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"Una vez nos quedamos solos. y la escuela sin clases. fue tan bello vivir aquel instante."
Fermin suspiraba resignado a su mala suerte, se había olvidado de cargar datos ese día y por ende vino sin internet a la universidad. Estando en el tren pudo notar las pequeñas nubes que se formaban, pero cuando llegó a la institución esta había empeorado. Llegó a cargar datos en uno de los kioscos que rodean la universidad de Medicina de Barcelona.
Un joven estudiante de primer año de Medicina que estaba luchando por sus sueños, claro que fue frustrante para él descubrir que las clases fueron suspendidas hace media hora. Y lo peor de todo, no había casi ningún alumno por los pasillos y cuando llegó al comedor en la siguiente ala, la lluvia lo tomó de sorpresa. Incluso algunos funcionarios no estaban más en sus puestos.
Solo eran como cuatro personas, dos que trabajaban en el comedor y aquel muchacho que ha captado su atención desde que inició la carrera. Por lo que sabe de él, es alumno de algún doctorado extra. Siguiendo una especialidad, pero no pudo evitar su interés en él.
Iñigo Martinez, alto, tatuado, guapo y por sobre todo muy amable. Un total contraste distinto a lo que su cuerpo y tamaño decía de él.
Fermin puso su mochila sobre la mesa, claro que iba aprovechar para dormir. Ni siquiera pensaba comprar algo de comer. Después de todo solo vino por una clase y fue suspendida. Cuando estaba por conciliar el sueño, escuchó el movimiento frente suyo.
—¿Puedo sentarme aquí? Una persona solitaria es propensa a atraer un Rayo. —dijo el tatuado en un tono divertido, Fermin se sonrojo furiosamente al mirarlo.
—Tu... puedes. —murmuró, ahogó un chillido en su interior cuando cayó en cuenta que Iñigo le estaba hablando.
—Dejame adivinar... viniste sin datos en el móvil y te enteraste que suspendieron clases cuando ya estabas aquí y te atrapó la lluvia. —Fermin se rió ante lo que dijo el otro, era exactamente lo que le sucedió.
—Podría fácilmente deducir que me has estado espiando. —respondió en un tono burlón, el otro mostró una deslumbrante sonrisa de perfectas y blancas hileras de dientes. Fermin se sintió embobado.
—En dado caso, entramos al mismo tiempo, por eso pude notar que hiciste una recarga en el kiosco. —Dijo Iñigo, tenía el libro abierto en una página al azar. Fermin asintió, miró nuevamente hacia la ventana. Pensó que no habría más palabras después de eso. —¿Cómo te llamas? —Escuchó al mayor preguntar, el andaluz miró con atención a Iñigo. El otro parecía tan interesado en él, hasta era tonto.
