2 - Ante los ojos del misterio

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Los extensos y laberínticos pasillos del colegio Shutetsu reverberaban con la efervescencia juvenil, un palpitar constante que infundía vida a los fríos muros de la institución

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Los extensos y laberínticos pasillos del colegio Shutetsu reverberaban con la efervescencia juvenil, un palpitar constante que infundía vida a los fríos muros de la institución. Taki, con ojos inquisitivos, recorría cada uno de esos niños, como un sabueso en busca de secretos ocultos en todas esas vidas humanas. No se conformaba con la fachada de sonrisas perfectas que adornaban los rostros de los estudiantes; añoraba desentrañar los misterios tras esas caretas de felicidad. Cada paso, cada mirada, era un acercamiento a la cruda realidad que yacía bajo la superficie.

Al compás de sus pasos resonando en el suelo del extenso pasillo escolar, sus ojos se dejaron llevar con gracia sobre cada uno de sus amigos. Sabía que no necesitaba sumergirse en cada una de sus vidas; desde años de estrecha convivencia, había penetrado las capas más íntimas de sus almas y los conocía demasiado bien como para no entenderlos. Para Taki, el arte del análisis era un deleite constante, una danza de entendimiento que abrazaba con devoción. No le suponía sacrificio alguno dejar de lado sus cosas para enfocarse en aquellos que en verdad le importaba.

Sin embargo, tanto él como Takasugi ambicionaban lo que Izawa y Kisugi tenían: la plenitud de ser amados.

Reconocía los sentimientos de su compañero y él los suyos, era una situación emocional que pesaba como plomo en sus corazones. Y si acaso tuviera que añadir más desazón al diluvio que caía sobre sus pensamientos, en todos esos estudios suyos a los que se aventuraba proyectar, una obsesión se cernía como un espectro en cada rincón de sus reflexiones: la idea de que en cada una de esas mentes estudiantiles resonara una palabra tabú que deseaba no escuchar.

Sus tonterías y teorías se perdieron en la línea del tiempo cuando finalmente ingresaron al aula que compartía con sus fieles amigos. Kisugi, en medio de una euforia imposible de contener, se lanzó hacia adelante con los brazos en alto, repitiendo una vez más una escena patética. Esta representación cotidiana provocó una oleada de miradas hacia su compañero, y el sutil rubor carmesí brotó de las mejillas de Taki, como si cada gesto y cada estupidez fueran testigos silenciosos de su incomodidad, una señal palpable de la vergüenza que le estaba haciendo pasar Kisugi.

— ¡Saludos, clase! — Kisugi, con solo pronunciar sus palabras cargadas de euforia, provocó que las miradas de las chicas se posaran sobre él como unas bobas enamoradas. — ¡Hoy nos aguarda otro día de estudios!

<< ¡Grita con más fuerza, que no te han escuchado los del aula de al lado! >> instó Taki desde su cabeza, sin poder ocultar el rubor de sus mejillas.

Fijó sus ojos negros en el pupitre de la esquina de la última fila, cerca de la ventana, ofreciendo un refugio apacible en medio de la agitación de la clase. Apreciaba la ausencia de compañeros a su espalda, que podían distraerlo, además, le brindaba de la privacidad que esta posición ofrecía sin sentirse aislado. ¿Qué privilegio podía superar ese? Para él, aquel espacio era su santuario, donde el mundo podía girar sin perturbar su sereno equilibrio. Estaba convencido de que no necesitaba estar en primera fila para mantener su reputación como el alumno más aplicado de la clase.

Hajime Taki: Destello de la InfanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora