1. Ese hilo rojo

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Tenía que ser una broma.

Una. Maldita. Broma.

Chuuya levantó su mano izquierda hacia el techo, sus ojos fijos en el hilo rojo que colgaba de su meñique y se extendía misteriosamente más allá de la puerta del apartamento. Frunció el ceño, una mezcla de asombro y frustración llenando su mente.

¿Pero de donde había salido eso? Trató de deshacer el nudo: nada. Fue al escritorio, tomó unas tijeras y trató de cortarlo: nada. Luego fue a la cocina y trató de quemarlo: tampoco logró nada.

Ese maldito hilo rojo era indestructible y no podía zafarse de él de ningún modo. Y lo que era peor, parecía que nadie más podía verlo. Sus subordinados le habían venido a buscar, como cada mañana, pero ninguno reparó en el hilo. Él habló con un par de ellos sobre ello y en ver sus muecas, entendió que no podían verlo.

¿Tal vez se estaba volviendo loco?

No, eso era imposible. Soltó un largo suspiro y fue hacia la puerta. Sus hombres le esperaban allí, custodiándolo diligentemente hasta el cuartel general de la Port Mafia. En el día de ayer regresó de una peligrosa misión en Osaka y Mori insistió en realizarle un examen médico. Según el informe, Chuuya recibió un ataque durante la incursión, pero no había sufrido daños físicos. A pesar de eso, Mori le ordenó ir para allí.

Eso le molestaba. Tenía demasiada faena acumulada como para ir perdiendo el tiempo en chequeos innecesarios. O eso pensaba ayer, hasta que esa misma mañana observó cierto hilo en su meñique. Puede que el ataque que recibió estuviera relacionado, pero igual lo mantendría en secreto.

No quería acabar con una camisa de fuerza.

Accedió al despacho de Mori solo. El doctor ya le esperaba con una sonrisa que solo delataba que tan aburrido estaba como para perder el tiempo en chequeos a sus empleados. Y de todos los subordinados que tenía bajo sus órdenes, le tenía que tocar precisamente a él.

— Será rápido, Chuuya —le dijo con su habitual tranquilidad.

Mori siempre le había parecido un matasanos. Si de él dependiera, jamás dejaría que él lo examinara. Pero no estaba en condiciones de contradecir la "benevolente" voluntad de su jefe. Con una mueca tirando de sus labios, avanzó hasta la sala contigua al despacho, la cual tenía habilitada como consulta.

Tomó asiento en la camilla y reunió toda la calma que le fue posible. El chequeó de Mori fue igual de exhaustivo que el que le realizaron en la enfermería de la mafia al regresar. Así que podía estar tranquilo, Mori no sabría nada de ese hilo rojo.

No había desaparecido todavía. ¿Puede que ese hilo lo atara a la persona que lo creo? No era descabellado. Solo tenía que seguirlo hasta el culpable y obligarlo a eliminarlo. Sí, eso sonaba bien.

— Por mi puedes marcharte, Chuuya —dijo Mori, obligándolo a regresar a la realidad—. Parece que estás bien.

No sonaba demasiado convencido, pero eso a él le era indiferente. Tenía cosas importantes que hacer. Saltó de la camilla y sintió como la cabeza le dio vueltas. Perdió la verticalidad por unos minutos, siendo lo suficientemente hábil como para agarrarse a la camilla.

¿Y ahora a qué venia eso? Ese tremendo dolor de cabeza y la sensación de que no había comido nada cuando había desayunado hacia apenas dos horas. Maldita sea.

— ¿Estás bien?

Mori ¿Preocupado? Debería lucir pésimo. La risa de Elise, quien hasta el momento se había mantenido callada y sonriente, sentada en un taburete rojo, le confirmó que tan mal debía verse. La miró de reojo, sintiendo que su voz era más estridente que de costumbre.

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