3. Medidas drásticas

59 14 2
                                    

El bocazas de Dazai tenía un nuevo relevo dentro de la organización: el bocazas de Tachihara. Chuuya lo fulminó con la mirada cuando el grupo de Black Lizard salió del despacho de Mori. Él, que esperaba fuera su turno, estaba de brazos cruzados y golpeando el suelo con una fuerza que pronto haría un hoyo.

— Te prometo que no hemos tenido opción —se disculpó Tachihara nada más verlo.

— Explícame ahora que digo allí dentro para no meterme en un problema —le espetó Chuuya.

La voz de Mori resonó desde el interior, reclamándolo. Tachihara lo miró con una mezcla de arrepentimiento y disimulo mal gestionado. Chuuya optó por no montar el espectáculo, sino Mori tendría razones para tomar cualquiera medida que considerada oportuna.

Chasqueó la lengua y accedió al despacho principal. Estaba viendo demasiado seguido a Mori como para no sentirse perturbado por ello. Por lo general, trataba de involucrarse lo menos posible con él. Le recordaba a Dazai con su forma retorcida de ser y prefería mantenerse al margen. Pero las circunstancias se empeñaban en que lo viera más de lo que deseaba.

Avanzó por la tarima roja, sintiendo el resonar de sus pasos en el amplio despacho. Mori parecía extrañamente divertido, algo que le hacía ponerse en guardia. Quien sabe lo que tramaba.

— Así que Dazai.

La primera en la frente. Chuuya contuvo su fastidio en una mueca que solo acentuaba su estado. Tan expresivo era que Elise soltó una risa.

— Sí, Dazai —respondió vagamente, eludiendo la insistente mirada del doctor.

— ¿Sientes su dolor? —y también estaba atado a él por un maldito hilo rojo, pero eso lo habían mantenido en secreto. Por el momento. Sería así siempre que la caballa no se fuera de la lengua— Es una situación... curiosa.

— La catalogaría de problemática —Chuuya torció una sonrisa que resultó en una mueca forzada—. Haré lo posible por solventarlo. Soy el primer interesado.

— No me cabe la menor duda —Mori parecía demasiado feliz con aquella situación ¿O era divertido? —. No me gustaría tener mi vida pendiendo de una persona con las tendencias de Dazai.

— Entiende mi situación, entonces.

— Claro —Mori se reclinó hacia atrás, en un gesto que se antojaba demasiado ligero. No se estaba tomando aquello en serio, o esa era la impresión que Chuuya tenía—, la entendí desde que la conocí. Por eso he tomado medidas al respecto.

Peligro.

— ¿Qué medidas? —se atrevió a preguntar.

La sonrisa de Mori solo le indicaba una cosa: problemas. La risa de Elise confirmaba sus sospechas y, nuevamente, volvió a maldecir a Tachihara por contarle sobre su pequeño problema al jefe.

Por todo aquello ahora se encontraba en semejante embrollo.

Porque sí, porque su mala suerte siempre encontraba un nuevo modo de sorprenderle.

.

.

Dazai arrastró los pies al interior del apartamento. Se tomó su tiempo para entrar; tiempo que Chuuya estuvo sujetando la puerta de entrada mientras su poca paciencia se esfumaba.

— Esto no podía ser peor —se quejó Dazai, dejando un maletín marrón al lado de la puerta de la cocina.

— ¡No lo dejes ahí! —protestó Chuuya.

En un rápido movimiento, dejó que la puerta se cerrara y corrió a coger el equipaje de Dazai. Lo cargó hasta el comedor, situado al final del pasillo y lo dejó al lado del sofá. Dazai, haciendo gala de la misma parsimonia que lo caracterizaba, siguió arrastrando sus pies hasta la sala.

El piso de Chuuya estaba situado en uno de los barrios más elegantes de la ciudad, en un ático de un edificio de 55 plantas. No era un lugar demasiado grande, pero suficiente para Chuuya. No era suficiente para su visitante impuesto.

Chuuya fulminó con la mirada a Dazai. Este se dejó caer encima del sofá como una hoja caduca, soltando un largo suspiro que le exasperó.

— ¿Qué clase de karma estaré recibiendo para terminar envuelto en esto? —se quejó al cojín con el que tapaba su cara.

Vale. Hasta ahí.

Le arrancó el cojín de sus brazos con brusquedad. Dazai le hizo un puchero demasiado fingido y Chuuya le estampó el cojín en la cara en respuesta.

— ¡Eso debería estar diciéndolo yo! —gritó Chuuya exasperado—¡¿Te crees que me gusta esta idea vivir contigo?! ¡Preferiría un contenedor antes que compartir techo contigo!

— ¿Y yo que quieres que le haga? —se quejó— Fukuzawa me ha obligado a ello.

— Porqué Mori habló con él —le respondió Chuuya, ganándose la atención de Dazai por primera vez desde que entró en su apartamento—. Al parecer, ambos acordaron una tregua hasta que nuestra situación se resuelva y, como no podemos fiarnos de ti y mi vida depende de ello... Aquí estás.

— ¿Y por qué tenemos que quedarnos en tu apartamento? —preguntó, rodando sobre si mismo y quedando boca arriba. Acomodó su cabeza en sus brazos y cruzó sus piernas sobre el blanco sofá de Chuuya.

— ¡Quítate los zapatos! —protestó automáticamente él.

— Sí, sí.

Perezosamente, Dazai dejó caer sus zapatos al lado del sofá. Pero como si aquel grito de Chuuya no le hubiera afectado en lo más mínimo. Y esa pachorra es lo que más exasperaba al otro. Por el bien de su propia salud mental, mejor encontraba una solución a ese problema del hilo. O su cordura corría el riesgo de desaparecer.

Pues esas eran las medidas de Mori mencionaba. Resulta que había hablado con Fukuzawa para que, hasta que su problema se solventara, Chuuya y Dazai vivieran juntos. De ese modo, la vida de Chuuya no dependería de los desastres de Dazai y, aunque mucho les pesara aceptarlo a ambos, formaban un buen equipo. Sería una forma rápida y eficaz para solucionar aquello.

Pero hasta entonces, le tocaba vivir bajo el mismo techo que Dazai.

Bendita su suerte.

— ¡Bueno! —Dazai se incorporó y saltó del sofá. Nuevamente adoptaba esa posición con la intención de evidenciar que tan bajo era Chuuya respeto a él. Antes caía en la provocación, ahora lo miraba de soslayo con expresión aburrida— Me iré a mi nuevo dormitorio.

Los reflejos de Chuuya fueron rápidos. Tomó el cuello de la gabardina de Dazai y tiró de él, lanzándolo nuevamente hacia el sofá.

— Tú duermes aquí.

— ¡¿Qué?! —se quejó— Si estamos en esta situación es por tu culpa.

Un puño voló a la cara de Dazai, pero se detuvo a apenas unos centímetros de alcanzarlo. Le requirió a Chuuya todo su autocontrol, pero logró no golpearlo. Y eso debió de preverlo Dazai, porque sonreía sibilinamente como si sus predicciones se hubieran cumplido.

— ¿No quieres un puñetazo de buenas noches? —siguió provocándolo— Que pena.

Lo mataba. En cuanto ese hilo desapareciera, lo mataba.

— Tú te quedas en el sofá —sentenció,  sacando paciencia de donde no tenía  para no golpearlo. Si su dolor no estuviera conectado, le hubiera girado la cara—. Te traeré una manta.

— ¡Que atento eres, chibi!

— ¡Para con eso, idiota!

Red StringsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora