Me senté en la mesa acompañándolo en su silencio, notó mi cercanía y cerró la boca para volverla a abrir. Preguntó por mi padre, luego por mi madre, mi hermana; me pidió favores y luego se ocupó de hablar extensamente de cosas que oí, pero no escuché. A veces conversábamos de verdad, consentíamos que era necesaria mi concurrencia a su ayuda. También preguntaba cómo iba el triciclo que en esas épocas estaba a mi uso; le decía que bien, y sonreía orgulloso del resultado de su invención y mantenimiento. Le llegaba a contar sobre cosas que juraría que nunca entendería del todo. Aunque actuara como que sí, no hacía ni mención ni comentarios.
La última vez recuerdo haber contado sobre el proyecto de la colonia en Marte. Me ignoró durmiéndose. En esa ocasión, centrándome al fin en sus palabras, tuve la intención de preguntar por su padre. Esto podría pasar a ser una conversación en vez del acostumbrado monólogo suyo, pero, pidió que le guiará a su catre a descansar. Él no tuvo padre, eso escuché de una conversación de mis tíos y tenía la curiosidad de corroborar la historia. Siendo el caso, con el sujeto principal. Pero no quiso, ni su impresión a mis palabras me dieron alguna idea. Supe que su figura paterna recayó en alguien a quien posiblemente él nunca quiso proclamar como tal. Lo odió toda la vida, por ser maltratador y negligente.
Lo que escuché aquella vez de la conversación de los mayores, fue que aconteció una vez en la que mi abuelo se cruzó con su padre verdadero. Lo encaró buscando escuchar excusas y al menos piscas de estima, pero fue negado y ante la gente humillado por un vocifereo injustificado.
Quizá no era su padre, o no era querido ni por su padre real. No di más vueltas al asunto, lo olvidé y pasé de él.
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.Muy tarde, en una noche de un día incierto, aguantaba la respiración en el baño resistiendo muy bien los remezones de mi pecho y de mis labios. Era una noche de mayo y me encontraba llorando sentado en el váter, ante la inapetencia de bañarme. Mi abuelo había muerto. Pero no lloraba por su perdida, por los recuerdos juntos, que poco o nada fueron memorables. Ya había aceptado su muerte seis meses antes, el mismo día de su fallecimiento, mientras ordenaba y colocaba las sillas para los asistentes. Mi razón era tan fuerte que desencadenó sollozos desconocidos para mí hasta entonces. La causa era: su profundo miedo a la muerte.
Siempre me quejé de la pena ajena que denunciaba al verlo. Lo veía como un hombre que vivió ignorando que la muerte existiera, para luego, morir como si nunca hubiera vivido. Pero en ese momento, mi sensibilidad se desbordó, y pensé en cómo debió sentirse: ver la muerte cerca. Y al hacerlo, morir de la más patética forma: pidiendo auxilio, y agotando tus últimas fuerzas en un llanto desesperado, exclamando que no anhelas tu descenso. Que si hubiera alguna otra oportunidad, que si hubieran más posibilidades. Expresar tu amedrentamiento hacia la muerte a grito y reclamo.
Pocas personas aceptan la muerte de verdad. La mayoría solo se distrae, miran hacia otro lado en cuanto pueden. No estamos hechos para enfrentar nuestra no existencia. Podemos excusarnos con la religión, por una vida en un paraíso después de la muerte. Lo que significa taparse los ojos y oídos ante la desbordante realidad. ¿Quién puede asegurarlo? ¿Quién, si no es un humano predestinado a mentir, aunque crea que dice la verdad? Quien muere creyendo en una mentira, que después de la muerte no está eso que llamamos el sueño absoluto. El mismo milagro y a la inversa de lo que conocemos como vida. Antes de nosotros no estuvimos y después de nosotros no estaremos. Eso es la muerte.
Mi abuelo murió deseando no hacerlo. Llorando después de haberse regodeado en su miseria toda su vida. Y en ese momento me di cuenta de lo tanto que omití. Tan poco pensé en él, no lo consolé ni una vez. Y moriré como él. Tratando de matarme cada día, golpeándome la cabeza contra el piso o las paredes, orinando en cualquier sitio de mi cuarto, porque mi visión no me sirve y nadie está despierto a tardes horas para ayudarme a ir al baño.
Octubre, 2023.
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Bus Abandonado - Rothem
Short StoryAntología de relatos y poemas introspectivos, de caracter trágico y deprimente.