Dazai Osamu, un ejecutivo de la Port Mafia, quien dejaba tras de sí un rastro de caos y destrucción. Su arrogancia era insoportable, miraba a sus subordinados como si fueran insectos insignificantes, y el aire que lo rodeaba estaba cargado de una soberbia insondable.
Pero en este juego macabro había una pieza especial, un alma torturada llamada Akutagawa Ryunosuke. Era un juguete valioso, un títere que Dazai manipulaba a su antojo, alimentando su espíritu destrozado con palabras melosas de falso afecto.
Akutagawa, hambriento de atención, se aferraba desesperadamente a cada una de esas palabras, como si fueran un salvavidas en un océano de desesperanza. Su necesidad y desesperación lo habían convertido en un perro leal, que lamía las botas de su amo en busca de un gesto de aprobación. Y Dazai, con una crueldad sin límites, se regodeaba en esa dependencia, tejiendo una red de falsas promesas y caricias venenosas que solo podían traer dolor.
Akutagawa era un tonto útil, que se negaba a ver la verdad detrás de las mentiras de Dazai. ¿Cómo alguien podía ser tan ingenuo? ¿Cómo no darse cuenta del destino trágico que lo aguardaba?7:00 pm
Osamu se colocaba detrás de Akutagawa Ryunosuke, en una habitación oscura y húmeda, donde una sola luz colgaba del techo, creando una atmósfera opresiva. Las respiraciones agitadas de ambos hombres eran el único sonido en la habitación.Dazai sujetaba con firmeza a su subordinado, inmovilizando sus brazos con una mano, mientras que con la otra sostenía un cuchillo afilado, cuyo brillo se reflejaba en los ojos temerosos de Akutagawa. La piel de este último era pálida como la nieve, y el miedo se apoderaba de cada uno de sus sentidos.
Con un movimiento ágil y preciso, Dazai comenzó a cortar la piel de Akutagawa, empezando por su hombro derecho. El cuchillo deslizaba con facilidad, como si la piel fuera tan delicada como la mantequilla, mientras que los músculos se contraían bajo el aguijón del dolor. Akutagawa apretaba los dientes, intentando ahogar sus gritos de agonía.La sangre comenzaba a fluir, teñiendo la blanca piel de un rojo intenso y brillante. Cada corte de Dazai era meticuloso, como si estuviera creando una obra maestra con cada descascarado de piel. Tiraba de ella para que se abriese más, revelando las capas más profundas de carne húmeda y contorsionante.El proceso era exasperante. Cada gemido ahogado y lágrima de Akutagawa era un manjar para Dazai, que disfrutaba del poder que tenía sobre su amante. El líquido rojo se acumulaba en el suelo, formando una alfombra sangrienta, mientras el cuerpo de Akutagawa parecía perder su humanidad con cada corte preciso.
Los gritos de Akutagawa finalmente escapaban, ahogados parcialmente por un paño que Dazai le colocaba en la boca, evitando así llamar la atención de cualquier curioso. El olor a hierro y sangre llenaba la habitación, un aroma dulce, metálico que parecía enloquecer a Dazai, impulsándolo a profundizar sus cortes con una sonrisa sádica en los labios.
Akutagawa se debatía entre el dolor y la inconsciencia, pero cada vez que el umbral del sufrimiento parecía alcanzar su clímax, el castaño encontraba una nueva forma de intensificar la agonía. La carne se desgarraba, los músculos se exponían en toda su crudeza, y el cuerpo de Akutagawa parecía despojarse.Finalmente, Dazai se detuvo, aparentemente satisfecho con su macabra obra. La figura de Akutagawa estaba desollada, su cuerpo cubierto de cortes que brotaban sangre. Pero el calvario aún no había terminado.
Con el cuerpo de Akutagawa inmovilizado y sus ojos desorbitados, Dazai se acercaba con un frasco en la mano que contenía un polvo blanco, cuyo toque era como fuego. "Esto será realmente entretenido", susurró Osamu mientras esparcía el contenido salino sobre las heridas abiertas, provocando un dolor insoportable.
Akutagawa gritaba, suplicando que parara el suplicio, pero sus palabras se perdían en el eco de la habitación. Sus ojos, humedecidos por las lágrimas, miraban a Dazai con una desesperación absoluta, pero este solo sonreía con más sádica crueldad. "Por favor, Dazai-San, te ruego que pares...", mascullaba Akutagawa entre sollozos, sin embargo sus ruegos caían en oídos insensibles.
La sal quemaba la carne de Akutagawa como si fuera ácido, haciendo que las heridas se inflamaran y el dolor se intensificara. Osamu disfrutaba de cada gemido, de cada lágrima que caía de los ojos de su compañero, como un adicto que necesita su próxima dosis. Sin piedad, continuaba su sádica tarea, agregando más y más sal a las heridas abiertas, disfrutando del aullido de agonía que surgía del pecho de Akutagawa.
"Esto es solo el comienzo", susurró mientras sacaba un instrumento punzante de su bolsillo. La tortura había entrado en una nueva fase y Dazai tenía la intención de hacer durar la agonía lo que Akutagawa pudiera soportar.
Este último gemía y maldecía su suerte, maldiciendo también a Dazai junto a su insaciable sed de sadismo. Suplicaba por el fin de aquel infierno, pero sabía, en lo profundo de su ser, que su compañero no se detendría hasta haber saciado su ansia de dolor.
"Por favor, Dazai-San, basta ya..." Akutagawa jadeaba, sus ojos desorbitados y llenos de lágrimas, suplicando misericordia a su sádico amo. La desesperación se apoderaba de cada fibra de su ser, sintiendo que su cuerpo y su alma se desgarraban con cada corte y cada puñalada.Pero Dazai no mostraba ninguna piedad, su sonrisa sádica era un puñal más en su corazón. Con cada movimiento sádico, la desesperanza de Akutagawa crecía, sintiendo cómo su fuerza y su esperanza se evaporaban con la sangre que brotaba de su cuerpo."¿Por qué? ¿Por qué haces esto? ¡Ya no soy útil para ti, ¿verdad? ¡Me estoy convirtiendo en un monstruo!" El grito de Akutagawa retumbaba en las paredes, su voz rota por el dolor y la agonía. Cada lágrima que caía era como una puñalada más en su corazón ya destrozado.Dazai, con una frialdad que congelaba la sangre, respondía entre dientes: "Eres mi juguete favorito, Ryunosuke. Y los juguetes rotos necesitan ser reparados... o descartados".
Las palabras de Dazai eran como un balde de agua fría que apagaba la llama de su esperanza. Su mirada se perdía en la oscuridad de la habitación, sintiendo cómo el peso del desespero le aplastaba el pecho. ¿Era esto el fin? ¿Acabaría su sufrimiento solo con la muerte?Pero incluso esa idea le aterrorizaba, temía que Dazai pudiera tener un destino peor preparado para él. El miedo se apoderaba de su mente, imaginando torturas aún más crueles en las que su cuerpo y su mente serían destrozados pieza por pieza.
Akutagawa se sentía como un animal acorralado, sin escapatoria posible. El sudor frío recubría su cuerpo, y el sabor metálico de la sangre le ahogaba la boca. Cada respiración era un esfuerzo sobrehumano, y el dolor le robaba la coherencia."Por favor... tengo miedo... no puedo seguir así... haz que termine", susurró Akutagawa, rendido, sintiendo cómo la oscuridad lo abrazaba y su conciencia se desvanecía.Dazai solo observaba cómo su víctima se desmayaba. Pero antes de que pudiera continuar con su sádica obra maestra, un ruido en la puerta lo hizo detenerse. Alguien se acercaba.Rápidamente, Dazai guardó sus instrumentos de tortura y se limpió las manos ensangrentadas con un paño. Con una apariencia serena, se acercó a la puerta para abrirla, disimulando el rastro de caos que había dejado en la habitación.
Mientras tanto, Akutagawa yacía en el suelo, aparentemente inconsciente, pero su mente estaba en un lugar lejano, donde la oscuridad lo abrazaba y le susurraba alivio.
"Ah, Chuuya...¿Qué quieres?"