Primera parte: Una historia jamás contada

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Capítulo 1 

A veces, el cambio es justo lo que necesitas para descubrir nuevas facetas de ti mismo.

                                       

— ¡Ya deberíamos estar en la fiesta!, ¿Qué haces? ¿Porqué te tardas tanto!?

Dejo a un lado el maquillaje que estaba sosteniendo con mis manos y volteo a verla para cerciorarme que se dirige a mi.

— ¿Me hablas a mi?

—¡Claro que te hablo a ti! Son las 11 PM, ¡Debíamos de estar en la fiesta hace como 1 hora!, Rena ya está lista, solo faltas tú, date prisa Matilda.

Laila no tiene mucha paciencia sobre todo cuando se trata de fiestas, y sobre todo cuando se trata de la fiesta en la que tendrá la posibilidad majestuosa de dar un paso con el chico que le gusta. Sin embargo, es de las pocas cosas que puedo decir que no me agrada sobre ella. Su personalidad es increíblemente extraordinaria, sus rasgos son particulares pero sumamente bellos. Tiene los ojos más oscuros que he visto en casi toda mi vida y hoy está luciendo una falda lo bastante corta como para llamar la atención pero lo suficientemente larga para no dejar ver más allá de su cuerpo. La observo de arriba a abajo y genuinamente pienso que es maravillosa, es como la mitad que me ha hecho falta casi toda mi vida, aquello que he estado buscando intensamente. Noto como me complementa, su cabello oscuro que contrasta con mi cabello claro, sus labios pequeños que difieren de los míos. Pienso que somos completamente diferentes pero iguales a la vez. Observándola, recuerdo el motivo por el cual nos hicimos amigas hace unos meses atrás y no puedo evitar sonreir.

— Intentaré darme prisa ¿de acuerdo?— digo finalmente.

Ella hace un gesto con la mano demostrando prisa y sale de la habitación.

Sentada aquí en este pequeño asiento rosa de terciopelo frente al tocador más hermoso que he visto en mi vida, con más de 40 productos de maquillaje a mi disposición comienzo a recordar cómo solía odiar ir a fiestas. Lo odiaba tanto, de verdad, nunca le encontraba el sentido a eso de beber hasta no poder más, besarse con mil desconocidos y finalmente perder la consciencia a causa de tantos vasos de Alcohol. Sin embargo, hoy en día las cosas son diferentes. Las cosas han cambiado. Cambiaron tanto a tal punto de que se que si tuviera la posibilidad de hablar con mi yo del pasado estoy segura que no entendería cómo llegamos aquí. Aunque la explicación es muy simple: la universidad le dio un giro de 180° a mi vida.

Mi primera impresión al llegar al campus fue pensar "okay, ¿esta profesión realmente es para mí?" Y aunque a veces lo sigo pensando puedo decir que placenteramente si lo es. El año anterior a comenzar la universidad mi vida se había centrado en solo una puta cosa: descubrir para qué vine a este maldito mundo e intentar buscarle un propósito a mi simple existencia.

Pero mi tiempo no fue solo dedicado a simplemente trabajo y estudios, sino también fue una búsqueda intensa de descubrir cuáles eran mis verdaderos intereses, ya que a pesar de ser buena en muchas cosas nunca me había considerado experta en nada. Fue hasta entonces que en la mitad de la frustración y desesperanza mi madre insistió e insistió en que la enseñanza era algo que se me daba bien, y aunque evitaba ponerme en un pedestal, llegó el día en que dejé la modestia de lado y reconocí que tenía algo de razón. Si bien el instinto maternal nunca había sido lo mío, decidí inscribirme en una carrera en la que pasaré casi todo mi tiempo rodeada de puros niños. Afortunadamente hasta este momento no me he arrepentido de aquella decisión.

Recuerdo perfectamente cuando envié ese bendito Mail de inscripción. Mi estómago estaba revuelto de nervios, cargaba con una inexplicable impaciencia, la impaciencia de recibir la aprobación por parte de los directivos y por otra parte el maldito temor al rechazo. Hasta que un día finalmente lo recibí y fue desde aquel instante que todo comenzó a cambiar para mi.

Todo lo que no te conté Donde viven las historias. Descúbrelo ahora