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N/A: Antes de comenzar la lectura nos gustaría aclarar que los capítulos de esta historia van a ser más cortos de lo que os tenemos acostumbrados. Oscilaran las 2.000-2.500 palabras.

Ahora sí. ¡A disfrutar!

La música entraba en sus oídos y viajaba por su cuerpo como si formara parte de su torrente sanguíneo. Tarareaba la canción en su cuarto, mientras los pasos se sucedían con gracia uno a uno. Disponía del espacio suficiente como para bailar con los ojos cerrados y no chocarse contra los muebles. La melodía seguía sonando y en su cabeza se imaginaba en el escenario en el espectáculo de invierno, como cada año desde que tenía memoria. La escuela de ballet organizaba una obra teatral cada año y, por ser quien era, siempre solían darle los papeles protagonistas. Hasta ese año.

Una lágrima descendió por su mejilla mientras seguía practicando el baile. Abrió los ojos y se miró al espejo. Aún llevaba puesto su pijama azul celeste de franela y sus pies descalzos no necesitaban de los zapatos para bailar. Era una de las mejores, por no decir la mejor, pero por un problema hormonal había engordado. Puede que apenas se notase, que la gente la siguiera viendo delgada, pero en el mundo del ballet aún se buscaba ese estereotipo de chica delgada y ella tenía los muslos más anchos que cualquiera de sus compañeras. A la edad de dieciocho años iba a entrar a la universidad y eso significaba que iba a dedicarle menos tiempo al baile. Era su último año y todo se había puesto patas arriba. Su estado de ánimo había bajado considerablemente, pues su madre, lejos de ayudarla, le había puesto una dieta estricta que no podía saltarse. Su estómago rugió.

Varios golpes sucesivos en la puerta alertaron a Furina, quien se secó las lágrimas y dejó de mirarse al espejo.

—¿Quién me molesta ahora? —cuestionó con su habitual tono.

—Señorita, sus padres quieren que se vista y baje inmediatamente, alguien quiere verla —la voz femenina de la sirvienta hizo que relajase los hombros, aunque aquello no la dejaba tranquila.

—¿Quién quiere verme?

—No sé más, señorita, solo que es muy apuesto.

¿Un chico? Pensó para sí misma y soltó un suspiro. Normalmente los pretendientes que tenía no acudían a su casa. Solían tener miedo de sus padres o solo se acercaban por su dinero. Los rechazaba educadamente, bueno, todo lo educada que podía llegar a ser Furina. Muchas personas la tachaban de repelente, pero era su coraza, una inquebrantable. No confiaba en nadie y no esperaba hacerlo, con las únicas personas con las que hablaba era con sus primos adoptivos Lyney y Lynette, aunque lo hacía más con Lyney ya que la chica era muy reservada.

Furina tomó un vestido azul con las mangas de capa hasta el antebrazo y ceñido a la cintura. Odió notar como le quedaba más ajustado que cuando se lo compró, pero prefirió no pensarlo. Entraba ¿no? Quedaba bien, de hecho ahora podía lucirlo mejor al tener más pecho.

Dejó de darle vueltas y decidió bajar antes de que sus padres armasen un escándalo. Se acomodó el cabello lo mejor que pudo y, cuando cruzó las puertas del salón, supo a qué se refería la sirvienta. Un hombre atractivo que parecía mayor que ella se encontraba junto a sus padres y quienes parecían ser los de este. Su presencia pareció interrumpir la conversación que estaban teniendo y el joven giró el rostro hacia la puerta por donde acababa de hacer su aparición. Sus ojos se iluminaron y una bonita sonrisa curvó sus labios.

—Buenos días, señorita —saludó el joven y dió un par de pasos en su dirección, posicionándose un poco por delante del resto para destacar de ellos.

Furina miró la escena con cierta incomodidad antes de dar un paso hacia él.

—Buenos días —saludó de forma educada—. Padre, ¿quiénes son?

Sentenciados a amarnos (Neuvifuri)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora