[𝖊𝖓 𝖊𝖉𝖎𝖈𝖎𝖔𝖓]
En el comienzo de los tiempos, Adam y Eva viven en la perfecta armonía del Jardín del Edén, un paraíso donde la inocencia y la belleza reinan supremas. Sin embargo, su desobediencia al comer del fruto prohibido desata una serie...
La vida en el Edén era un paraíso de belleza y serenidad, un jardín de delicias donde dos almas compartían el esplendor de la creación.
Adam y Lilith, los primeros de su especie, vivían en armonía con la naturaleza y el propósito que se les había otorgado.
Sin embargo, bajo la superficie de esa aparente perfección, se gestaba una tormenta.
Desde el momento en que fueron creados, Adam y Lilith estuvieron destinados a ser compañeros, iguales en todos los aspectos.
Pero a medida que los días pasaban, las diferencias entre ellos se hicieron más evidentes.
Adam, con un sentido de autoridad que creía inherente, esperaba que Lilith se sometiera a su voluntad. Lilith, por otro lado, tenía un espíritu libre e independiente, y no estaba dispuesta a ser controlada.
El conflicto entre ellos alcanzó su punto máximo cuando Lilith, en un acto de desafío, decidió abandonar el jardín.
La promesa de una vida en común se rompió en ese instante, y Adam se encontró solo, abrumado por una sensación de pérdida que nunca antes había experimentado.
Aunque no quería admitirlo, necesitaba a Lilith, pero ella ya no estaba.
Durante un tiempo, Adam intentó acostumbrarse a su soledad.
Al principio, la quietud del Edén le resultó reconfortante, un lugar donde podía reflexionar y encontrar paz.
Pero con el paso del tiempo, esa misma soledad comenzó a devorarlo desde dentro.
La ausencia de compañía se hizo insoportable, y la vasta belleza del jardín se volvió fría y vacía sin alguien con quien compartirla.
Dios, viendo el dolor de su más grande creación, no podía permitir que Adam permaneciera solo.
Así, en un acto de misericordia, decidió darle una nueva compañera.
Adam cayó en un profundo sueño, y de una de sus costillas fue moldeada una nueva mujer, diseñada para acompañarlo y llenar el vacío que Lilith había dejado.
Cuando Adam despertó, se encontró con una figura que lo observaba con curiosidad. Ella era diferente, más suave, más dócil.
Pero Adam, todavía herido por la partida de Lilith, no quiso encariñarse de inmediato.
El miedo a ser abandonado de nuevo se instaló en su corazón, y decidió mantener cierta distancia.
Le dio un nombre: Eva. Era un nombre hermoso, cargado de promesa y esperanza.
Pero para Adam, era solo un nombre, un recordatorio de que debía proteger su corazón.
Durante los primeros días, casi no hablaba con ella.
La observaba desde la distancia, temeroso de lo que podría significar encariñarse nuevamente.
Eva, por su parte, intentaba entender a su compañero.
Sentía la frialdad en su trato, pero no entendía por qué.
Sabía que había algo en el pasado de Adam que lo mantenía distante, pero no sabía qué era.
Sin embargo, era paciente, y aunque su corazón anhelaba una conexión más profunda, respetaba el espacio que él necesitaba.
El Edén continuó floreciendo, pero ahora con una tensión latente.
Adam, aunque agradecido por no estar solo, luchaba con el temor de volver a perder a su compañera.
Cada vez que veía a Eva, no podía evitar recordar a Lilith, y esa comparación constante le revolvía el estómago.
Pero había algo en Eva que lo intrigaba, algo que, aunque intentaba resistir, lo atraía hacia ella.
Era diferente, sí, pero en esa diferencia residía una posibilidad de algo nuevo, algo que no había experimentado con Lilith.
Aun así, Adam no estaba listo para abrirse completamente.
Decidió mantener a Eva a cierta distancia, asegurándose de no involucrar su corazón más de lo necesario.
Los días pasaron, y aunque la relación entre Adam y Eva permanecía distante, había una pequeña chispa que empezaba a encenderse en el fondo de su ser.
Adam se prometió a sí mismo que protegería a Eva, pero también que no dejaría que ella se convirtiera en otra Lilith.
No podía soportar la idea de ser dejado solo otra vez.
Y así, en el silencio del Edén, dos almas coexistían, una temerosa de volver a amar, y la otra esperando pacientemente a ser amada.
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