Luzbel vive en una cabaña en un bosque mágico con sus sobreprotectores hermanos. Un día, es castigado y enviado a la tienda al otro lado del bosque. En su camino de ida, es secuestrado por el temido "lobo feroz" y llevado a una parte desconocida del...
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Luzbel continuó caminando con el ser de abrigo rojo con rayas blancas a su lado, sintiendo la tensión en el aire. Decidido a romper el silencio, comenzó a hacer preguntas, esperando aliviar la incomodidad.
-¿Y usted, señor Alastor, vive por aquí cerca? -preguntó con voz temblorosa, mirando de reojo al imponente ser de sonrisa aterradora.
-Oh, podrías decir que tengo muchos... hogares -respondió el lobo feroz, su sonrisa siniestra permaneciendo intacta-. Me gusta moverme por aquí y por allá. Mantiene las cosas... interesantes.
El de capa roja asintió lentamente, sintiendo que la respuesta vaga del ser de sonrisa aterradora solo añadía peso a sus pensamientos. Intentó otra pregunta.
-¿Siempre ha vivido en este bosque?
-He vivido en muchos lugares, pero este bosque tiene un encanto especial, ¿no crees? -respondió, su voz resonando con una leve estática-. Pero dime, pequeño, ¿qué te trae por aquí?
El de ojos color zafiro dudó por un momento, pero decidió ser honesto.
-Mis hermanos me mandaron a la tienda como castigo por comerme un pastel de fresas con crema -confesó, sonrojándose ligeramente ante lo ridículo que sonaba su situación.
Alastor, soltó una risa maliciosa que resonó en el bosque, haciendo que el de botas negras altas sintiera un escalofrío.
-¿Así que te castigaron por un pastel? Qué curioso. Pareces demasiado dulce para hacer algo así.
El chico no pudo evitar sentir un nudo en el estómago. Tragó saliva, sintiendo que cada paso lo adentraba más en un juego peligroso del que no sabía si podría salir. Mientras continuaban su marcha, la oscuridad del bosque parecía envolverlos más. El menor trató de mantenerse tranquilo, pero la presencia inquietante del ser de abrigo rojo con rayas blancas y el silencio pesado hacían que su mente trabajara a toda velocidad. Decidido a romper la opresiva quietud, hizo otra pregunta.
-¿Tiene algún lugar especial al que le guste ir cuando necesita pensar, señor Alastor? -preguntó, tratando de sonar casual.
El lobo feroz, lo miró de reojo, su sonrisa tan enigmática como siempre.
