II

166 21 7
                                    

Sabía que Neuvillette iba a llevarla a un sitio de lujo, pero no esperaba aquello para nada. Por lo que tenía entendido, su poder adquisitivo era menor que el de ella, pero no se privó a la hora de invitarla. Por su parte pidió una ensalada únicamente, pues no quería saltarse la dieta que le había puesto su madre. Lo peor de todo era que no se sentía incómoda con él, pero seguía sin estar de acuerdo con ese matrimonio arreglado. Se acomodó en la silla y tomó un poco de lechuga con su tenedor antes de llevársela a la boca. El mayor estaba disfrutando de un plato de pasta fresca con gambas, uno de sus favoritos. Sus ojos se encontraron por un momento y Neuvillette dejó de comer para darle un trago a su copa de vino.

—¿Qué tal la ensalada? —preguntó.

—Muy buena —respondió sin mucho entusiasmo—. Pero este queso es de mala calidad, no me gusta.

Mintió. Amaba el queso, pero no iba a comérselo, solo comería la verdura y los escasos frutos secos que llevaba la ensalada. Su madre la regañaría, aunque era consciente de que algún día le iba a dar igual lo que dijera su madre. Por mucho que se sometiera a dietas estrictas no iba a volver a tener el papel protagonista y menos a dos meses de la actuación.

—¿Me dejas probarlo? —dijo Neuvillette un tanto extrañado—. Les pediré que te lo cambien y que te traigan uno mejor.

—No hace falta, no tengo mucha hambre —respondió de forma repentina y miró hacia un lado—. Ya estoy enfadada, no comeré nada más.

—Mm... está bien —respondió el mayor no muy seguro de ello—. Lamento que se te haya estropeado la comida. Pero los postres de aquí son magníficos, seguro que te apetece uno.

Definitivamente no era el momento, pero tampoco podía decir que no a todo y los dulces eran su mayor debilidad. Hizo una mueca y dio un sorbo a su vaso de agua.

—¿Qué has estudiado? Asumo que ya estás trabajando —cuestionó la chica en un burdo intento de conocerlo más. Aunque no pretendía seguir adelante con el matrimonio la curiosidad la estaba matando.

—Gestión y administración —respondió el mayor—. Estudié para aprender a gestionar la empresa de mi padre. Ahora tengo también algunos negocios propios. Tú empiezas la universidad este año, ¿no?

Furina asintió, pero no estaba segura de que era lo que quería estudiar exactamente. Tenía entre sus opciones derecho o ciencias políticas, pero lo que más quería hacer con su vida era dedicarse al baile. Aquello provocó que mirase el plato de comida y soltase los cubiertos.

—Supongo que estudiaré derecho, aún no han salido las listas —respondió—. No quiero postre, cuando digas nos vamos.

Neuvillette se sintió un poco decepcionado al percatarse de ese cambio de humor. Por un momento casi había sentido un interés, al menos una conversación real por parte de la joven, pero pronto desapareció.

—Vámonos entonces —respondió y dejó los cubiertos sobre el plato que ya había terminado. Le hizo un gesto al camarero para que les trajera la cuenta y terminó su copa de vino—. Te llevaré a casa.

La chica asintió, pero se mostraba más seria que antes, ni siquiera se metía con él o intentaba molestarlo. No le gustaba esa sensación de opresión en el pecho y el dolor de saber que jamás iba a poder dedicarse a lo que realmente quería.

El camino de vuelta fue tenso, pero ¿qué esperaba? Aquella cita era fruto de un matrimonio arreglado por sus padres en un intento de hacerla valer como mujer al menos haciendo de esposa. En su casa aún se cumplían los estándares tradicionales y el hecho de que la mujer se tenga que hacer valer como tal. Su primo Lyney no sabía cocinar, nunca había tenido que aprender, sin embargo tanto ella como Lynette habían tenido que aprender las tareas domésticas desde pequeñas. Todo ello a pesar de tener dinero suficiente para pagar criados.

Sentenciados a amarnos (Neuvifuri)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora