas entre el colchón y el peso abrasador de su maestro. 

¿Qué demonios estaba pasando?

Cuando Dazai finalmente rompió el beso, Akutagawa lo miró con ojos desorbitados, desesperado por encontrar una explicación a este ultraje en la mirada de su mentor. Pero por más que escudriñó, no halló más que un brillo peligroso de lujuria salvaje desbordándose de esas pupilas voraces. El joven tragó saliva con dificultad, su cuerpo tensándose en un inútil intento de rehuir, pero la fuerza de Dazai lo superaba con creces. La mano ajena se ciñó como un grillete en torno a su tobillo, anulando cualquier esperanza de escape, mientras la otra se encargaba de deshacer con brusquedad el nudo de su corbata, arrojándola después al suelo como un trapo inservible. El saco siguió el mismo camino, arrancado sin miramientos de su cuerpo, dejándolo sólo en la blanca camisa que aún conservaba algunas manchas parduscas de la sangre seca de Odasaku, restos de su agonía final entre los brazos de Ryunosuke.

"Dazai-san... ¿Qué está haciendo? Yo..." Balbuceó en un hilo de voz, su delgado cuerpo estremecido de temblores incontrolables al tiempo que sus puños se crispaban sobre las sábanas, temerosos de la siguiente acción de su mentor. Cuando Dazai acercó nuevamente su rostro al suyo, la voz que emergió como un susurro de sus labios tenía un tono empalagoso, casi melódico, que sólo consiguió hacerle sentir un escalofrío reptando por su espina dorsal: "Obedéceme como siempre lo haces, y compláceme Akutagawa-kun."

Era una orden directa, no una petición, y el joven sabía que no tenía opción más que acatarla.

"Lo que usted diga, Dazai-san", respondió en un hilo de voz, antes de que su mente se nublara por completo, invadida por un torbellino de emociones que no lograba descifrar del todo.Lo último que vio fueron los labios de Dazai curvándose en una sonrisa cruel, antes de que su mundo se disolviera en una vorágine de sensaciones abrumadoras.

Gritos desgarradores, gemidos ahogados en agonía, jadeos entrecortados de desesperación, sollozos de dolor... Era todo lo que se podía escuchar emanar de esa habitación maldita, como los lamentos de un condenado siendo conducido a la hoguera. Los miembros de la guardia, apostados afuera, se estremecían al captar esos ecos de ultratumba, pero ni uno solo se atrevía a intervenir. Después de todo, ¿quién tendría la temeraria osadía de enfrentar al mismísimo Osamu Dazai, ese psicópata despiadado? Tal vez Chuuya, pero el pelirrojo se hallaba lejos, en un viaje que no lo traería de regreso hasta la mañana siguiente. Nadie podía rescatar al pobre Akutagawa de las garras de esa bestia que se regodeaba en corromper su virginidad, en mancillar con sus toques aberrantes la pulcritud de esos labios y ese cuerpo apenas en flor.

¿Se merecía semejante castigo? ¿Por qué descargar en él toda esa saña? El chico no había hecho nada malo, sólo obedecer como le fue ordenado, creyendo ingenuamente que eso le granjearía la compasión de su mentor. ¡Qué equivocado estaba! Los gritos desgarradores que manaba eran prueba de su error.

Cuando al fin los ruidos cesaron, la figura impasible de Dazai emergió, su apariencia desaliñada pero con un brillo de satisfacción enfermiza danzando en sus ojos. 

Y Con ese último recuerdo lacerante grabado a fuego en las paredes, Osamu abandonó para siempre la Port Mafia, dejando atrás al destrozado Akutagawa sumido en la más absoluta de las desolaciones.


CONTROL // DazAkuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora