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Samantha, frente a ella, seguía teniendo la mandíbula apretada y una mueca de molestia a pesar de que Lice se hubiera marchado minutos atrás y se quedaran solas.

No había dicho nada incluso cuando Ama le sirvió un vaso de agua, diciéndole que se calmara.

Se sentó a su lado, mordiendo su labio inferior.

—No tenías que reaccionar de esa forma, Samy. —le dijo con voz suave.

Samantha le miró con el ceño fruncido.

—Iba a besarte. Esa maldita iba a besarte y...

—Y tú has besado a Rocio. —le interrumpió Ama, ahora con expresión dolida —¿No es eso injusto, Samantha? ¿Qué tú tengas un amante y te estés comportando de esta forma? ¿Ya te has acostado con ella?

Samantha no dijo algo por varios segundos, bebiendo agua en silencio, y cuando dejó el vaso sobre la mesita de la sala, lucía mucho más calmada.

—No —dijo Samantha —, sabes que no lo he hecho, Ama.

Ama arrugó los labios, negando con la cabeza.

—¿Por qué debería creerte?

—Porque sabes que no te mentiría con eso. —replicó Samantha poniéndose de pie — Por mucho que quiera el divorcio, y esté enamorada de Rocio, sabes que no me acostaré con ella hasta que los papeles estén firmados. Incluso sabes que, si la he besado, ha sido después de pedirte la separación, de decirte la verdad, ¿no es así?

Sonriendo amargamente, Ama asintió, forzándose a no lucir herida a pesar de las palabras de Samantha.

Tenía claro que su esposa no le mentiría con eso, que estaba diciendo la verdad, pero eso no lo hacía más fácil. De alguna extraña forma, si le hubiera dicho que se acostaba con Rocio, no tendría tantas dudas porque habría atribuido los deseos de separación a una calentura de Samantha por su asistente, sin embargo... Si no se estaba acostado y con suerte compartieron unos besos, eso significaba sentimientos más profundos, y eso le aterraba.

—¿Qué estás haciendo aquí, Samantha? —preguntó Ama con voz rota.

Samantha apuntó a su bolso.

—Vengo por los papeles. —contestó impasible —pero también tengo claro que eres una persona demasiado terca, Ama —suspiró, sentándose —. Treinta días, ¿no es así?

Ama asintió en silencio, mirando a los ojos oscuros de su esposa.

—¿Cómo pretendes hacerlo? —Samantha suavizó su tono —Comprendes que yo ya no te amo, ¿cierto? Sólo te estás haciendo más daño, cariño.

Que la llamara así hizo que algo doliera en su interior.

—¿Más daño? —se burló quebrada —¿Cómo me haré más daño, Samantha? La mujer que amo quiere dejarme porque está enamorada de otra y lo único que pido son treinta días para poder demostrarle que aún puedo ser suficiente para ella.

La expresión de Samantha cambió, y la más bajita le tomó las manos, llamando su atención, pidiéndole con ese simple toque que se calmara un poco.

—Ama, amor. —murmuró Samantha —, no digas esas cosas, ¿está bien? Tú eres... tú eres más que suficiente para cualquier persona, es más, yo diría que... que nadie te merece, y menos yo —Samantha trató de sonreírle, aunque Ama desvío la mirada, sabiendo que pronto se pondría a llorar —Ama, todavía te quiero, y porque te aprecio lo suficiente es que te estoy pidiendo esto. Por favor, firma los papeles, no es necesario que continúes con esa tontería.

Su labio tembló.

—¿Tontería? —Tragó saliva —¿Querer luchar por tu amor te parece una tontería? —se puso de pie, repentinamente enojada —¿Querer salvar nuestro matrimonio, nuestra relación de ocho años, te parece una tontería?

Apego || RivamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora