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Hagrid me indicó donde encontrar cada cosa de la lista y luego me dejó sola un rato porque tenía que hacer recados.

Primero fui a Madame Malkim, y estuve allí casi 1 hora. La señora era muy habladora y tardó bastante en medirme y prepararme túnicas a medida.
La mujer era una señora gorda con varias capas de maquillaje sobre la cara y una cantidad desmesurada de colonia.

Una vez con las túnicas, me dirigí a la librería Flourish y Blotts, está parada me resultó mucho más interesante que la tienda de Malkim y la verdad es que nunca había sido aficionada a la lectura.

El único libro que nos permitían leer las monjas era la Biblia, un libro horrible y no es que no hubiese intentado leerlo. Era la única pertenencia que me dejaban cuando me mandaban al cuarto de pensar.

Una vez, estuve allí encerrada por dos semana, casi me volví loca, como tuve mucho tiempo libre, la leí completa.

Si me preguntas, un libro aburrido, con mucha descripción poco argumento, además de lleno de inconcluencias.

Cuando terminé ese odioso libro juré nunca más acercarme a uno, y utilice mi ejemplar para esconde contrabando, dulces, canicas, chapas.... lo que podía conseguir en mis escapadas nocturnas.

Pero estos libros eran algo completamente diferente, había uno cuya portada parecia una nube, otro tenía fauces y puntiagudos dientes.

Cuando pedí el lote de libros de primer año no decepcionaron mis expectativas. Los libros hablaban de animales mágicos, de historia de la magia o de encantamientos.

Salí de la librería con una gran sonrisa, esperando ansiosa la siguiente cosa mágica que me estuviese esperando.

Después de un hora, me hice con un caldero de peltre, una balanza de latón, un juego de redomas de cristal y un telescopio.

Quise hacerme con un botín de chuches y chocolatinas en una tienda a la que me había echado el ojo, pero aún quedaba una cosa en mi lista, la más especial, la que mas ilusión le hacía, una varita.

Abrí la puerta de Ollivander's, era una tienda empotrada en un rincón de la calle principal, era estrecha y las paredes estaban repletas de varitas hasta varios pisos más arriba.

"¿Hola?" Pregunté y sentí como mi voz se escurría por la retorcida estancia.

Entonces una escalera se deslizó hasta la entradilla, y un hombre viejo y flaco, o más que flaco escuálido, que tenía el pelo blanco revuelto y la cara arrugada.

"Bueno bueno, señorita Black, parece que fue ayer cuando le vendí su varita a tu padre" dijo casi en un susurro.

Miré con curiosidad al enigmático hombre "¿usted sabe quien es mi padre?" Pregunté con un hijo de voz.

"Por supuesto, Regulus, Regulus Black" dijo mientras bajaba la escalera "Un joven extraordinario por supuesto, incomprendido también, cometió muchos errores..." Pensó para si mismo en voz alta.

Regulus Black...ese era mi padre, pensé yo y archivé el nombre para guardarlo en mi memoria. Estuve a punto de preguntar por mi madre pero el viejo salió de su inopia.

"En fin no podemos venir en el pasado" dijo mientras extraía una caja algo abollada y sacaba de ell una varita algo corta y con un mango ovalado.

"Madera de abedul, núcleo de corazón de dragón, 23 centímetros, poco flexible" rexitó y me entregó la varita.

La sujeté y le miré expectante.

"Vamos, agítala" dijo como si fuese una obviedad.

"Oh" dije yo y me apresuré a agitar torpemente la varita.

Lia BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora